martes, 6 de octubre de 2020

Jaime Martín: "Siempre Tendremos 20 Años"

 






La última entrega que Jaime Martín nos ofrece como parte de la trilogía formada por las dos anteriores: “Las Guerras Silenciosas” y “Jamás Tendré 20 Años”, va sobre su experiencia vital desde 1975 hasta casi nuestros días. Pues nada, con esto se acaba el artículo sobre “Siempre Tendremos 20 Años”. Os lo recomiendo encarecidamente porque está muy bien.





Como comprenderéis, no podía ser tan escueto. Una de las razones, la principal, para no serlo es que Jaime se merece mucho más que cuatro renglones en plan te vendo el cómic a tal o cual precio. Por mi parte, tiene más mérito por ser un autor que sigo desde sus comienzos, o desde su “prehistoria”, como me dijo una de las veces que hemos coincidido en un salón de cómics a la vez que me firmaba viejas obras suyas. En uno de esos encuentros tuvimos la oportunidad de hablar más de lo normal y me comentó la intención de hacer este trabajo y parte del contenido, sobre todo en lo referente a la mili, la objeción y la insumisión. Son de esos momentos que rompen barreras entre lector y autor porque te encuentras charlando con alguien que, sin casi conocerlo, te parece más cercano que el 90% de l@s que pululan por los pasillos del pabellón de turno. Así pues, os voy a hablar un poco, bastante, más de este tercer tomo de la trilogía referida. Antes de entrar en materia vuelvo a repetirme con eso de que hemos pasado de ser meros lectores de historietas a l@s protagonistas principales de las mismas. Da igual que ell@s se llamen así o asado; si tienes cierta edad, te has movido y crecido en ciertos ambientes, escuchabas una música que sigue siendo minoritaria para los grandes medios y sentiste el rechazo social y familiar por todo esto, vas a acabar formando parte de cómics como este.






Qué mejor prólogo que hacer mención a la muerte del último dictador que gobernó este Estado. Aquí encuentro las primeras semejanzas entre lo que Jaime cuenta que ocurrió en su entorno familiar al recibir tan grata noticia y en el mío. Esa alegría desbordante de tus mayores, tú sin saber a qué se debe tanta jarana, la borrachera de algun@ de ell@s y los cánticos de otr@s, solo te hacían sentir bien porque los veías más felices que nunca y, todo hay que decirlo, porque no había escuela al día siguiente. Esta parte se cierra con una frase potentísima de la abuela de Jaime que yo resumiría como futuro. Sigue habiendo demasiados pájaros negros.





Al seguir la obra un orden cronológico, el primer capítulo comienza con todo lo relativo a la Transición y las tensiones sociales que creó dicho momento, atentados fascistas incluidos. También nos encontramos con los primeros acercamientos del autor al mundo de los tebeos de una forma muy personal y, a mi parecer, excepcional. Ya me hubiera gustado a mí estar sentado sobre una montaña de cómics. Las cosas se empiezan a poner feas por el barrio con la aparición de ciertas drogas, el paro, el consumo excesivo de alcohol y las violaciones. Con todo esto encima, Jaime ingresa en un colegio de curas junto con uno de sus hermanos. Ese miedo que nos metían en el cuerpo con el dichoso pecado que jamás llegamos a entender de dónde salía y porqué era tan aterrador los sufrimos bien aquell@s que pasamos por esas aulas de crucifijos, frío, tirones de oreja y castigos. Aquí es donde él se da cuenta, por primera vez, de que el dibujo puede que le salve de alguna que otra refriega con sus compañeros de clase. Si a eso le sumas que te pueden llegar a pagar por hacerlos, mejor que mejor. Avanza el tiempo y nos encontramos con la llegada al Gobierno de Alfonso Suárez y su partido de “centro”, primer gol a nuestra cacareada democracia.






En el segundo capítulo las cosas se van poniendo tensas e interesantes a partes iguales. Con el descubrimiento del Rock, no voy a entrar en etiquetitas, todo cambia en tu ser, desde tu forma de vestir hasta la manera de comportarte ante tu familia o entorno social y educativo. Da igual si Jaime encontró los acordes de las guitarras una vez llegó a la escuela pública, al instituto o, como es mi caso, seguías en un colegio de curas. Nada vuelve a ser igual cuando esa música te atrapa de verdad. Tus colegas son amigos por afinidad musical, principalmente, también por otras, como los cómics, por ejemplo. Aparecen los porros, el intercambio de cintas grabadas, o discos, los primeros trapicheos y amores y los primeros “viajes estelares”. Como asunto político, vuelvo a sentirme reflejado con todo el revuelo del golpe de Estado y la OTAN. Madre mía, en mi casa se montó una parecida a la que nos cuenta el autor. Me ha dado mucha alegría ver la portada del Totem, sobre todo porque ese número lo tengo. Otra parte importante que llega a nuestras vidas en estos instantes son los conciertos. Nada que ver con los de ahora, y no me refiero al aspecto técnico o audiovisual, que también. Ir a un concierto de Rock, lo de los festivales aún quedaba lejos, era acercarte a uno de los rituales más peligrosos y liberadores que te podía pasar. La policía a la entrada y a la salida era de todo menos respetuosa, si es que alguna vez lo ha sido, carreras por aquí, saltos por allí y coladas en el metro formaban parte de la ceremonia que te iba colocando galones en tu chupa o chaleco rockero. Eso de haber visto a tal o cual banda daba, y da, cierto prestigio ante tus congéneres melenud@s. En el aspecto personal, Jaime nos cuenta la financiación de su pandilla mediante la venta de cintas grabadas que, en algunas ocasiones, eran más valiosas por el relleno que por la música del disco plasmado. Muy bueno el pasaje del intento de la portada de los Vulcano, ellos se lo perdieron. Final abriéndose las puertas de un nuevo concepto de cómic con la llegada a nuestras manos de El Víbora. Hablo en plural porque fue así como lo sentí en su momento. Nada con anterioridad era igual a esta revista, y no es que las demás fueran malas, para nada, pero la temática de sus páginas era de otro planeta para ese momento de la historia de este Estado.






En el capítulo tres nos damos de bruces, eso fue lo que nos pasó a la mayoría de la juventud de aquellos años, con la dichosa y puñetera mili. Aparecen movimientos antimilitaristas en respuesta al obligado Servicio Militar y, en contraste, algunos de tus colegas o familiares se van voluntarios por aquello de pasar el trámite cuanto antes o por otras razones. Esta es una parte de nuestra historia reciente que ha caído en saco roto, pues parece que todo lo que rodea al actual Ejército siempre fue así. Me alegro de que Jaime le haya dedicado el tiempo necesario a recordarnos que hubo mucha lucha y represión hasta llegar a vivirlo como lo estamos viviendo.






Con la llegada a la Universidad nos adentramos en el capítulo cuarto. El Rock está en su auge, las noches se pasan en garitos y discotecas donde suena música atronadora, llegan tus primeras parejas y las drogas siguen corriendo por las calles engullendo a más de un@ entre sus fauces. También hacen su aparición esos primeros curros decepcionantes por estar mal pagados, por sus jefes explotadores, eso tampoco ha cambiado demasiado, y por la vergüenza que daba que tus colegas supieran de tus entradas en el mundo laboral. En esta época Jaime entra a formar parte de la plantilla de El Víbora donde publicaría su primera obra integral, “Sangre De Barrio”, dentro de un ambiente que solo podréis descubrir cuando leáis este cómic. A raíz de ello llega su primer gran reconocimiento al ser premiado en el Salón del Cómic de Barcelona con el galardón de mejor autor novel.






El paso del tiempo nos lleva casi hasta el final de la obra en su capítulo cinco. El dolor de la muerte de algunos seres querido que pensabas que jamás iban a desaparecer de tu entorno es, realmente, el primer encontronazo con la edad adulta. Los colegas se empiezan a dispersar por esta o aquella razón, comienzas a compartir piso, vida y crisis con tu pareja y lo que era tu día a día se va difuminando en ese horizonte que te parecía tan lejano solo seis o siete años atrás. Jaime entra en contacto con el cómic francés a la vez que los reencuentros con ciertos amigos son como un soplo de aire fresco dentro del pulmón de la rutina.






El epílogo es, en mi opinión, lo más entrañable del cómic. No solo por su contenido, sino porque es lo que, a mi entender, debe ser el verdadero colofón a una historia como “Siempre Tendremos 20 Años”. Una historia donde much@s nos miramos, como si de un espejo se tratara, a través de las camisetas, las cazadoras y sus parches, las portadas de los discos, las canciones, la cronología suficientemente desarrollada, los comentarios, dudas, penas y glorias y, por encima de todo, las ganas de vivir, sentir y descubrir que teníamos en esas gloriosas décadas. Sí, ahora somos más viej@s, pero somos así porque tuvimos veinte años que, para bien o para mal, nos convirtieron en esto. Todas aquellas vivencias dan forma a cada una de las cartas de la baraja que llevamos cada cual en nuestros bolsillos; sin ellas no podríamos seguir jugando a ser los tahúres que seguimos siendo. Gracias Jaime, tengo muchas ganas de que nos volvamos a encontrar para charlar sobre esta trilogía y las cosas que surjan. Esta vez fuera de la mesa de firmas, si es posible. Enhorabuena, de todo corazón, y mucha, mucha suerte.












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