miércoles, 13 de diciembre de 2023

Antonio Altarriba - Sergio García - Lola Moral: "El Cielo En La Cabeza"

 





La producción de cómics en este Estado continúa a un gran nivel. Así lo demuestra El cielo en la cabeza, con guion de Antonio Altarriba, dibujos de Sergio García y color a cargo de Lola Moral. Supongo que para much@s no deja de ser una obra más acerca de la tragedia de la inmigración, razón por la que no le prestará demasiada atención y argumento que me saca de quicio por no hacerlo. La frialdad con la que se normaliza ciertos asuntos, ya sea la memoria histórica, la violencia machista o el plasmado en estas páginas, entre otros, es consecuencia directa de la indiferencia hacia el otro tan asentada en esta sociedad que presume de defender los derechos de tod@s. Unos medios de comunicación que pasan de puntillas por estos temas, cuando no se valen de ellos de manera amarillista o para promover el odio, sirven de caldo de cultivo para dicha manera de actuar. Y como guinda del pastel, ese sentimiento palpable dentro de esa supuesta jerarquía de la pobreza que lleva a pobres a rechazar a otr@s pobres para sentirse engañosamente menos pobres. Tampoco hay que caer en lo facilón de: «To´l mundo es bueno». Este cómic tira dicha teoría por tierra sin ni siquiera pisar Europa, pero los prejuicios convertidos es eslóganes tienen mucho, pero que mucho peligro.




Se me hace un poco raro hablar a estas alturas de alguien como Antonio Altarriba. Lo digo porque este zaragozano, hijo «de un anarquista y una monja», es uno de los guionistas más reconocido dentro del mundo de las viñetas del Estado. Labor que le llevó a recibir el Premio Nacional de Cómic en el 2009 por El arte de volar, junto a Kim. Novelista, ensayista y catedrático de literatura francesa en la Universidad del País Vasco, tiene en su haber obras tan destacadas como Yo, asesino o De vuelta, Desfase y El paso del tiempo, las tres últimas con Luis Royo, por nombrar algunas. En el cómic que nos concierne hace una magnífica labor, pero de eso hablaremos en los párrafos siguientes.




Si el guion de Altarriba es excelente, a mi parecer, lo que realmente destaca en estas páginas son los dibujos y el color de Sergio García y Lola Moral, respectivamente. Una distribución de viñetas que puede resultar caótica por momentos, en otros parecen cabalgar dentro del papel y en algunos las formas estiradas de los personajes piden a gritos salir del mismo, moldean la esencia misma de la trama. Salvando las distancias, sobre todo porque el autor italiano dibujaba casi siempre en blanco y negro, he percibido ese descontrol y desconcierto que tanto reflejaba Sergio Toppi en sus cómics. Páginas con dibujos gigantes rodeados de escenas y personajes a los que les da vida el trabajo de Lola con unos colores y unos fondos verdaderamente exquisitos. Este granadino antiguo colaborador de la revista Viñetas, de la que tengo algunos números por casa, fue premiado en el Festival de Illzach por su obra Utopía, a la que hay que sumar Cómo hacer un cómic, con el guionista francés Lewis Trondheim, Anatomía de una historieta, Historia de una página o Cuerpos del delito, también con Atarriba. En cuanto a Lola Moral, hablamos de una cordobesa que comparte vida y cabeza con Sergio García. Amante de los burros, las plantas y el olor a tierra mojada, estudió Bellas Artes en Granada, especializándose en Restauración de obras de Arte. Entre l@s dos tienen publicados Los 3 caminos, Dexter London y Mono&Lobo, a lo que hay que sumar su labor como guionista y colorista gráfica para las editoriales Toon Books, Dupuis, Actes Sud, Ediciones Santillana y Dibbuks. Repito, y no será la última vez que lo haga a lo largo de este artículo, el trabajo de est@s dos andaluces es algo que me ha cautivado desde el primer minuto.





Todo lo que Altarriba refleja en el guion de este cómic es conocido, en mayor o menor medida, por cualquiera de los residentes en eso que tan engreídamente se da por llamar «primer mundo». Y si no le es conocido es porque hace oídos sordos o vive en ese estado de confort basado en la consigna de la indolencia o ambas cosas. Dicho esto, pasamos a hablar de los entresijos, no de todos, evidentemente, de esta obra. Nivek es uno de l@s cientos de niñ@s que extraen coltán en las minas del Congo. Después de sobrevivir a un derrumbamiento de tierra gracias a su amigo Joseph, asesina a uno de los vigilantes de la mina. Con este acto, que podría haberle acarreado la muerte, termina convirtiéndose en un kadogo, o lo que es lo mismo, un niño soldado. Después de superar el ritual de iniciación, se ve obligado a matar a toda su familia como demostración de ser un buen soldado. Concluido el periodo de entrenamiento, el cual ha compartido con Joseph como cocinero del clan, entra en combate con la idea de expulsar al grupo rival para que el suyo se haga con el control de las minas de este. Después de la visita de los grandes magnates del gobierno, un representante del gobierno chino y alguno de las multinacionales occidentales del sector, los dos niños deciden escapar en busca del doctor «Coseculos». Pero la estancia en las instalaciones de este médico se le hace tediosa y sin ningún tipo de futuro, por lo cual deciden volver a escapar con el objetivo de alcanzar Europa.




El primer escollo que deben afrontar en este periplo consiste en atravesar la selva, donde Joseph pondrá de manifiesto sus conocimientos a la hora de sobrevivir en ella. Aquí conocerán a l@s Baka, que los acogerán a la sombra de su legendaria hospitalidad. En esta parte del cómic hay algunas de las páginas más impresionantes del trabajo de Sergio y Lola. Aprenderán a usar la cerbatana y tendrán que demostrar su valía como guerreros en la caza de un elefante. Antes de continuar su camino mediarán en una disputa amorosa en la que las nociones culinarias de Joseph tendrán mucho que ver con el resultado. El final de su andadura por la selva trae consigo la soledad de Nivek tras la pérdida de su querido amigo.




En estas condiciones, el niño kadogo se adentra en otro de los grandes paisajes africanos, la sabana, donde se topará con un hechicero que lo convertirá en su ayudante antes de su visita a Babungo, con la intención de prestar sus servicios a su rey que se encuentra gravemente enfermo. Conoceremos las costumbres de la gente que habita en este sitio, así como las intrigas palaciegas por conseguir el poder ante la inminente muerte del monarca. Viendo el resultado de tales disputas y el de las atenciones del hechicero, maestro y ayudante se ven obligados a abandonar el lugar. De este modo, caminarán juntos hasta la frontera con el desierto, donde ambos se despedirán para siempre.




A partir de este momento los sucesos transcurren con rapidez, tanto en la vida de Nivek como en las páginas del cómic. Casi a punto de ser tragado por la arena es rescatado gracias a la intervención Aisha, mujer esencial en toda la trama, una integrante de una caravana de inmigrantes cuyo fin es el mismo que el del joven congoleño. El guía de dicha caravana resulta ser un traficante de personas que acabará vendiéndol@s a tod@s a otros traficantes cuyo propósito es ponerles precio en uno de los tantos mercados de esclavos de Libia. Libia, ese país que occidente presumio de haber librado de las garras de un dictador y que, una vez «liberado» se ha convertido en uno de los lugares más caóticos y crueles del planeta, sobre todo para l@s inmigrantes que se ven obligad@s a atravesar su extenso territorio antes de alcanzar, si lo consiguen, las costas del Mediterráneo. Aisha, como suele pasar en estos casos, es vendida a las mafias de la prostitución mientras que Nivek, gracias a su carácter y convencimiento de ser un guerrero, acabará luchando en batallas a vida o muerte con otros inmigrantes entrenados para este tipo de peleas. Después de robar la recaudación de las apuestas, y en compañía de otro luchador, el muchacho corre al encuentro de Aisha. Con ella conocerá el sexo y el amor y tomará como suyo el niño que esta lleva en sus entrañas fruto de cientos de violaciones. L@s dos, junto a alguno de sus antiguos compañeros de fatigas durante el periplo del desierto, alcanzan la ansiada orilla del Mediterráneo, no sin antes verse obligad@s a sufrir el chantaje y las condiciones infrahumanas de aquellos que le han prometido sus servicios para alcanzar el viejo continente.




El Mediterráneo, ese mar que ha visto nacer y morir a tantas y reconocidas civilizaciones, será el encargado de separar los destinos de Aisha y Nivek. Ella entrará a formar parte de ese grupo de almas y cuerpos que reposan en sus profundidades como parte del olvido, y él alcanzará España, con la ayuda de otro inmigrante, después de ser rescatado por un barco. Como era de esperar, nada se desarrolla según lo previsto en los sueños del joven. Una mala adaptación a su nuevo «trabajo» unida a una nueva demostración de su espíritu guerrero le proporcionará un final con el que nunca contó.




Hasta aquí mi artículo sobre El cielo en la cabeza. Un argumento tejido a base de solidaridad, crueldad, desprecio, amor, esclavitud y amistad se fusiona con un gran trabajo de dibujo y color para dar lugar a uno de los cómics que más me ha impresionado y gustado del 2023. Mi más sincera enhorabuena a l@s tres. Obras como estas siguen siendo más que necesarias en un mundo tan poco compasivo como el nuestro.

 


 


martes, 5 de diciembre de 2023

Texto Mandrílico Diciembre 2023

 

EL CASTILLO DE BASURA


Tengo y he tenido un sinfín de objetos que me ha proporcionado la basura, desde juguetes hasta ropa. Hay un par de prendas que sigo usando, aunque he de reconocer que una de ellas solo la utilizo para trabajar, pero la otra forma parte de mi indumentaria como uno de los mayores tesoros que guardo en mi cómoda. De pequeño íbamos por todos los rincones del pueblo en busca de cajas de cerillas con la intención de arrancarle las carátulas, nosotros las llamábamos «santos», para coleccionarlas y jugar con ellas al catre, un juego de bolindres que solo he conocido en mi lugar natal. De paso, nos hacíamos con este bote de no sé qué, con aquella lata que nos serviría de zanco para cruzar el arroyo los días de lluvia, con un trozo de hierro que afilaríamos para jugar a la picota o con el sobresalto que siempre me han dado las ratas al cruzarse conmigo.

Más tarde, los rincones desaparecieron y con ellos esos montones de desperdicios que acabarían en el nuevo basurero creado a las afueras del pueblo, justo en frente del cementerio, algo que siempre me dio qué pensar. La cuestión es que seguimos yendo a rebuscar entre esas montañas de despojos creyendo que íbamos a dar siempre con un nuevo tesoro. Y he de reconocer que no estoy seguro de que fueran tesoros, pero sí que eran cosas que jamás habíamos visto.

Los días que el aburrimiento o la falta de hallazgos interesantes se apoderaba de nuestras búsquedas nos dedicábamos a reunir todo tipo de medicamentos, ya fueran pastillas, jarabes, tarros de esto o cremas para aquello, y lo mezclábamos todo en la lata más grande que nos pudiera ofrecer el entramado de desechos, morralla y desperdicios. Nuestra finalidad era siempre la misma, que aquello echase humo como el que veíamos salir de los laboratorios en las películas de médicos locos o, mejor aún, que la mezcla química hiciera saltar la lata lo más alto posible. Sin tener ni idea del periodo de reacción, podíamos estar mezclando esto con eso durante el tiempo que entendiésemos oportuno. Luego nos parapetábamos a la espera de la explosión o de la humareda o de las dos cosas y… Nunca pasó nada. Volvíamos frustrados y acusándonos los unos a los otros de no o sí haber echado esto o aquello en la dichosa lata. Pasados unos años descubrimos que nuestra intención se podía hacer realidad con algo que teníamos más a mano y de manera más simple. Tan solo teníamos que mezclar papel de aluminio con agua fuerte en una botella de plástico, cerrarla y esperar a que hiciese reacción. Y menuda reacción, explosión y humareda todo en uno.

La vida siguió adelante en tanto que avanzaba el tiempo. Dejamos de visitar el basurero porque aparecieron otras porquerías. La peor de todas llegó en forma de polvo cabalgando por las venas que se llevó a muchos con los que compartí visitas al vertedero. Nunca fuimos hijos de nobles ni de ricos, tampoco vivíamos en mansiones o cortijos, pero puedo afirmar con rotundidad que durante años fuimos los dueños y señores de un gran castillo de basura.