lunes, 6 de noviembre de 2023

Kike Babas & Kike Turrón: "Rosendo, Quiero Que Sueñes Conmigo"

 




Este es el segundo libro que leo de los Kikes. El primero fue el de Leño, del que también tenéis un artículo en este humilde blog, y ahora ha tocado el de Rosendo. Si bien a Leño nunca conseguí verlos, por dejadez, sobre todo, Rosendo es de esos artistas o bandas que perdí hace tiempo la cuenta de las veces que he visto en directo. Puedo hablar de la primera, en un festival en Guareña presentando el «Fuera de lugar» junto a los emeritenses Bucéfalo, de la última, en el Extremúsika, cuando era un festival de otras características, y de alguna más, en Madroñera, Villanueva de la Serena o Las Ventas, por ejemplo. Es verdad que, al igual que con otros músicos o formaciones, he tenido mis acercamientos y distanciamientos con respecto a este disco o el otro de los del de Carabanchel, pero también reconozco que siempre que he tenido la oportunidad de verle sobre las tablas no me lo he pensado dos veces.




Entrando de lleno en este libro, empezaré destacando la calidad de la encuadernación, así como de la mayoría de las fotos. Los Kikes, Babas y Turrón, han vuelto a ofrecernos una obra de muy alto nivel. Estas páginas están divididas en cuatro prólogos, de Moncho Alpuente, Nacho Novo, Josele Santiago y Kutxi Romero, respectivamente, seis capítulos y dos prólogos pertenecientes a cada uno de los autores. Pero si hay algo que destacaría de este libro es que habla. Lo digo basándome en el formato que se ha utilizado, que no es otro que el de la entrevista. De este modo, parece que tuvieras enfrente al mismísimo Rosendo contándote esto o aquello, algo que lo hace super ameno y fácil de leer.




En el primer capítulo, «Un melenudo de Carabanchel», conoceremos los primeros pinitos del guitarrista en este o aquel grupo, como Fresa, o su paso por alguna orquesta; su entrada en Ñu y todas las peripecias y aventuras que vivió en sus filas; las bandas que le atraían, musicalmente hablando, en ese momento; lo que tuvo que pasar durante la dichosa mili y su salida de la banda de José Carlos Molina.




En el segundo, «Ahora mola el R&R», asistimos al nacimiento de Leño; a su primer concierto con esta formación como teloneros de Asfalto; a sus giras por las tierras toledanas; a las idas y venidas de Chiqui Mariscal; a su firma con Chapa Discos y a la toma de contacto con Teddy Bautista, personaje esencial en la historia del grupo y a sus primeras grabaciones junto al ya nuevo bajista Tony Urbano.




Avanzamos con un tercer capítulo titulado «Maneras de vivir», donde nos topamos con todo lo relativo a los bolos y ensayos de aquella época; se hace referencia a un bar llamado El Zappa, crucial en todo lo que se cuenta de esos tiempos; conoceremos la disparidad de bandas y solistas con los que compartieron escenarios; la publicación de «Más Madera» y todo lo que supuso como cambio de dirección musical, este sigue siendo mi disco preferido de Leño, así como las sesiones de fotos para el mismo; la llegada del disco en directo y la razón de haberlo grabado en ese momento; la relación del grupo con eso que se dio por llamar «La movida madrileña»; la edición de «Corre, Corre», con su cambio de productor y el viaje a Londres para grabarlo, y la famosa gira de «El Rock de una noche de verano» junto a Luz casal y Miguel Ríos como antesala de la separación del trío.




El cuarto capítulo, «¡Maldición, un corazón salvaje!», nos pone delante todo el proceso y los sinsabores vividos hasta grabar su primer disco en solitario. Aquí hago un inciso para aclarar que, siempre que se habla de algún disco suyo o de Leño, Rosendo hace un desglose de la temática, el proceso de composición y todo lo referente a los temas que dan forma a dichos discos. Aparecen las primeras colaboraciones, además de sus primeros pinitos como productor, labor con la que nunca se ha sentido satisfecho; los problemas con su antigua compañía, que se dedicaba a sacar este o aquel recopilatorio de Leño cada vez que él editaba un disco; un paso adelante con «Fuera de lugar» y todo lo que supuso la vida de carretera del mismo; la llegada de «…A las lombrices» con la entrada del que sería su bajista, Rafa J. Vegas, hasta el final de su carrera, y ese tono un poco más oscuro que le dio a este redondo. También llegamos a la época de «Jugar al gua», con su cambio de compañía al tiempo que se nos narra esta o aquella experiencia compartiendo tablas con una larga lista de intérpretes y bandas. Aparece el primer disco en vivo, «Directo», grabado en la sala Jácara, del que se nos dan muchos más detalles, antes de dar paso a «¡Deja que les diga que no!», primero con DRO, del que conoceremos la razón del título y la procedencia de la foto de la portada, entre otros asuntos. Llega el momento de «La tortuga» con su entrada en las listas de Cadena 100, la peña que colaboró en el disco, sus gustos musicales en esos años o su relación con la nueva hornada de bandas que estaban despuntando en esos instantes. Con «Para bien o para mal» dejan Madrid para grabar en Almería, lugar que sirve para enterarnos de ciertas anécdotas junto con las nuevas colaboraciones, el asunto de la portada o su marcha a Nueva York para masterizar este trabajo. Antes de alcanzar «Listos para la reconversión», nos topamos con unas declaraciones donde Rosendo se abre de par en par en ciertos temas sin ningún tipo de pudor. La edición del octavo álbum en estudio da paso a la vuelta al formato trío con la entrada de Mariano Montero como batería después de la grabación del mismo. Y con lo relativo al disco tributo al de Carabanchel se da carpetazo a este extenso capítulo.




El capítulo quinto, «Haciendo lo propio», se inicia con el disco de 1998 «A tientas y barrancas», donde se confirma la formación de trío y se nos habla de la aportación de este trabajo a su carrera y del estado anímico del guitarrista en esos instantes. La publicación del directo en la cárcel de Carabanchel fue un punto de inflexión en su recorrido musical y aquí nos vamos a enterar de muchas de las dificultades y satisfacciones que supuso grabar este disco en un sitio tan particular, por decirlo de alguna forma. Avanzamos con lo que significó que le pusieran su nombre a una calle de Leganés hasta toparnos con «Canciones para normales y mero dementes», uno de mis preferidos, en el que empieza a trabajar con su hijo y por el cual le hacen un reportaje en «El país de las tentaciones». Se nos relata su paso por el disco homenaje a Aute, su participación en el disco del 25 aniversario de la revista El Jueves o sus portadas en la revista musical «Todas las novedades». De esta manera alcanzamos la puesta en el mercado de «Veo, veo… Mamoneo!!», con su paso por un estudio francés; el fichaje definitivo de Eugenio Muñoz como técnico de sonido, mánager y productor y el hecho de volver a conseguir el disco de oro con este trabajo. Su siguiente trabajo, «Lo malo es ni darse cuenta», es ya de 2005 y hace hincapié en la crítica social y un repaso a sus canciones favoritas de este redondo. Este tramo se cierra con todo lo referente a la salido del disco de Leño «Vivo ´83» y la entrega de la Medalla de Oro de las Bellas Artes por parte del monarca del momento.




El sexto y último capítulo, «De la mano de la verdad vencida», comienza su andadura con la publicación de uno de los trabajos más raros del de Carabanchel, «El endémico embustero y el incauto pertinaz», donde reconoce que se le fue un poco la olla, además de hablar del formato en el que se editó. La gira junto a Aurora Beltrán y Barricada que se dio por llamar «Otra noche sin dormir», en mi memoria siempre estará ese pedazo de concierto que vi en Las Ventas, se une al disco tributo a Leño, «Bajo la corteza», para dar paso a todo lo referente del siguiente disco, «A veces cuesta llegar al estribillo». Aquí vuelve a colaborar con su hijo y viaja a Londres para dar un concierto ante un público esencialmente español, aparte de grabar un vídeo de su paso por el Palau de la Música de Barcelona. Y así llegamos a otro de mis discos preferidos de su extensa carrera, «Vergüenza torera», donde disfraza su voz con algún efecto en su estudio de Burgos y de cuya gira saldrá la grabación de un nuevo directo en Las Ventas con un montón de invitados.  Antes de alcanzar su último trabajo en estudio, «De escalde y trinchera», Rosendo nos habla de su experiencia por Australia. También sabremos su opinión acerca de hacerle una estatua en Carabanchel y el significado de algunos temas que forman este disco. Y así, página tras página, álbum tras álbum, alcanzamos todo lo que supuso su última gira que llevó por nombre «Mi tiempo señorías…», las razones de dicha despedida y un montón de cosas que merece mucho la pena conocer, además de sus contadas apariciones después encima de un escenario.



Como ya indiqué, el libro se cierra con dos epílogos, uno por Kike. Si tuviera que quedarme con una o varias cosas de esta obra volvería a destacar la cercanía de su protagonista, la sinceridad con la que habla y lo agradable que es siempre saber ciertos asuntos de uno de mis músicos preferidos de siempre del panorama estatal. Él dice que no va a seguir dando conciertos, pero que, puede, que siga grabando discos. Sea como fuere, Rosendo, gracias por todo. Y si Leño es pa siempre, tú serás pal infinito y más allá.

 


 


jueves, 2 de noviembre de 2023

Texto Mandrílico Noviembre 2023

 

SÁBANAS NEGRAS


Hoy compré unas sábanas negras. El motivo principal que me ha llevado a decantarme por este color no es otro que el amarilleamiento de la funda de la almohada producido por el sudor y el calor que sale de mi cabecita loca cuando sueño, duermo o tengo pesadillas. Mientras las colocaba sobre el colchón, me he fijado en la foto de mis abuelos que tengo en la habitación preguntándome si alguna vez se habrían imaginado que este esqueleto rectangular de madera, epicentro de sus intimidades, que me cedieron en herencia terminaría algún día teniendo unas sábanas de esta tonalidad. Esto, como la mayoría de lo referente a nuestros antepasados, será siempre todo es un misterio sin resolver.

Anoche dormí por primera vez arropado por esas sábanas negras. Cerré los ojos y, sin quererlo ni beberlo, su runrún comenzó a moldear mi insomnio. Al principio noté cómo un murmullo lejano e ininteligible entraba en tropel por mis oídos hasta hacerse entender de manera cristalina: «La mayor cualidad del negro es la invisibilidad». Y lo repetía una y otra vez instalando el desvelo con cada vuelta que me cuerpo daba en busca del descanso. Cuando sentí que mi cerebro iba a escapar de su cárcel ósea, las sábanas me gritaron: «Perteneces al bando de los invisibles. Por eso también eres negro».

Mi vigilia logró sosegarse con esta afirmación al tiempo que mi somnolencia intentaba entender el significado de ese bando y, sobre todo, quiénes lo integraban. Para cuando me quise dar cuenta, comenzaron a desfilar ante mí cientos de los cuerpos atormentados de fugados y desertores de cualquier guerra. Entre todos formaban una estampida cuya meta era el precipicio de un acantilado sin fondo. Sus manos se aferraban a mi cabeza y me obligaban a contemplar los brazos extendidos de cientos de mendigos en su menesteroso día a día y los de otros tantos agujereados por el lucrativo negocio del polvo. Al mismo tiempo, en mis oídos retumbaba el suspiro postrero producido por las últimas burbujas producidas por la respiración de un sinfín de ahogados en su caída libre a las profundidades del mar como final de su huida hacia un futuro incierto.

Envuelto en sudor, las sábanas negras mi hicieron viajar en los vagones de La Bestia en tanto que sus ventanillas me ofrecían un paisaje cuyo trino era el doloroso canto de los cuerpos y miembros segados por sus ruedas metálicas. Las vías me obligaron a descender teniendo como parada un campo de refugiados sembrado en el terreno que vio nacer la vieja civilización helena. Allí me mezclé con decenas de idiomas, rasgos y facciones. Caminé entre los surcos de su plantación de tiendas maltrechas regadas con drogadicción, hambre, angustia y enojo. Me arrastré por sus túneles de salida, salté por encima de sus vallas, soborné a los guardias a cambio de mi cuerpo. Y de este modo, envuelto en sábanas negras, me evadí hasta camuflarme con una oscuridad en la que solo resaltaba una estrella de ilegal cosida a mi espalda.

Galopé enfundado en mi halo de luto y solo frené cuando mis súplicas se mezclaron con los gritos de cientos mujeres violadas por la religión antes de que el desierto se tragara sus cuerpos. A ellos se unieron los alaridos de miles de homosexuales humillados que colgaban de las sogas infinitas de cualquier creencia única y verdadera. Delante de un millar de transexuales ultrajadas por el culto de su vecindad, las lágrimas de centenas de niñas entregadas en mano por la tradición de los que decían ser sus antepasados se sumaban a la caída libre al centro de la nada de incontables esclavos mecidos por el eco de otras tantas voces goleadoras.

Aferrado codo con codo con cada uno de ellos contemplé el abandono de la prensa, la estadística de la sinrazón, el olvido de sus almas, la desidia de la sociedad, el desprecio de sus recepcionistas, la prórroga de la esperanza, la carencia de humanidad por parte de sus anfitriones y, sobrevolándolo todo, la omisión de socorro de siglos de Historia.

Hoy compré unas sábanas negras que, como todo lo negro, tienen como mayor cualidad la invisibilidad.