lunes, 14 de diciembre de 2020

Tomás Pavón: "El Último Romántico"

 



Segunda obra que leo de Tomás Pavón quedándome con una sensación igual de buena que con la primera. Es más, me empiezo a enganchar a su forma de escribir, crear personajes, espacios y vivencias, además de a su estilo y ritmo. Estuve en la presentación de “El Último Romántico” hace unas semanas y, después de escuchar al autor, me entraron unas ganas inmensas de leer el libro. Supongo que algo tiene que ver nuestra atracción por la música. Esto no implica que tengamos los mismos gustos en ese campo, pero, personalmente, cualquier obra donde la música esté más que presente me resulta bastante atractiva. Ya de por sí, la sinopsis que mi compañero de tertulia, y miembro de la editorial Letras Cascabeleras, Vicente Rodríguez Lázaro hace del libro se muestra como una tentadora y acertada invitación a conocer lo que se plasma en sus páginas. Señalar, a su vez, esa tremenda portada del libro que se ha currado mi también compañera de andanzas literarias Cora Ibáñez.




Tomás Pavón echa a andar en esto de la escritura siendo bastante joven. Consigue el primer Premio de Poesía “Residencia” en 1979 para pasar a colaborar en distintas radios y periódicos durante la siguiente década. A mediados de los noventa del siglo pasado se convierte en columnista del periódico Hoy. Una selección de lo publicado en dicho periódico autonómico acabará plasmada en su obra “Fin De Milenio”. Casi al mismo tiempo colabora en el programa de radio “La Bahía”, de Radio 3, a la vez que publica “El Cuaderno De Corto Maltés”. Vuelve al Hoy a comienzos del siglo actual con la columna “Contraplano”, publica “El Desván De La Memoria” y se convierte en el director del programa de radio “Mestizo Mundo”, en Canal Extremadura Radio. Repite la jugada de recopilar algunas de sus publicaciones en el rotativo regional para dar forma a “Almanaque”. Unos años más tarde acaba poniendo en el mercado “El Novio De Betty Boop”, del que tenéis una entrada en este humilde blog por si queréis saber un poco más de él.







Como bien nos comentó Tomás durante la presentación de su libro, este se basa en el concepto de la cara A y B de un disco. Para ello lo divide en dos partes que a su vez se fraccionan en varios capítulos que tienen por título el de las distintas canciones que dan forma al repertorio que el protagonista, Suso Cruz, lleva a cabo durante una actuación nocturna en el Pai Pai. La obra arranca, y el nombrado repertorio, con “Begin the beguine”, de Cole Porter, interpretada por Frank Sinatra, entre otros, dando pie a uno de los elementos que sobrevuela en todo momento la obra, el frío. Un frío, tanto atmosférico como personal, que te atrapa al instante. De igual forma, se nos da a conocer a Suso y algunas de sus cualidades, como la falta de poder de composición, su atracción hacia las vírgenes de muy distintos lugares o su don como vocalista. Aquí aparece, por primera vez en acción, el segundo protagonista principal, el mánager Pepe Ledesma. “No soy de aquí”, de Facundo Cabral, da paso al siguiente capítulo donde averiguaremos la procedencia y vida infantil y juvenil tanto de Suso como de Pepe; su primer encuentro y la propuesta de trabajar juntos. En este momento el libro entra en una serie de saltos en el tiempo bastante acertados que rompen con la monotonía que podría llegar a ser si la trama fuera contada de manera cronológica directamente.






“Toda una vida”, de Antonio Machín, es el avance en el repertorio de Suso Cruz en el Pai Pai. Este tema nos dirige a los primeros escarceos sexuales de Suso en lo que fue su primer trabajo remunerado. Con “A veces llegan cartas”, de Julio Iglesias, nos adentramos en ese paso que se daba socialmente como entrada en la vida adulta que no era otro que la mili que el protagonista vive en una ciudad que, elegida de manera acertada por parte del escritor, no es otra que Cáceres. Continúa la actuación, y con ella el libro, con “Hoy tengo ganas de ti”, de Manuel Gallardo, para ponernos delante las primeras vivencias musicales de Suso como vocalista de la Orquesta Carrusel además de su primera relación sentimental, digamos, seria. “Corazón gitano”, de Nicola di Bari, da pie al comienzo del ascenso de Suso como vocalista, así como la atracción que este papel tiene para cierta parte del público, en este caso, el femenino. Siguiendo con “La Distancia”, de Roberto Carlos, nuestro cantante, animado por su ya mánager Pepe Ledesma, prueba suerte en la capital del Estado, llegando a triunfar en uno de los concursos televisivos de la época después de pasar penurias en un mísero piso de Vallecas. Esto hará que su carrera y la promotora de Ledesma, La Vía Láctea, alcen el vuelo sin poner los ojos en el horizonte. El repertorio sigue su curso con “Luna de miel”, de Gloria Lasso, para acercarnos al momento en el que nuestro vocalista se ve inmerso en todo lo relacionado con las revistas y los programas del “corazón”. Una vorágine de fiestas, lujos, grabación de un disco y su correspondiente gira, amores y desamores se ve reflejada en estas páginas avanzando en su actuación para llegar al instante de la interpretación de “Quizás, quizás, quizás”, de Osvaldo Farrés. Y qué mejor tema que “Vivir así es morir de amor”, de Camilo Sesto, para cerrar el primer pase, o cara A, de la historia que nos cuenta Tomás. Parte que se cierra con el mayor de los desengaños, tanto profesional como afectivo, que hará que Pepe Ledesma y Suso regresen a su ciudad para intentar seguir con el desarrollo de sus carreras como bien puedan.






La segunda parte, o cara B, me ha parecido mucho más atractiva que la primera. Supongo que será porque en ella conocemos más a fondo a los personajes desde el punto de vista humano y no artístico, a esto le sumas que las reflexiones del autor se vuelven más incisivas y profundas para conseguir que te enganches definitivamente al texto. Después de impasse en su intervención nocturna en el Pai Pai, Suso arranca con “Es mi vida”, de Salvatore Adamo, para ponernos de frente la pura realidad, siempre adornada con ese terrible frío que lo envuelve todo. El momento de “La vida sigue igual”, de Julio Iglesias, es el que más me ha gustado del libro. La razón no es otra que entender muchos de los sentimientos, decepciones, sufrimientos y maneras de afrontar el mundo del personaje principal hasta convertirse en un pasaje donde nos vemos reflejados much@s por las razones que se tratan en el mismo. Suso sigue haciéndose con las tablas del Pai Pai mientras de su garganta sale “Una sencilla canción de amor”, de Tony Landa. Aquí conoceremos sus amores de pubertad, sus primeras rebeliones familiares con ese pelo largo a lo Beatle o su primera experiencia dentro de un grupo musical. Con “Frente a frente”, de Janette, descubriremos todos los entresijos de la historia del local más nombrado en el texto, el Pai Pai. Sus moradores anteriores y actuales, sus empleados, los momentos de gloria, ostracismo obligatorio y vuelta a una cosa y a la otra. “Adoro”, de Armando Manzanero, nos muestra el siguiente espacio imprescindible en toda esta trama, el prostíbulo Magnolia, regentado por Angélica, “La Calculadora”, donde trabaja Esmeralda, “La mujer sin edad”, con la que Suso comparte habitación y vida. Aquí nuestro cantante descubrirá ciertos pasajes oscuros de su familia. Seguimos profundizando en los espacios, en este caso la pensión Marina, que acogen tanto a Ledesma como a de la Cruz, mientras suena de fondo “Qué será”, el éxito de José Feliciano. Es en esta residencia donde Pepe Ledesma de sus primeros pasos como devaneos dentro de ciertas fuentes de financiación a la par que su protegido pone voz a “Todo pasará”, de Nelson Ned. El capítulo donde Suso se acerca al término de su función hace alusión a “El último romántico”, de Nicola di Bari. Esta es otra parte esencial del libro, con esas fabulosas reflexiones del autor acerca de la vida, el Olimpo o el término “friqui”. Se vislumbra el final de la noche en el Pai Pai con el solista dejándose el alma en “Amigo”, tremendo éxito de Roberto Carlos, que él dedica en cada actuación a Pepe Ledesma sin que este le preste demasiada da atención. El colofón, del libro, de la historia, del concierto de Suso no podría ser otro que “A partir de mañana”, de Alberto Cortez. El círculo se cierra a base de nuevas reflexiones de lo más acertadas por parte de Tomás y ese paseo nocturno tan cinematográfico de Pepe y Suso siempre acompañados por el frío como eterno tercer personaje principal de la obra.



Insisto en la manera de escribir de Tomás con esas expresiones que hacen que te sientas identificado con los personajes, sus reflexiones sobre la vida y el mundo y esas frases lapidarias que inundan el texto. Extraordinario todo lo referente al mundo de la farándula con sus claros, luces, oscuridades, túneles, drogas, alcohol y excesos. Además, como en obras anteriores, el lector aprenderá mucho acerca del mundo de la música, o, en el caso de que esté al tanto del mismo, hará un buen repaso. De lo que sí me he percatado es de la existencia de cierto paralelismo entre esta publicación y la anterior a la hora de seguir una línea de desarrollo. En aquella era un viaje en bici, aquí la actuación de una noche. Todo tiene como resultado “El último romántico” que os recomiendo encarecidamente, cuya lectura os llevará a momentos pretéritos que much@s de nosotr@s, de una forma u otra, hemos vivido. No quiero acabar este artículo sin felicitar por enésima vez, espero que haya muchísimas más, al personal de Letras Cascabeleras por la enorme labor que están llevando a cabo. Para mí, es todo un placer ver cómo la colección “Estrébedes”, que arrancó con mi primer libro en solitario, crece con autores/as de la calidad de Tomás Pavón.



 






martes, 1 de diciembre de 2020

Texto Mandrílico Diciembre 2020

 

DINERO NEGRO


El olvido, ese gran traidor a la verdad, es el encargado de que cada generación de humanos piense que es la más moderna, la mejor hasta el momento, la auténtica, la menos o más cruel, según se mire al ombligo o a las manos, la que se burla de las anteriores acusándolas de ignorantes y fanáticas, pero, sobre todo, la más bellamente soberbia. Los años pasan esterilizando ese cúmulo de ideas y sensaciones hasta que son engullidos con igual voracidad por aquellos que se autoproclaman como nuevos reyes de la humanidad. Entonces, solo queda la memoria, la misma de la que yo voy a hacer uso para contaros este relato que os hará recordar que todos, absolutamente todos, habéis formado parte, queriendo o sin querer, de esto que se agolpa en mi cabeza.

Hace mucho tiempo, tanto que ni siquiera existía el término mucho, ni poco, conocí a un ser en un cruce de caminos. Después de llevar horas conversando de manera amigable, ignorante de mí, tuve la osadía de preguntarle su nombre. Él sonrío, a sabiendas de que esa curiosidad innata en nosotros le daba pie a expresarse tal y como era. Dijo llamarse Látigo. Me atrevo a prometer que en mi larga trayectoria anterior me había topado con seres y sentimientos de muy distinta índole, mas este sobresalía por su novedosa y conspiradora arrogancia. Siguió presentándose como alguien que formaba parte de la historia de un hijo que, sin mala intención alguna, fue obligado por sus hermanos a entrar en la tienda de su padre cuando este estaba borracho, encontrándoselo desnudo por los efectos del alcohol. De pronto, cambió la versión de su origen hasta llegar casi al abismo de lo conocido y fanfarronear con riquezas, guerras y poder. Aburrido, me levanté de mi aposento arenoso y caminé con la intención de dejar atrás todas sus ínfulas y altanería. Con cada intento mío por alejarme, él se erguía, tieso como una cobra y, de igual manera, dejaba que diera los pasos suficientes hasta creer sentirme seguro y se abalanzaba sobre mis tobillos arrastrándome hasta que mis nalgas volvían a posarse en el mismo lugar donde lo había encontrado. Una huida mía iba seguida de un regreso y una versión nueva de su procedencia. Todas competían por ser la más sangrienta, y cuanto más sangre y dolor, más larga se hacía su narración.

Me retuvo tantas veces en aquel cruce con su verborrea que no fui consciente del paso del tiempo hasta que por su boca comenzaron a salir nombres de niños, mujeres, ancianos y hombres de distintas edades, razas y procedencia. Mencionaba a uno y aparecían cientos, qué digo, miles, más que miles. Se acercaban desde todas las direcciones remolcando sus caras huesudas, la mayoría sin dientes, ojos, orejas o dedos y arrastrando sus cuerpos de espaldas obscenamente surcadas. Otro estallido suyo en el aire y el tumulto aumentaba a la par que reía ensanchando su pecho, no de aire, sino de hambre, pobreza, miedo y torturas. Ya no le era necesario paralizarme por los tobillos, la sola presencia de aquella gente susurrándome en idiomas que ni yo mismo recordaba me mantenía pegado al suelo.

A una orden suya, igual que aparecerían se esfumaban hasta volver a repartirse por todos los confines del mundo. Aproveché uno de esos instantes para mezclarme entre ellos y desaparecer como si fuera uno más. Corrí durante siglos y conocí muchas civilizaciones, más de los que os cuentan en esos libros que llamáis de historia, escritos, precisamente, por los acólitos del látigo. Pero, por más que corro e intento escabullirme, él siempre da conmigo. Erguido, me mira con esos ojos fraudulentos, me toca con sus manos manchadas de monedas ordenándome volver al cruce de partida. Durante mi obediente y cabizbajo regreso me pregunto por las razones de mi mansedumbre. Con cada vuelta el paisaje cambia. Ahora es un circo, luego plantaciones, en muchos casos palacios, en otros tantos minas, bosques o desiertos, cuando no burdeles, entre cuatro paredes o al aire libre, o un sinfín de pateras o cayucos. Cualquiera de ellos me vierte hasta rellenar una vasija donde protagonizo, una tras otra, la beoda tragedia de desprecio, horror y humillación en la que se ha convertido mi vida. En todas subsisto entonando la misma cantinela con la intención de escapar de esta pesadilla. Se trata de una melodía compuesta, nota a nota, con cada chasquido que él da al viento. De este modo, llego al estribillo machacón que, constantemente, me recuerda que soy un esclavo al que explotan de sol a sol mientras los billetes salen de mis costillas, sin entrar en mi faltriquera, para atiborrar el insaciable buche del látigo.

Pensaréis que soy un maleducado por no haberme presentado. Os puedo decir que, después de tantos siglos, tengo millones de nombres, pero todos se resumen en uno, Dinero Negro.