jueves, 2 de mayo de 2024

Pilar Alcántara: El Mapa De Mis Palabras

 





Cada libro de mi compañera “croquetera” Pilar Alcántara es una obra que, como he repetido en múltiples ocasiones, debería ser de obligada lectura en los colegios y escuelas del Estado. Si ya pensaba esto de sus anteriores publicaciones, con El mapa de mis palabras me convenzo cien por cien de ello. Como bien dice la autora, estas páginas dan forman a un ensayo donde se reflejan las reflexiones y las memorias de una maestra poeta. Y sí, compañer@s, en este caso, la experiencia es un grado. Treinta años impartiendo clase en distintos puntos de la geografía extremeña dan para que nos sentemos y leamos detenidamente, con los oídos bien abiertos, todo lo que Pilar revela en estas páginas.





Después de un gran prólogo a cargo de la maestra de Educación Infantil Rosi Núñez Martín y de una introducción de la propia autora, echamos a andar siguiendo las directrices de este mapa. Aquí se mezclan recuerdos y vivencias infantiles con experiencias laborales protagonizadas por reflexiones personales junto a una gran cantidad de anécdotas por parte de sus alumn@s, algunas muy divertidas y otras no tanto. Todo presentado con los exlibris previos de Marisa Muriel Romero, además de algunas citas de distintos autores/as. Pero antes de ponernos en marcha, he de reconocer que me he visto reflejado en muchos de los pasajes y recuerdos que Pilar plasma en cualquiera de los capítulos o senderos que dan forma a este atlas de vivencias. Esto salvando siempre esa gran diferencia educativa que tuvimos que superar, aún estamos en ello, por el hecho de ser niño o niña. Algo de lo que, al igual que la autora, no culpo a nuestras madres y padres, pues si consiguieron, junto con algun@s de nuestr@s maestr@s, que pensemos, sintamos y nos expresemos tal y como somos ahora es que no lo debieron hacer tan mal.




En el punto de partida de este trayecto se encuentra la tentación, que, mezclada con la confesión que aparece en otro lugar de este mapa, dan forma a un sinfín de pesadumbres adultas, como la bola de fuego que protagoniza del emplazamiento 24 de nuestro itinerario. Madre mía, l@s que hemos estudiado en colegios de curas y monjas sabemos de primera mano el miedo y el sentimiento de culpa que nos hacían pasar con todo este asunto del Infierno y el pecado. Menudos traumas tan injustos que nos han metido en la cabeza, de los cuales aún nos quedan resquicios. Y como es normal, siendo niñ@, tarde o temprano caes, una y cien veces, en eso que inevitablemente daba forma a la supuesta maldad, pues la curiosidad forma parte del crecimiento como seres humanos, por mucho demonio que se ponga por medio.





Como he dicho antes, hay muchas similitudes entre lo que Pilar cuenta aquí y mis vivencias. En el caso de Pipo y Perla, su pato posteriormente “desaparecido” y su gata maltratada, en mi casa había un montón de animales cuando nací. Bueno, cualquier casa del pueblo era una pequeña granja de subsistencia. Y también era de l@s niñ@s que lloraba cuando había que matar una gallina o un pavo y me ponía de los nervios cuando le hacían ciertas vacaburradas, mejor no las nombro, a los animales. Está más que bien que la autora inculque a sus alumn@s ese amor y respeto hacia ellos. Soy de l@s que piensan que no hay mejor clase de psicología y humanidad que la interrelación entre niñ@s y animales.




Está claro que, cuando somos pequeñ@s, y no tan pequeñ@s, tenemos y usamos palabros que luego resultan graciosos para l@s adult@s una vez que descubren su significado. El “quinqué” de Pilar era, y es, mi “zarium”, término que me inventé y llevé a cabo con mis primas, sobre todo, y con la mayoría de mis amig@s. Avanzamos en nuestra ruta y nos topamos con esos juguetes que nos regalaban por cumpleaños y Reyes, para l@s nacid@s a partir de mediados de diciembre y primeros de enero, estos iban juntos. Papá Noel no había llegado aún por estos lares, o andaba demasiado ocupado atendiendo a niñ@s de otras partes del mundo. Por supuesto, eran juguetes y juegos sexistas que llegaban a tus manos por ser esto y no aquello, y viceversa. Así que el trabajo que Pilar y otr@s maestr@s realizan en sus aulas para derribar estos muros es el principio de una apertura de la que, espero, no haya vuelta atrás.




Cuántas veces ha de soportar una mujer que la llamen “puta” a lo largo de su vida, cuántas se lo han dicho sin piedad delante de sus hij@s y cuántas más se la han tatuado sobre sus pieles esos mismos dedos hipócritas que las señalan. No sé si de pequeño se usaba para expresar que te sentías traído por una chica, no lo tengo tan claro, sobre todo si la escuchas continuamente dentro de tu casa refiriéndose a mujeres de manera despectiva, este no es mi caso. Pero lo que sí sé es que hay que aclarar el significado de estos términos a l@s niñ@s que nos preguntan por ellos para que puedan empezar a comprender el daño que se llega a hacer con su uso.





Otra analogía que tengo con las que hace referencia Pilar es mi educación a través de tres madres, mi tía, mi abuela y mi madre. Y, al igual que ella, aunque por circunstancias distintas, mi madre y mi tía tuvieron que desempeñar su maternidad en cierta soledad. Algo bien distinto a cómo se lleva en estos tiempos, menos mal. Los problemas de los progenitores se evidencian en el comportamiento de l@s alumn@s en las aulas, del mismo modo que se proyectan sobre ell@s los que surgen siendo maestra y madre a la vez. A pesar de que los padres se involucran cada vez más en ciertas responsabilidades, son las madres las que siguen ejerciendo como tales dentro y fuera de la escuela. Aquí la conciliación familiar, como en otros campos, continúa dejando mucho que desear.




La salud debería ser una asignatura obligatoria en cualquier colegio que se precie. Enseñar y aprender a sobrellevar el dolor, la enfermedad o los problemas psíquicos es algo que habría que aprender desde bien chic@, si es con métodos como los que usa Pilar, mucho mejor. Qué bien nos habría venido que nos aclararan ciertas cosas en vez de escuchar de continuo eso de que: “Los niños no lloran”, por poner ejemplo. Para comprender lo que digo solo tenéis que avanzar entre los puntos siete y diez de este mapa antes de seguir adelante.




Sé que, para nuestros padres y madres, en general, somos l@s niñ@s más guap@s del mundo. Pero hay que concienciarse de que l@s demás también son guap@s. Así que mejor dejar atrás esos estándares sociales de belleza que tan mal hacen, y que tanto han cambiado a lo largo de los siglos, y no hacer caso de tant@ influencer actual o iluminati del pasado. Mejor ver que tod@s, absolutamente tod@s, gustamos y tenemos nuestro público.




De pequeñ@s siempre había lugares que nos parecían el Paraíso. Ya fuera porque nos permitía diferenciarnos de l@s demás o porque nos hacía sentir como si fueran propios, como el Coliseum, el Gran teatro o Jerte para Pilar. En cierto modo lo eran, sobre todo porque nos sentíamos libres y protegid@s. Y a lo largo de nuestro desarrollo como personas hemos tenido personajes de series, libros, películas o cómics que nos han marcado. Yo también soy de Pippi, Félix Rodríguez de la Fuente o Corto Maltés, por ejemplo. Ahora esos referentes son bien distintos, algo normal, pero deben ser igual de válidos y, en el caso de no serlo, hacer ver a la infancia las razones de esa nulidad. De igual forma, hay personas que se nos quedan en la mente, para bien o para mal. Y así es cómo Pilar recuerda a su dentista Don Telesforo de distinta manera que a algun@s de sus profesores/as.




Poco nos queda por recorrer de lo indicado en este mapa, pero lo que queda es arduo. Lo es porque se trata de sentimientos, por un lado, y de experiencias vitales por las que, digamos, ningún niñ@ debería pasar en su corta edad, sin obviar que se pregunte por ellas. Hay tramos donde confluyen distintos senderos que van desde la traición, ejercida tanto sobre nosotr@s como por nosotr@s hasta la amistad, para mí, el sentimiento más grande de este mundo, por encima del amor que protagoniza el enclave 21, pasando por el miedo que nunca nos enseñaron a canalizar; el perdón que nada tiene que ver con el de la confesión; el dolor que jamás nos tuvimos que tragar en silencio; la ilusión que nunca se debe perder, al menos que tu meta sea borrar todo atisbo de humanidad de tu mente, o la esperanza como motor de cambio, siempre a mejor, en todo lo que hacemos día a día.




En lo referente a esas experiencias vitales nombradas, en la encrucijada 19 se sitúa la muerte, sentimiento y riesgo que no puede faltar en cualquier travesía, y que no debemos pasar por alto cuando se trata de l@s niñ@s. En otros puntos nos topamos con los juicios supremos y con los que vienen de aquell@s que nos recuerdan nuestra posición social de manera excluyente. Tanto por ser hija de un portero como por serlo de viuda, con aquello de: “¿Cómo no quieres que sea un niñ@ esto o lo otro si no tiene padre?”. A pesar de todo, con esto conseguían justo el efecto contrario, pues nos hacían sentir orgullos@s de nuestros padres y madres. Y, como bien cuenta Pilar, el tiempo pone a cada cual en su sitio. Más tarde sale a relucir la cuestión de género. Otro de los parajes que más frustraciones, desvelos y miedos nos han acarreado y que, por desgracia, seguimos acarreando. Con maestr@s como Pilar, este desierto se hace menos pedregoso. Luego queda atravesar las dunas de lo que te inculcan en casa, que suele ser donde te hundes o de las que sales con más fuerza y apoyo, eso depende de cada techo.




No me puedo olvidar del lugar de este mapa que sirve de avituallamiento. En él puedes permanecer el tiempo que necesites y creas conveniente. Eso sí, sin olvidar que hay que recorrer el viaje entero. Este fantástico sitio se posiciona en el punto 22 y, cómo no, lo protagonizan los libros. Siempre que tengas algún problema o duda, regresa al lugar marcado por ellos. Allí encontrarás todas las respuestas que necesitas y las preguntas que, quizás, debas plantearte. Y, como en cualquier odisea, lo mejor se concentra en su meta o final. Para ello, la nuestra nos ofrece un gran epílogo y un recetario de anécdotas que sirven para recordarnos que todo lo vivido en este periplo parte de la verdadera inteligencia, que no es otra cosa que eso a lo que le dan por llamar inocencia.




Gracias, amiga Pilar, por este plano, mapa y atlas; por todo lo que has conseguido sacar a la luz dentro de mí después de años en la oscuridad; por conseguir que no reniegue del todo de un futuro mejor; por apostar por la calma y el entendimiento que, muchas veces, no recibimos en nuestros colegios; por mostrarme espejos donde veo reflejados momentos y vivencias que nunca volverán y, por encima de todo esto, por lograr que me identifique con el niño que no ve ni el círculo ni el dedo, sino la uña. Siempre supe, ahora estoy convencido de que ellos me lo susurraron en su momento, que los árboles respiran por las hojas, por mucho que los demás me dijeran que eso era imposible porque no tienen pulmones. ¡¡Y qué viva Alberto!!