Cada libro de mi compañera “croquetera” Pilar Alcántara es
una obra que, como he repetido en múltiples ocasiones, debería ser de obligada
lectura en los colegios y escuelas del Estado. Si ya pensaba esto de sus
anteriores publicaciones, con El mapa de mis palabras me convenzo cien
por cien de ello. Como bien dice la autora, estas páginas dan forman a un
ensayo donde se reflejan las reflexiones y las memorias de una maestra poeta. Y
sí, compañer@s, en este caso, la experiencia es un grado. Treinta años
impartiendo clase en distintos puntos de la geografía extremeña dan para que
nos sentemos y leamos detenidamente,
con los oídos bien abiertos, todo lo que Pilar revela en estas páginas.
Después de un gran prólogo a cargo de la maestra de Educación
Infantil Rosi Núñez Martín y de una introducción de la propia autora, echamos a
andar siguiendo las directrices de este mapa. Aquí se mezclan recuerdos y
vivencias infantiles con experiencias laborales protagonizadas por reflexiones
personales junto a una gran cantidad de anécdotas por parte de sus alumn@s,
algunas muy divertidas y otras no tanto. Todo presentado con los exlibris
previos de Marisa Muriel Romero, además de algunas citas de distintos
autores/as. Pero antes de ponernos en marcha, he de reconocer que me he visto
reflejado en muchos de los pasajes y recuerdos que Pilar plasma en cualquiera
de los capítulos o senderos que dan forma a este atlas de vivencias. Esto
salvando siempre esa gran diferencia educativa que tuvimos que superar, aún
estamos en ello, por el hecho de ser niño o niña. Algo de lo que, al igual que
la autora, no culpo a nuestras madres y padres, pues si consiguieron, junto con
algun@s de nuestr@s maestr@s, que pensemos, sintamos y nos expresemos tal y
como somos ahora es que no lo debieron hacer tan mal.
En el punto de partida de este trayecto se encuentra la
tentación, que, mezclada con la confesión que aparece en otro lugar de este
mapa, dan forma a un sinfín de pesadumbres adultas, como la bola de fuego que
protagoniza del emplazamiento 24 de nuestro itinerario. Madre mía, l@s que
hemos estudiado en colegios de curas y monjas sabemos de primera mano el miedo
y el sentimiento de culpa que nos hacían pasar con todo este asunto del
Infierno y el pecado. Menudos traumas tan injustos que nos han metido en la
cabeza, de los cuales aún nos quedan resquicios. Y como es normal, siendo niñ@,
tarde o temprano caes, una y cien veces, en eso que inevitablemente daba forma
a la supuesta maldad, pues la curiosidad forma parte del crecimiento como seres
humanos, por mucho demonio que se ponga por medio.
Como he dicho antes, hay muchas similitudes entre lo que
Pilar cuenta aquí y mis vivencias. En el caso de Pipo y Perla, su pato
posteriormente “desaparecido” y su gata maltratada, en mi casa había un montón
de animales cuando nací. Bueno, cualquier casa del pueblo era una pequeña
granja de subsistencia. Y también era de l@s niñ@s que lloraba cuando había que
matar una gallina o un pavo y me ponía de los nervios cuando le hacían ciertas
vacaburradas, mejor no las nombro, a los animales. Está más que bien que la
autora inculque a sus alumn@s ese amor y respeto hacia ellos. Soy de l@s que
piensan que no hay mejor clase de psicología y humanidad que la interrelación
entre niñ@s y animales.
Está claro que, cuando somos pequeñ@s, y no tan pequeñ@s,
tenemos y usamos palabros que luego resultan graciosos para l@s adult@s una vez
que descubren su significado. El “quinqué” de Pilar era, y es, mi “zarium”,
término que me inventé y llevé a cabo con mis primas, sobre todo, y con la
mayoría de mis amig@s. Avanzamos en nuestra ruta y nos topamos con esos
juguetes que nos regalaban por cumpleaños y Reyes, para l@s nacid@s a partir de
mediados de diciembre y primeros de enero, estos iban juntos. Papá Noel no
había llegado aún por estos lares, o andaba demasiado ocupado atendiendo a
niñ@s de otras partes del mundo. Por supuesto, eran juguetes y juegos sexistas
que llegaban a tus manos por ser esto y no aquello, y viceversa. Así que el
trabajo que Pilar y otr@s maestr@s realizan en sus aulas para derribar estos
muros es el principio de una apertura de la que, espero, no haya vuelta atrás.
Cuántas veces ha de soportar una mujer que la llamen “puta” a
lo largo de su vida, cuántas se lo han dicho sin piedad delante de sus hij@s y
cuántas más se la han tatuado sobre sus pieles esos mismos dedos hipócritas que
las señalan. No sé si de pequeño se usaba para expresar que te sentías traído
por una chica, no lo tengo tan claro, sobre todo si la escuchas continuamente
dentro de tu casa refiriéndose a mujeres de manera despectiva, este no es mi
caso. Pero lo que sí sé es que hay que aclarar el significado de estos términos
a l@s niñ@s que nos preguntan por ellos para que puedan empezar a comprender el
daño que se llega a hacer con su uso.
Otra analogía que tengo con las que hace referencia Pilar es
mi educación a través de tres madres, mi tía, mi abuela y mi madre. Y, al igual
que ella, aunque por circunstancias distintas, mi madre y mi tía tuvieron que
desempeñar su maternidad en cierta soledad. Algo bien distinto a cómo se lleva
en estos tiempos, menos mal. Los problemas de los progenitores se evidencian en
el comportamiento de l@s alumn@s en las aulas, del mismo modo que se proyectan sobre
ell@s los que surgen siendo maestra y madre a la vez. A pesar de que los padres
se involucran cada vez más en ciertas responsabilidades, son las madres las que
siguen ejerciendo como tales dentro y fuera de la escuela. Aquí la conciliación
familiar, como en otros campos, continúa dejando mucho que desear.
La salud debería ser una asignatura obligatoria en cualquier
colegio que se precie. Enseñar y aprender a sobrellevar el dolor, la enfermedad
o los problemas psíquicos es algo que habría que aprender desde bien chic@, si
es con métodos como los que usa Pilar, mucho mejor. Qué bien nos habría venido
que nos aclararan ciertas cosas en vez de escuchar de continuo eso de que: “Los
niños no lloran”, por poner ejemplo. Para comprender lo que digo solo tenéis
que avanzar entre los puntos siete y diez de este mapa antes de seguir
adelante.
Sé que, para nuestros padres y madres, en general, somos l@s
niñ@s más guap@s del mundo. Pero hay que concienciarse de que l@s demás también
son guap@s. Así que mejor dejar atrás esos estándares sociales de belleza que
tan mal hacen, y que tanto han cambiado a lo largo de los siglos, y no hacer
caso de tant@ influencer actual o iluminati del pasado. Mejor ver que tod@s,
absolutamente tod@s, gustamos y tenemos nuestro público.
De pequeñ@s siempre había lugares que nos parecían el Paraíso.
Ya fuera porque nos permitía diferenciarnos de l@s demás o porque nos hacía
sentir como si fueran propios, como el Coliseum, el Gran teatro o Jerte para
Pilar. En cierto modo lo eran, sobre todo porque nos sentíamos libres y
protegid@s. Y a lo largo de nuestro desarrollo como personas hemos tenido
personajes de series, libros, películas o cómics que nos han marcado. Yo
también soy de Pippi, Félix Rodríguez de la Fuente o Corto Maltés, por ejemplo.
Ahora esos referentes son bien distintos, algo normal, pero deben ser igual de
válidos y, en el caso de no serlo, hacer ver a la infancia las razones de esa
nulidad. De igual forma, hay personas que se nos quedan en la mente, para bien
o para mal. Y así es cómo Pilar recuerda a su dentista Don Telesforo de
distinta manera que a algun@s de sus profesores/as.
Poco nos queda por recorrer de lo indicado en este mapa, pero
lo que queda es arduo. Lo es porque se trata de sentimientos, por un lado, y de
experiencias vitales por las que, digamos, ningún niñ@ debería pasar en su
corta edad, sin obviar que se pregunte por ellas. Hay tramos donde confluyen
distintos senderos que van desde la traición, ejercida tanto sobre nosotr@s
como por nosotr@s hasta la amistad, para mí, el sentimiento más grande de este
mundo, por encima del amor que protagoniza el enclave 21, pasando por el miedo
que nunca nos enseñaron a canalizar; el perdón que nada tiene que ver con el de
la confesión; el dolor que jamás nos tuvimos que tragar en silencio; la ilusión
que nunca se debe perder, al menos que tu meta sea borrar todo atisbo de
humanidad de tu mente, o la esperanza como motor de cambio, siempre a mejor, en
todo lo que hacemos día a día.
En lo referente a esas experiencias vitales nombradas, en la
encrucijada 19 se sitúa la muerte, sentimiento y riesgo que no puede faltar en
cualquier travesía, y que no debemos pasar por alto cuando se trata de l@s
niñ@s. En otros puntos nos topamos con los juicios supremos y con los que
vienen de aquell@s que nos recuerdan nuestra posición social de manera
excluyente. Tanto por ser hija de un portero como por serlo de viuda, con
aquello de: “¿Cómo no quieres que sea un niñ@ esto o lo otro si no tiene
padre?”. A pesar de todo, con esto conseguían justo el efecto contrario, pues
nos hacían sentir orgullos@s de nuestros padres y madres. Y, como bien cuenta
Pilar, el tiempo pone a cada cual en su sitio. Más tarde sale a relucir la cuestión
de género. Otro de los parajes que más frustraciones, desvelos y miedos nos han
acarreado y que, por desgracia, seguimos acarreando. Con maestr@s como Pilar,
este desierto se hace menos pedregoso. Luego queda atravesar las dunas de lo
que te inculcan en casa, que suele ser donde te hundes o de las que sales con
más fuerza y apoyo, eso depende de cada techo.
No me puedo olvidar del lugar de este mapa que sirve de
avituallamiento. En él puedes permanecer el tiempo que necesites y creas
conveniente. Eso sí, sin olvidar que hay que recorrer el viaje entero. Este fantástico
sitio se posiciona en el punto 22 y, cómo no, lo protagonizan los libros.
Siempre que tengas algún problema o duda, regresa al lugar marcado por ellos.
Allí encontrarás todas las respuestas que necesitas y las preguntas que,
quizás, debas plantearte. Y, como en cualquier odisea, lo mejor se concentra en
su meta o final. Para ello, la nuestra nos ofrece un gran epílogo y un
recetario de anécdotas que sirven para recordarnos que todo lo vivido en este
periplo parte de la verdadera inteligencia, que no es otra cosa que eso a lo
que le dan por llamar inocencia.
Gracias, amiga Pilar, por este plano, mapa y atlas; por todo
lo que has conseguido sacar a la luz dentro de mí después de años en la
oscuridad; por conseguir que no reniegue del todo de un futuro mejor; por
apostar por la calma y el entendimiento que, muchas veces, no recibimos en
nuestros colegios; por mostrarme espejos donde veo reflejados momentos y
vivencias que nunca volverán y, por encima de todo esto, por lograr que me
identifique con el niño que no ve ni el círculo ni el dedo, sino la uña.
Siempre supe, ahora estoy convencido de que ellos me lo susurraron en su
momento, que los árboles respiran por las hojas, por mucho que los demás me
dijeran que eso era imposible porque no tienen pulmones. ¡¡Y qué viva Alberto!!
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