martes, 5 de diciembre de 2023

Texto Mandrílico Diciembre 2023

 

EL CASTILLO DE BASURA


Tengo y he tenido un sinfín de objetos que me ha proporcionado la basura, desde juguetes hasta ropa. Hay un par de prendas que sigo usando, aunque he de reconocer que una de ellas solo la utilizo para trabajar, pero la otra forma parte de mi indumentaria como uno de los mayores tesoros que guardo en mi cómoda. De pequeño íbamos por todos los rincones del pueblo en busca de cajas de cerillas con la intención de arrancarle las carátulas, nosotros las llamábamos «santos», para coleccionarlas y jugar con ellas al catre, un juego de bolindres que solo he conocido en mi lugar natal. De paso, nos hacíamos con este bote de no sé qué, con aquella lata que nos serviría de zanco para cruzar el arroyo los días de lluvia, con un trozo de hierro que afilaríamos para jugar a la picota o con el sobresalto que siempre me han dado las ratas al cruzarse conmigo.

Más tarde, los rincones desaparecieron y con ellos esos montones de desperdicios que acabarían en el nuevo basurero creado a las afueras del pueblo, justo en frente del cementerio, algo que siempre me dio qué pensar. La cuestión es que seguimos yendo a rebuscar entre esas montañas de despojos creyendo que íbamos a dar siempre con un nuevo tesoro. Y he de reconocer que no estoy seguro de que fueran tesoros, pero sí que eran cosas que jamás habíamos visto.

Los días que el aburrimiento o la falta de hallazgos interesantes se apoderaba de nuestras búsquedas nos dedicábamos a reunir todo tipo de medicamentos, ya fueran pastillas, jarabes, tarros de esto o cremas para aquello, y lo mezclábamos todo en la lata más grande que nos pudiera ofrecer el entramado de desechos, morralla y desperdicios. Nuestra finalidad era siempre la misma, que aquello echase humo como el que veíamos salir de los laboratorios en las películas de médicos locos o, mejor aún, que la mezcla química hiciera saltar la lata lo más alto posible. Sin tener ni idea del periodo de reacción, podíamos estar mezclando esto con eso durante el tiempo que entendiésemos oportuno. Luego nos parapetábamos a la espera de la explosión o de la humareda o de las dos cosas y… Nunca pasó nada. Volvíamos frustrados y acusándonos los unos a los otros de no o sí haber echado esto o aquello en la dichosa lata. Pasados unos años descubrimos que nuestra intención se podía hacer realidad con algo que teníamos más a mano y de manera más simple. Tan solo teníamos que mezclar papel de aluminio con agua fuerte en una botella de plástico, cerrarla y esperar a que hiciese reacción. Y menuda reacción, explosión y humareda todo en uno.

La vida siguió adelante en tanto que avanzaba el tiempo. Dejamos de visitar el basurero porque aparecieron otras porquerías. La peor de todas llegó en forma de polvo cabalgando por las venas que se llevó a muchos con los que compartí visitas al vertedero. Nunca fuimos hijos de nobles ni de ricos, tampoco vivíamos en mansiones o cortijos, pero puedo afirmar con rotundidad que durante años fuimos los dueños y señores de un gran castillo de basura.


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