Despertó don sillín apoyado en el
reposabrazos del señor sillón.
Don sillín presumía de ser el más
esbeltín.
El señor sillón alardeaba de ser el más
orejón.
En estas transcurría su mañana, uno presumiendo
de ser un grandón, el otro el más rapidín.
“En mí se sientan miles de culos y se
quedan dormidos como un lirón”.
“Cuando se suben sobre mí pueden salir
corriendo como un balín”.
“Es usted tan delgado que algún día se
lo llevara el viento sin remisión”.
“Sus acusaciones son propias de un ser
inmóvil como un adoquín”.
Así pasaron la tarde, este
vanagloriándose de saltarín, aquel de comodón.
“Por mucho que me insulte, jamás sabrá
lo que es sentir la velocidad en su cuerpo de gigantón”.
“Mucho mejor la tranquilidad de mi
respaldo que la delgadez de su figura de pizarrín”.
“Cuatro patas para sostenerse no deben
ser demasiadas si se necesita tanta relajación”.
“Dos ruedas tampoco son el número
apropiado para decir que se es más rápido que un delfín”.
Cayó
la noche, quedándose ambos dormidos, apoyado don sillín en la espalda del señor
sillón.
Soñaron el uno con el otro como enamorados que
se hacen tilín.
Y de esta manera, Oniro les susurró:
“¡Qué más da acabar en in o en on! Lo importante es que os queráis hasta el
final de vuestras vidas de… preposición”.
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