LAS TILDES
Meses de preparativos para el concierto. Viaje, entrada,
alojamiento y ubicación del recinto han sido revisados unas decenas de veces. Llega
el momento de quedar en el lugar indicado a la hora señalada. En esta ocasión
la aventura tiene un grado de singularidad, ya que es la primera vez que van a
ir todos, los seis, en una furgoneta alquilada. Kilómetros de buen rollo,
paradas para comer y atender ciertas necesidades fisiológicas y a seguir hasta
alcanzar San Sebastián. Es la primera vez que pasea por sus calles y va como
flotando de lo espectacular que le resulta.
Los mogollones antes del show no le resultan novedosos. Filas
para entrar, gente que se agolpa delante de los puestos de comida y bebida
sumados a los coches y las furgonas de la policía forman parte de este
ecosistema sonoro y lumínico a donde él ha peregrinado en más de una y dos
ocasiones. Cuando menos se lo espera, justo delante de su grupo, alguien es
sacado de la fila por intentar acceder al recinto con una entrada falsa. Esto
también forma parte del espectáculo. De pronto, se monta tal revuelo que, sin
quererlo ni beberlo, se encuentra en medio de un grupo de chicos y chicas que
se ven arrastrados por los uniformados a los coches con sirena.
De uno en uno, son cacheados e identificados. Algunos se
quedan sin las sustancias que portaban para disfrutar de la función, otros se
van de rositas y él termina pisando el interior de una de las lecheras. Le
piden, sin demasiada amabilidad, que se siente, al tiempo que comprueban sus
datos. De repente, el policía le comunica que se lo llevan a comisaría porque
está en búsqueda y captura por un delito de robo con intimidación y violencia.
El asombro es tal que le es imposible pronunciar palabra alguna durante unos
segundos. Cuando están dispuestos a ponerle las esposas y trasladarlo al
vehículo que le acercará a tan insigne instalación, cae en la cuenta de su
dichoso segundo apellido, Garciá, no García.
Perdone, ¿ustedes han dicho bien mi nombre y apellidos cuando
han investigado mis datos? Por supuesto, nos toman por tontos. Y le viene a la
cabeza la típica y manida frase. ¿Y cómo han solicitado esos datos? A ver,
pintas, que eres un pintas, ¿Tú no eres Julián Domínguez García? No, yo soy
Julián Domínguez Garciá, con acento en la a final, no en la i. La cara del poli
es todo un poema al escuchar esto. Vuelve a llamar a la central pidiendo
información con estos nuevos datos. Felipe, a ver si te vas a pasar toda la tarde
preguntando por el mismo tío, que aquí tenemos muchas cosas que hace, ¿eh? Que
no es el mismo, cojones, compruébalo de una puta vez. Una vez verificados los
datos, y sin pedir disculpas de ningún tipo, le obligan a bajar de la lechera y
a largarse por donde ha venido. Es que hay que saber leer, que las tildes están
para algo, le dice al policía a modo de despedida. Y mi porra también está para
algo, así que o te vas largando o acabas siendo García en vez del dichoso
apellido que tengas. No te lo voy a volver a repetir.
Vuelta con sus amigos con una anécdota más que contar y un
concierto más que disfrutar. Lo demás es historia.
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