No voy a escribir un artículo al uso o similar a los que hago
cuando quiero comentar un libro o un cómic. Y no lo voy a hacer porque este Si
esto fuera una novela de Pilar Galán es algo que, aun teniendo la esencia
de ambas cosas, difiere bastante de las dos. Es más, ni siquiera voy a hacer un
repaso de la biografía de la autora, aunque se merece eso y mucho más, tampoco
prodigarme en este o aquel fragmento o pasaje, pues quiero que todo eso lo descubráis
vosotr@s mism@s cuando os acerquéis a su contenido.
Comenzaré admitiendo que fui a la presentación en Cáceres de esta obra sin saber
exactamente de qué iba porque Pilar encarna muchas y muy buenas cosas para mí.
Aunque suene raro, representa el principio de mi aventura literaria en muchos y
diferentes sentidos, como monitora y guía, además de prologuista de mi primera
obra en solitario, por ejemplo. Igualmente, a la hora de escribir, los buenos
consejos que recibí siempre de ella se han quedado grabados en mi cabeza y
recurro a ellos cuando me siento mal, me ataca la pereza o necesito un impulso
para salir de algún bache.
Entrando de lleno en este libro, contaré que en una de las
últimas tertulias que he tenido con mis compañer@s de «La Croqueta» reconocí que me
estaba costando mucho leerlo. Al soltar esto, la mayoría me miró de forma rara,
expresando algo que no compartían conmigo, o así lo percibí yo. Al principio pensé
que se debía a que estas hojas están empapadas de vivencias y experiencias
personales que poco o nada tendrían que ver conmigo. No podía estar más lejos
de la realidad, ya que esa no era la razón exacta de mi recelo. Lo empecé, lo
dejé, lo volví a empezar y lo volví a dejar hasta que, por tercera vez, no sé
si haciendo alusión al dicho, conseguí pasar de las veinte primeras páginas y
ya no pude parar hasta acabarlo. En realidad, lo que me ha ocurrido es que me
he visto reflejado demasiado bien en cada fragmento, pasaje y episodio que ella
expone. He sentido que me he cruzado con Pilar en el camino de despedida que
ahora estoy
recorriendo en dirección al abismo de la pérdida de uno de mis referentes
vitales, mi madre, no puedo hablar de mi padre como ella hace porque murió
cuando yo era muy pequeño y no tengo recuerdos de él, aunque lo que se relata sobre
el suyo me ha servido de igual manera. Ella viene de vuelta, si es que se puede
dejar atrás para siempre lo que ese abismo consigue grabar en nuestras mentes,
y yo avanzo queriendo ir despacio, intentando retrasar algo que siento a la
vuelta de la esquina. Y en ese cruce caminando por la misma travesía, Pilar me
ha hecho entrega de este libro. Al igual que dos niñ@s asustados, una por lo
que ha dejado atrás y el otro por lo que está por dejar, ella se ha deshecho de
parte de su carga y yo me he sentido un poco más aliviado, también más cagado
de miedo, todo sea dicho, con esta obra. Y esa es la verdadera y única razón
por la que me costaba leer este lo que sea si fuera una novela, porque me ha acercado
mucho más a la dura y triste realidad hasta convertirme en una de esas tantas
amigas a las que tiene que escuchar sufriendo en sus adentros.
No sería justo por mi parte decir que esta obra se
nutre solo de tintes negros de amargura, melancolía y cierta culpabilidad,
también están esos tramos que hablan de una infancia, una adolescencia y una
juventud que me son bastante cercanos. A pesar de darse en entornos y
circunstancias distintas, es imposible dedicarte a escribir, de mejor o peor
manera, sin tener esa imaginación de la que Pilar habla, ya sea siendo una niña
francesa abandonada sin acento o recordando esto o aquello de manera difusa.
Ella tiene sus mantis religiosas y yo mis culebras, ella y sus hermanas sus
tinteros y yo y mis primas las botas katiuskas, ella no quería comer y yo, a
pesar de ser descendiente de generaciones de pastores de ovejas y trashumantes,
nunca he sido capaz de comer cordero, y así una y otra anécdota que he
relacionado con otras mías hasta partirme de risa. Y creo que de eso se trata,
de adornar la trágica pérdida por la que ella ha pasado y la que yo tengo por pasar
con guirnaldas de momentos que, ya sean verdad o que la propia memoria se
encargue de engalanar, la conviertan en algo mucho más llevadero.
Antes de acabar este libro comentaré que me
encontré con Pilar en la plaza Mayor de Cáceres durante la celebración de una
concentración en defensa de los nidos de vencejo que han tapado de la Torre de
Bujaco, nidos que siguen tapados. Como es normal, nos saludamos y le dije que
estaba leyéndolo, a lo que me contestó que no era el momento de hablar de ello.
Normal, era el momento de disfrutar viendo a su hijo pequeño en primera fila
sosteniendo la pancarta en defensa de estas aves. Supongo que este tipo de
recuerdos son los que nos da miedo perder y que los nuestros dejen atrás
aplastados por otras vivencias. Luego aparecieron unos personajes portando una
cruz y, atónit@s, nos tuvimos que retirar para dejarles espacio en su recorrido
procesional. Así de surrealista es esta ciudad, del mismo modo que pueden ser la
mayoría de nuestros recuerdos.
Leer este libro, ya sea una novela o no, me ha
puesto en mi sitio, que no es otro que ese del que habla Pilar cuando se
refiere a que no es malo tener miedo ni padecer las cosas y las experiencias de
las que habla porque, en esta vida, es normal sentir pánico, desamparo,
soledad, tristeza o añoranza, pero también alegría, regocijo, felicidad, placer
y amor. Como también le dije aquella tarde de vencejos y cruces: «Te has
desahogado de lo lindo», y ella me miró con una sonrisa que hasta ahora no he
sabido interpretar de manera correcta. Gracias por tu desahogo, Pilar, me va a
facilitar el deambular por este tramo de camino hasta que me llegue el turno de
mirar cómo desparece cierta persona por el acantilado del adiós. Hago acopio de
tu entrega, la llevaré debajo del brazo y la releeré, yo soy muy de releer,
cada vez que tenga que quitar a patadas las piedras del sendero que me queda
por recorrer. Mil gracias, de nuevo, y otros tantos besos.
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