Qué bien sienta leer algo “nuevo” de
un maestro como Esteba Maroto. Digo con todas las letras porque se alcanza ese
estatus cuando, tanto a nivel de guion como de dibujo, llegas llegar a ser
reconocible por tu más que excelente trabajo. Si a esto le añades que sus
historias forman parte de tu bagaje como lector de cómics, el agradecimiento y
la alegría por este “Érase una vez…” se multiplica ni se sabe por cuánto.
Revisar la biografía de este artista madrileño sería como hacer un repaso a la historia de las viñetas en este Estado durante los últimos sesenta años, más o menos. Lejos quedan sus comienzos con obras como “Aventuras del F.B.I.” siendo un crío, de sus colaboraciones con otro de nuestros maestros como es Carlos Giménez en “Buck John” y “El príncipe de Rodas” y de su paso por esa gran escuela creada por Toutain en sus Selecciones Ilustradas donde ya comenzó a trabajar para publicaciones extranjeras, sobre todo alemanas. Su talento dibujando figuras femeninas en revistas británicas le llevó a adentrarse en historias de fantasía, género por el que le conocemos la mayoría, con “5 X Infinito”, uno de esos cómics que guardo en mi colección con un cariño especial, con el cual consiguió el reconocimiento en Estados Unidos a través del premio al mejor dibujante extranjero en la Academy of Comic Book Arts en 1971. Luego vino la creación de sus dos guerreros más conocidos, Wolff y Manly, con los que se introdujo en las historias de terror, brujería y ciencia ficción, destacando de manera sobresaliente. Fue el encargado de dar una nueva imagen a Red Sonja en las aventuras del cimmerio Conan. Dejó huella en publicaciones como Creepy, Eire, Vampirella, Comix o Rambla con obras como “Dax el guerrero”, “Zodiaco” o la adaptación de “Los mitos de Cthulhu”, entre otras. Los noventa fueron tiempos donde se dedicó más a la ilustración, aunque también editó algunos libros recopilatorios como “En el nombre del diablo”, uno de mis preferidos, y centró su producción en Italia y EE.UU. En 2011 recibió el premio Oso a Toda una Vida por parte de la Asociación Española de Amigos del Cómic, en reconocimiento por su larga carrera. Y ahora nos encontramos con este “Erase una vez…” del que hablaremos a continuación.
¿Quién no se ha atrevido alguna vez a darle una vuelta de tuerca a los cuentos de toda la vida? Yo, he de reconocer, que lo he hecho un sinfín de veces, incluso con algunos de los que aparecen en esta selección de Maroto. Por suerte, y lo digo con muchísima satisfacción, debo ser de l@s últim@s personas que entró en este mundo de fantasía con moraleja a través de la transmisión oral por parte de mi abuela materna. Ella me contaba un sinfín de fábulas, aventuras y cuentos que, a su vez, había aprendido vía ese método, pues, como la mayoría de las mujeres de aquella época en la más que rural Extremadura, no sabía leer ni escribir. Y lo curioso es que nunca los narraba del mismo modo, creando una expectativa dentro de ti difícilmente explicable. Pues bien, eso es lo que ha hecho Maroto en esta selección, darle su particular punto de vista a verdaderos clásicos que tod@s conocemos.
Con “Caperucita roja” podíamos decir
que se empieza a animar el cotarro de este “Érase una vez…”. A pesar de ser una
obra en blanco y negro, no podía dejar de resaltar la prenda que tan famosa ha
hecho a la protagonista principal, siendo el color de la misma lo único que
encontraremos en ese formato en todas estas páginas. Monstruos, ambición,
engaño y la esperanza de que su cumplan ciertas promesas mediante rituales para
nada ortodoxos forman el coctel perfecto de esta entrega. “Caza de lobos” y
“Paris” son otras dos narraciones con todo lo inherente en Maroto, a pesar de
ser bien distintas. En la primera, con ese título, os podéis hacer una idea de
qué va el asunto que tiene que vivir la protagonista principal. El segundo es
uno de los cuentos que más me ha gustado de esta recopilación. El destino, ese
que ninguno conocemos, pero que, parece ser, está escrito en nadie sabe qué
lugar, lleva al culpable de todo lo que se inició en la Guerra de Troya en
busca de una redención que, como dije antes, tendréis que descubrir si la
encuentra o no. Solo os adelanto que estas ocho páginas son de una gran
calidad, tanto en dibujo como en guion.
Nos acercamos a la recta final con
otro clásico como es “Blancanieves y los siete enanitos” que, como ya
imaginaréis, nada tiene que ver con el conocido habitualmente. La actitud de
Blancanieves, los siete enanos que forman su corte y el pretencioso personaje
masculino no se acercan, ni por asomo, a lo que hayáis visto antes; ¡menudo
cambio! Y el broche final lo encontramos con “La bella durmiente”. Todo un
cierre para esta obra que, a mi entender, está un escalón por encima de todo lo
leído antes. Os puede sonar un poco exagerado, pero me gustaría que me dieseis
vuestra opinión sobre esto. Supongo que podría haber ido en cualquier posición
dentro entre los demás, pero usarlo como colofón es todo un acierto. Entiendo
que la experiencia de Maroto tiene que ver con ello.
Hasta aquí este “Érase una vez…” de
alguien al que tengo respeto y admiración a partes iguales. Ya solo queda que me
cruce con él en algunos de los salones del cómic a los que estoy deseando
volver y que me añada una dedicatoria con uno de sus fantásticos dibujos.
Enhorabuena, señor Esteban Maroto, lo ha vuelto a hacer y lo ha vuelto a
conseguir. Chapó.
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