Antes de entrar de lleno en este
artículo acerca del último libro de mi compañera de fatigas literarias Victoria
Pelayo Rapado titulado “Lo justo”, quiero agradecerle que me haya hecho llegar
un ejemplar del mismo con una dedicatoria fuera de serie. Una vez dicho esto,
os contaré que Toya, como la conocemos l@s más allegad@s, es oriunda de Zamora
y residente en Cáceres. Ganó el Premio de novela corta Ciudad de la Laguna en 1986
con su obra “Una amistad corriente”. Ha participado en revistas y antologías
del calibre de “Versión original”, “La bolsa de pipas”, “Rumorvisual” o
“Farraguas”, entre otras. Fue finalista en el I Premio de novela Castelldefels
con “Contratiempo”; se alzó con el primer premio del XXI Certamen Literario
Manuel Oreste Rodríguez López con “Preparativos” y quedó finalista en la XVI Edición
del Premio Setenil con “Malos Días”, del que tenéis también un artículo en este
humilde blog. Nosotros nos conocimos hace más de una década en un taller de
relatos cortos y microrrelatos impartido por el escritor Francisco Rodríguez Criado
donde se forjó una relación de admiración y respeto mutuo que llega hasta estos
días.
Aquell@s que, por las razones que
sean, tuvimos “Una educación religiosa”, título del primer relato, de alguna
manera nos vemos reflejados en estos párrafos, ya que la educación sexual
brillaba por su ausencia en estos centros. En mi opinión, sigue siendo la gran
olvidada de la Educación, con las consecuencias que ello acarrea. No es que
tod@s tuviéramos que pasar por el mismo test al que se ve sometida la
protagonista, pero algunos de esa índole, o parecidos, sí tuvimos que hacer en
los años que pasamos en esas aulas. Entiendo a la perfección la desidia de
Cristina, la palabrería de las monjas y de Don Miguel y toda la parafernalia
que rodea al hecho que se describe en sus líneas. Las consecuencias de las
respuestas de esta adolescente son cosecha propia de la autora, aunque doy por
hecho que la realidad no andará lejos de las mismas. Todo un comienzo que sirve
de trampolín a lo que nos vamos a encontrar después.
“Mejor con la luz encendida” es Toya
en estado puro. El pasotismo de una adolescente amiga de otra chica cuya madre
habla, sin importarle quien esté delante, con las cenizas de su hija muerta
siembra en la progenitora de la primera una serie de preocupaciones cargadas
hasta rebosar de morbo. La descripción del duelo que sufre aquella que ha
perdido a su hija, mezclada con el interés retorcido de la otra, que no para de
hacer preguntas para alimentar su curiosidad, te hace avanzar en el relato de
manera casi perniciosa; no digamos cuando llegas al momento de la invitación al
cumpleaños. Aquí damos con el primer gran final de los que nos vamos a
encontrar.
El control social al que nos vemos sometidos, la mayoría de las veces de manera inconsciente y permisiva por nuestra parte, es el eje central de “La ratonera”. Hasta dónde podemos llegar para acrecentar dicho control y hasta dónde puede llegar el mismo a la hora de no permitirnos hacer ciertas cosas que dejan de ser habituales, como puede ser ir más de una vez a ver el mismo espectáculo. Es tal el convencimiento borreguil del que podemos formar parte que llegamos a sentirnos verdaderos protagonistas de la represión que ese control ejerce sobre nosotros sin darnos cuenta. Pasamos del miedo a que nos caiga todo el peso del Poder a ejercer plácidamente de chivat@s en busca de aquel, o aquella, que reciba el castigo que tanto nos inquieta. Le cedemos todo el protagonismo a presentadores y presentadoras que nos bombardean desde las distintas emisoras e internet hasta darle más fiabilidad a todo lo que sale por sus bocas que a las noticias reales. El mundo de los Mass Media es la verdadera ratonera que adornamos con una vehemencia tal que nos conduce a buscar, de manera obsesiva, a los Manuel Martínez que haga falta hasta debajo de las piedras.
Los personajes que protagonizan “Puerto 3”, a mi parecer, sobresalen por encima de todos los demás de esta obra. Es posible que, junto al anterior, sea el texto que más me ha gustado. Esa carta remitida por un Él totalmente desconocido a lo largo del relato hasta la toma de una decisión importante no, lo siguiente, crea una angustia merecedora del final que tiene. El qué ocirrirá se solventa de la manera que la mayoría deseamos que se resuelva. Todo expresado con un lenguaje y unos tiras y aflojas, además de los nombrados diálogos entre comas, que te hacen caer en la mayor de las empatías. No voy a desvelar, por supuesto, la trama de estos párrafos, pero el día que los leáis, que espero sea pronto, estoy seguro que me daréis la razón por completo.
Qué mejor que llamarse Dolores para ser la estrella de “Y ahora qué”. Y quién se atreve a contradecirla cuando toma la decisión de singularizar su propio nombre. Las respuestas a estas dos cuestiones están muy bien explicadas en estos párrafos donde la protagonista asume como inflexible el hecho que machaca su día a día, por mucho que este pueda tener una solución. Impresionante reflexión acerca de hasta dónde podemos llegar a la hora de contarnos a nosotr@s mism@s cientos de razones que expliquen el tremendo dolor que nos puede causar la desaparición de algunos de nuestros seres amados. Si los dos anteriores me han parecido de una calidad un poco por encima de los demás, este nos ofrece a la mejor protagonista, desde mi punto de vista, del conjunto de la obra.
Si echabas de menos, como me estaba
ocurriendo a mí, un texto de Toya donde los trapicheos, los negocios oscuros y
todo lo que les rodea fueran el sustrato de su relato, este “En lo bueno y en lo
malo” hace justicia a ello. Los giros en los personajes, las descripciones de
los mismos, sus relaciones, el porqué de las mismas, la frialdad habitual del
capo detrás del teléfono, el canguelo que produce solo con sus llamadas y la
sangre fría de Isabel se agrupan hasta alcanzar un final de esos que ya nos
gustaría que nos pasará a más de un@.
Para la traca final tenemos a “Mala
sangre”, por un lado, y a “Zippo”, por el otro. Con el primero, Toya nos va
acercando paulatinamente al final de esta obra. Para ello, nos presenta el
lugar donde acontecen la mayoría de los hechos anteriormente relatados y nos da
una razón de peso de la ocurrencia de los mismos. Esto, no podría ser de otra
forma, sucede a través de algo tan traumático como las rencillas entre dos
hermanos y las consecuencias incendiarias de las mismas. Ante tales
acontecimientos, la protagonista toma la mejor de las decisiones con su huida.
En cuanto al segundo, resulta todo un cierre donde la cesión del protagonismo
al mechero consigue aunar el hartazgo de la mayoría de los personajes que
protagonizan todos los relatos anteriores. Malos tratos, tanto personales como
laborales, un empacho de promesas que nunca se cumplen, una decisión meditada
servida con un cebo que, como cualquier señuelo, teme no acabar ejerciendo su
función, unidos a ese entorno que puedes llegar hasta oler, cierran este libro
donde a sus principales protagonistas les importa muy poco, por no decir nada,
las consecuencias de sus actos. Razones de sobra tienen para ello. Ahora solo queda
que os sumerjáis en estas páginas para descubrirlas.
Encantado de volver a leer un nuevo
libro de Toya, de ver el buen estado de salud del que goza su escritura y,
sobre todo, de comprobar cómo se pueden hacer cosas brillantes abordando temas
que a tod@s nos preocupan, pero que poc@s tratan en sus obras. Enhorabuena, “Lo
justo” sería que tuviera mucho éxito con esta obra. Se lo deseo de todo
corazón.
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