viernes, 11 de junio de 2021

Victoria Pelayo Rapado: "Lo Justo".





Antes de entrar de lleno en este artículo acerca del último libro de mi compañera de fatigas literarias Victoria Pelayo Rapado titulado “Lo justo”, quiero agradecerle que me haya hecho llegar un ejemplar del mismo con una dedicatoria fuera de serie. Una vez dicho esto, os contaré que Toya, como la conocemos l@s más allegad@s, es oriunda de Zamora y residente en Cáceres. Ganó el Premio de novela corta Ciudad de la Laguna en 1986 con su obra “Una amistad corriente”. Ha participado en revistas y antologías del calibre de “Versión original”, “La bolsa de pipas”, “Rumorvisual” o “Farraguas”, entre otras. Fue finalista en el I Premio de novela Castelldefels con “Contratiempo”; se alzó con el primer premio del XXI Certamen Literario Manuel Oreste Rodríguez López con “Preparativos” y quedó finalista en la XVI Edición del Premio Setenil con “Malos Días”, del que tenéis también un artículo en este humilde blog. Nosotros nos conocimos hace más de una década en un taller de relatos cortos y microrrelatos impartido por el escritor Francisco Rodríguez Criado donde se forjó una relación de admiración y respeto mutuo que llega hasta estos días.





La primera vez que escuché, lo digo porque fue leído, un relato de Toya en aquel lejano taller me quedé impactado por su manera de tratar temas tan peliagudos como las agresiones físicas, los accidentes o la muerte. Siempre supo crear en mí esa expectación por saber qué ocurre en cada uno de sus textos; con esa tensión que te arrastra hasta finales de lo más inesperados y, en el caso de que sospeches algo, que no sean totalmente como tú lo intuías. Eso es lo que hace en esta recopilación, mantenerte medio en vilo, medio en alerta, hasta los últimos renglones. A esto hay que añadirle su técnica y el buen hacer a la hora de plasmar sus relatos. Me ha encantado el uso de los diálogos sin guiones, separados por comas, además de las referencias literarias y cinematográficas, por poner unos ejemplos, y el broche final con las pinceladas participativas de algun@s de los personajes principales de los anteriores pasajes.




Aquell@s que, por las razones que sean, tuvimos “Una educación religiosa”, título del primer relato, de alguna manera nos vemos reflejados en estos párrafos, ya que la educación sexual brillaba por su ausencia en estos centros. En mi opinión, sigue siendo la gran olvidada de la Educación, con las consecuencias que ello acarrea. No es que tod@s tuviéramos que pasar por el mismo test al que se ve sometida la protagonista, pero algunos de esa índole, o parecidos, sí tuvimos que hacer en los años que pasamos en esas aulas. Entiendo a la perfección la desidia de Cristina, la palabrería de las monjas y de Don Miguel y toda la parafernalia que rodea al hecho que se describe en sus líneas. Las consecuencias de las respuestas de esta adolescente son cosecha propia de la autora, aunque doy por hecho que la realidad no andará lejos de las mismas. Todo un comienzo que sirve de trampolín a lo que nos vamos a encontrar después.






“Mejor con la luz encendida” es Toya en estado puro. El pasotismo de una adolescente amiga de otra chica cuya madre habla, sin importarle quien esté delante, con las cenizas de su hija muerta siembra en la progenitora de la primera una serie de preocupaciones cargadas hasta rebosar de morbo. La descripción del duelo que sufre aquella que ha perdido a su hija, mezclada con el interés retorcido de la otra, que no para de hacer preguntas para alimentar su curiosidad, te hace avanzar en el relato de manera casi perniciosa; no digamos cuando llegas al momento de la invitación al cumpleaños. Aquí damos con el primer gran final de los que nos vamos a encontrar.





El siguiente, “Hasta que la Muerte”, es un cúmulo de pensamientos e interrogantes que el personaje principal se hace, tanto a sí mismo como a su esposa, sin ningún tipo de respuesta, digamos, concluyente. Dentro del ambiente lúgubre que rodea a la escena, Toya da paso a un tema que, ni social, ni literariamente, se trata con la seriedad que merece, el suicidio. Este acto, evidentemente, tiene unas consecuencias que van más allá de la propia acción en sí, sobre todo para los seres queridos de la persona que da dicho paso. Todas esas incógnitas, y algunas más, son las que inundan la mente del marido de Amparo. Esto, sumado a esa manera de explicar la situación de ciertos hospitales y la atención en los mismos, da lugar al relato más reflexivo de los que forman esta tanda.






El control social al que nos vemos sometidos, la mayoría de las veces de manera inconsciente y permisiva por nuestra parte, es el eje central de “La ratonera”. Hasta dónde podemos llegar para acrecentar dicho control y hasta dónde puede llegar el mismo a la hora de no permitirnos hacer ciertas cosas que dejan de ser habituales, como puede ser ir más de una vez a ver el mismo espectáculo. Es tal el convencimiento borreguil del que podemos formar parte que llegamos a sentirnos verdaderos protagonistas de la represión que ese control ejerce sobre nosotros sin darnos cuenta. Pasamos del miedo a que nos caiga todo el peso del Poder a ejercer plácidamente de chivat@s en busca de aquel, o aquella, que reciba el castigo que tanto nos inquieta. Le cedemos todo el protagonismo a presentadores y presentadoras que nos bombardean desde las distintas emisoras e internet hasta darle más fiabilidad a todo lo que sale por sus bocas que a las noticias reales. El mundo de los Mass Media es la verdadera ratonera que adornamos con una vehemencia tal que nos conduce a buscar, de manera obsesiva, a los Manuel Martínez que haga falta hasta debajo de las piedras.

Los personajes que protagonizan “Puerto 3”, a mi parecer, sobresalen por encima de todos los demás de esta obra. Es posible que, junto al anterior, sea el texto que más me ha gustado. Esa carta remitida por un Él totalmente desconocido a lo largo del relato hasta la toma de una decisión importante no, lo siguiente, crea una angustia merecedora del final que tiene. El qué ocirrirá se solventa de la manera que la mayoría deseamos que se resuelva. Todo expresado con un lenguaje y unos tiras y aflojas, además de los nombrados diálogos entre comas, que te hacen caer en la mayor de las empatías. No voy a desvelar, por supuesto, la trama de estos párrafos, pero el día que los leáis, que espero sea pronto, estoy seguro que me daréis la razón por completo.



Qué mejor que llamarse Dolores para ser la estrella de “Y ahora qué”. Y quién se atreve a contradecirla cuando toma la decisión de singularizar su propio nombre. Las respuestas a estas dos cuestiones están muy bien explicadas en estos párrafos donde la protagonista asume como inflexible el hecho que machaca su día a día, por mucho que este pueda tener una solución. Impresionante reflexión acerca de hasta dónde podemos llegar a la hora de contarnos a nosotr@s mism@s cientos de razones que expliquen el tremendo dolor que nos puede causar la desaparición de algunos de nuestros seres amados. Si los dos anteriores me han parecido de una calidad un poco por encima de los demás, este nos ofrece a la mejor protagonista, desde mi punto de vista, del conjunto de la obra.





Si echabas de menos, como me estaba ocurriendo a mí, un texto de Toya donde los trapicheos, los negocios oscuros y todo lo que les rodea fueran el sustrato de su relato, este “En lo bueno y en lo malo” hace justicia a ello. Los giros en los personajes, las descripciones de los mismos, sus relaciones, el porqué de las mismas, la frialdad habitual del capo detrás del teléfono, el canguelo que produce solo con sus llamadas y la sangre fría de Isabel se agrupan hasta alcanzar un final de esos que ya nos gustaría que nos pasará a más de un@.





Para la traca final tenemos a “Mala sangre”, por un lado, y a “Zippo”, por el otro. Con el primero, Toya nos va acercando paulatinamente al final de esta obra. Para ello, nos presenta el lugar donde acontecen la mayoría de los hechos anteriormente relatados y nos da una razón de peso de la ocurrencia de los mismos. Esto, no podría ser de otra forma, sucede a través de algo tan traumático como las rencillas entre dos hermanos y las consecuencias incendiarias de las mismas. Ante tales acontecimientos, la protagonista toma la mejor de las decisiones con su huida. En cuanto al segundo, resulta todo un cierre donde la cesión del protagonismo al mechero consigue aunar el hartazgo de la mayoría de los personajes que protagonizan todos los relatos anteriores. Malos tratos, tanto personales como laborales, un empacho de promesas que nunca se cumplen, una decisión meditada servida con un cebo que, como cualquier señuelo, teme no acabar ejerciendo su función, unidos a ese entorno que puedes llegar hasta oler, cierran este libro donde a sus principales protagonistas les importa muy poco, por no decir nada, las consecuencias de sus actos. Razones de sobra tienen para ello. Ahora solo queda que os sumerjáis en estas páginas para descubrirlas.






Encantado de volver a leer un nuevo libro de Toya, de ver el buen estado de salud del que goza su escritura y, sobre todo, de comprobar cómo se pueden hacer cosas brillantes abordando temas que a tod@s nos preocupan, pero que poc@s tratan en sus obras. Enhorabuena, “Lo justo” sería que tuviera mucho éxito con esta obra. Se lo deseo de todo corazón.

 


 


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