Guy Delisle, junto a otr@s, ya forma
parte de la historia de este humilde blog. Nacido en Quebec, cursó estudios de
Artes Plásticas en Sainte-Foy y en Toronto y trabajó en el estudio CinéGroupe
de Montreal. Sus obras, en general, se centran en los viajes que ha realizado
acompañando a su esposa por distintas partes del mundo. De esta forma, refleja
sus experiencias en lugares tan particulares como China, con “Shenzen”, Corea
del Norte, en “Pyongyang”, Birmania, en “Crónicas Birmanas” o Israel, en “Crónicas
De Jerusalén”. Es por este tipo de cómics por el que, digamos, más se le
conoce, pero también tiene otros de temática muy distinta como “Guía Del Mal Padre”,
“Inspector Moroni” o “Cómo No Hacer Nada”. De la anterior obra a esta que vamos
a tratar en este artículo, “Escapar, Historia De Un Rehén”, tenéis una entrada
en este blog. Hace ya tiempo que este autor pasó a engrosar mi lista de autores
preferidos dentro del mundo de las viñetas, con este “Crónicas De Juventud” más
aún.
He de reconocer que me he sentido
bastante identificado con muchas de las situaciones que Delisle refleja en esta
obra, al igual que he reconocido, perfectamente, a la mayoría de los personajes
de la misma. Da igual si trabajas en una fábrica de papel, como es el caso, en
una obra, taller o chiringuito de playa, en todos esos lugares donde hay un
grupo de gente currando se repitan ciertos roles personales y esas situaciones
referidas con anterioridad. Esto da mucho que pensar, sobre todo acerca de las
relaciones humanas en un entorno cerrado. Y esa es una de las claves de este cómic,
el análisis de esas personas y su interrelacionalidad. Con ello puede que el
autor haya dejado atrás por un momento su temática habitual, aunque todo
lo narrado en estas páginas no
deja de ser biográfico, así que esta es, simplemente, una parte más de su vida.
En lo relativo al dibujo, continúa utilizando ese estilo tan personal que le ha
llevado a ser reconocible nada más verlo. Unos trazos que pueden resultar
burdos y demasiado angulares no dejan de ser su firma personal, algo que muy
poc@s consiguen. Aquí no se desprende de su habitual blanco y negro excepto
para dar esos tonos ocres a sus camisetas, camisas, a algunos vehículos, el
humo de la fábrica o al fondo de ciertas onomatopeyas. La que empezó siendo una
obra que pillé por inercia hacia el autor ha pasado a ser una de mis favoritas
y, puedo asegurar, que son varias suyas las que forman parte de mi colección de
cómics.
Cuando Guy tiene dieciséis años
decide ponerse a buscar su primer trabajo de verano. Para ello, como es
habitual, pasa por cierto número de entrevistas entre las que está una en la
fábrica de papel y pasta donde trabaja su padre. El tiempo corre al igual que
las esperanzas de ser llamado para currar, pero todo da un vuelco a los quince
días de esa última entrevista. Con ello, y antes de hablarnos de su acceso a
dicha fábrica, hace un repaso sobre la historia de la misma. Me ha parecido
todo un acierto el hecho de que dé preferencia a explicarnos la idiosincrasia
del espacio donde se va a desarrollar el cómic antes que a su propia
experiencia dentro del mismo. De aquí se adentra en todo lo relacionado
con el primer día de curro: la entrada en la fábrica, el vídeo sobre la
seguridad en el trabajo, el primer compañero “sobón” del que debe aprender, su
primer contacto con las máquinas y el funcionamiento de las mismas, los turnos,
el horario y su extraña distribución, la parte divertida y la no tanto del
trabajo, las diferencias entre los uniformes de los veteranos y los novatos, el
calor y el ruido emitido por la maquinaria siempre en acción que se solventa
dentro de la cabina insonorizada con aire acondicionado y una tele, este será
uno de los espacios más interesantes del lugar, y la salida sin pasar por la
ducha.
En los siguientes días comienzan las
relaciones con otros obreros, el contacto con ciertas herramientas que le irán
sirviendo con el tiempo, los primeros, e inevitables, errores en ciertas tareas
y, lo más interesante, el sentimiento de distancia, sobre todo vital, con otros
compañeros al escuchar ciertas conversaciones que tienen lugar dentro de la
cabina insonorizada. Empiezan la lista de las veces que mira al reloj llegando
a pensar, incluso, que puede que se haya estropeado porque las horas no pasan
con la suficiente rapidez que él espera y se va quedando con las distintas
maneras que tienen los demás de matar esos tiempos muertos que él mismo
aplicará posteriormente. Cierra esta parte hablándonos de sus primeros dibujos
y los autores que le interesaban en ese momento. En cualquier curro siempre hay
alguien, o alguienes, con el que conectas más y, evidentemente, todo lo
contrario. En este caso se trata de otro chaval de la pequeña comunidad
anglófona de Quebec. Pero el trabajo tiene sus propias situaciones e instantes
como son la primera gran bronca del típico que se la tiene jurada a los novatos
y las “sorpresas” ante las proposiciones y conversaciones que se siguen dando
dentro de la cabina. Su primer verano como obrero avanza al igual que su
relación con el dibujo; pasa de currar en el turno de noche al de día para
descubrir las ventajas de este respecto a aquel y coincidir, por primera vez,
con su padre en la fábrica, lo que le ofrece la visión diferenciadora entre
curritos e ingenieros.
En el transcurso de su segundo verano
en la fábrica consigue el título universitario en Artes Plásticas. Su nuevo primer
día nada tiene que ver con el del año anterior pues hay caras que le suenan, al
igual que ciertas cosas, como el sempiterno calor y el ruido o el tiempo que
sigue pasando a cámara lenta. Como es normal, conoce a nuevos compañeros que le
echan una mano y otros que pasan olímpicamente de él, a la vez que le llegan
las narraciones de algunos de los accidentes laborales que se han vivido en el
interior del lugar. Mientras, él sigue dibujando en el sótano de su casa y pasa
el trámite de su obligada visita veraniega al apartamento de su padre. No falta
la ración de conversaciones obscenas de distinto calibre dentro de la cabina de
las que se evade poniendo en práctica una de las estrategias de escaqueo aprendida
el verano anterior, leer a solas en ciertos sitios de la fábrica. En esta parte
resulta interesante la explicación de todo lo referente al lenguaje de signos
utilizado por los obreros para hacerse entender a distancia para salvar el
problema del ruido y lo concerniente a ese lugar conocido como extremo húmedo,
tampoco falta el que llega tarde al curro teniendo que esperar para darle el
relevo. Pero hay un hecho que cambiará por completo la vida del autor; al lado
de su casa abren una biblioteca donde tendrá acceso al descubrimiento de una
serie de autores imprescindibles en su desarrollo dentro del cómic, Moebius,
Tardi, Comès o Rochette, y se reencuentra con otros como Hugo Pratt. Durante
esos meses es admitido en la escuela de Animación de Ontario y aprovecha las
páginas de estas “Crónicas De Juventud” para hacer un interesante repaso a la
historia del edificio de la fábrica para luego regresar a las conversaciones en
la cabina en forma de rencillas por cobrar igual que los fijos.
A la vuelta del tercer verano
currando en la fábrica de papel y pasta se percata del cambio de materia prima
y, evidentemente, le suena todo nada más poner el pie dentro del recinto el
primer día. La experiencia le hace demostrar ciertas habilidades y la confianza
le arrastra a su primer accidente laboral sin consecuencias graves del que no
da parte, desobedeciendo el consejo de los representantes sindicales. Dicho
accidente, unido a su imaginación, le conduce a situaciones ficticias
protagonizadas por otros infortunios laborales. Lo que no cambian son las
conversaciones despectivas dentro de la cabina hacia los novatos, las carreras
por ver las tías desnudas que salen en el televisor de la misma o el desprecio
envidioso por parte de algunos hacia los más veteranos por ser demasiado viejos
para realizar sus labores. Por fin consigue entrar en el despacho de su padre
donde mantienen una más que interesante conversación, vive en silencio el
atrevimiento de ciertos compañeros hacia uno de los recién incorporados y
realiza su primer retrato sin demasiado éxito. Pone el broche final contándonos
cómo abandona los estudios y la fábrica para trabajar en un estudio de
animación y da por cerrado el cómic de manera bastante peculiar y fuera de todo
lo expuesto con anterioridad.
Vuelvo a insistir en que me he
sentido más que identificado por muchos de los pasajes que Delisle nos narra en
estas páginas. Aquell@s que curren en lugares como el expuesto en ellas sabrán perfectamente
a qué me refiero, aunque personajes de esa índole los hay en cualquier sitio.
Enhorabuena a Guy por esta nueva obra que me ha tocado la fibra por razones
bien distintas a las anteriores.
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