lunes, 12 de julio de 2021

Texto Mandrílico Julio 2021

 

«No siempre fue así», tampoco hace falta pronunciar la frase, con que me aparezca en la cabeza se despeña sobre mí como un rayo encima de un árbol anciano y mustio. No es que esté desmoronándome a cachos, ni mucho menos, pero reconozco que, cuando ese fulgor atraviesa mi mente, un meteoro de recuerdos quema mis entretelas. Y no tiene nada que ver con la cantidad de reformas que me han hecho; qué va, pues la mayoría han sido cuidados que el paso del tiempo exigía. Me refiero a otra cosa, es algo concerniente a las huellas que ese rayo ilumina prendiendo mis vísceras. Cuando posees solo el presente hay veces que deseas que este pase cuanto antes y otras que se alargue hasta la eternidad del futuro. Ahora tengo pasado y todo el tiempo del mundo para regocijarme en él o desecharlo, siempre que el mismo me lo autorice.

Desconozco mi edad, más por olvido que por coquetería, pero seguro que estoy por encima del siglo. Me hago a la idea de que eso es lo de menos ya que he sobrevivido a muchas de las existencias de aquellos que he alojado con mejor o peor aliento. Nunca estuve tan cerrada y sola como ahora. Hubo una época no tan corta que viví con las puertas abiertas y atestada de seres. Fueron tiempos duros, al igual que bonitos y edificantes. Abandono en esa memoria que tanto me machaca la cantidad de animales que han pisado mi suelo, dormido entre mis paredes, parido en mis rincones y muerto en mis esquinas. Pero los humanos son otra cosa; ellos trajeron a esos animales igual que trajeron al mundo a otros humanos con sus alegrías, desgracias, rituales y ceremonias. Y yo como punto de partida y de regreso, dependiendo de quién fuera quien. Al principio eran dos, con su ganado de distinto pelaje y pluma; poco a poco, se multiplicaron hasta alcanzar casi la docena. Muchos de ellos vieron por primera vez la luz en uno de mis cuartos. Eso sí que era vida, nunca mejor dicho. También pasó la muerte, en no pocas ocasiones, recorriendo el pasillo hasta sacarlos por mi puerta a la vez que yo tiraba de sus almas para encerrarlas en mis recuerdos. Algunos dieron un portazo echando pestes, sin ni siquiera despedirse, tomándome como la culpable de sus desavenencias. Sea como fuere, la realidad es que ahora estoy medio abandonada, mirando de frente y pegada a otras igual de olvidadas que yo. Me paro a observar mi parte trasera y veo pulular a burros, vacas, ovejas, gatos, perros, gallinas, palomas o cerdos que rara vez accedían a la zona donde las plantas y las flores eran cuidadas con las mismas atenciones que ellos. Ahora nada; ni un mugido, ni un cacareo, ladrido o maullido. Cambiaron sus residencias por una cochera sin vehículo, un trastero con goteras y un cuarto que almacenó las correrías nocturnas del último de mis habitantes. Ya, ni correrías, ni habitantes. Subieron los objetos que dieron forma a sus vidas al doblao y tiraron a la basura los que creyeron inservibles o no quieren mirar, pero siguen aquí, incrustados en mis paredes, cimientos, grifos, mesas, camas y sillas atronando por ser redescubiertos.

Las noches suceden a los días, estos a las semanas que dan forma a meses que se descomponen en años mientras yo grito suplicando en silencio el regreso de uno solo de vosotros que sirva de rama donde las hojas vuelvan a brotar dejando atrás este relámpago que achicharra mi tronco seco.


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