Llegada la hora, puertas que se abren; llegado el momento,
puertas que se cierran. Unas son la salida a lo cotidianamente insospechado,
otras te regurgitan a tu refugio compartido para que nunca sepas lo que el
nuevo día te puede deparar. Sonido metálico de aperturas, aviso sonoro para la
clausura. Si te quiero ver, dejaré puertas detrás, si me quieres tocar, puertas
te saludarán, mas nunca lo conseguirás. Pasar, atravesar o entre una y otra esperar.
Las hay con un solo ojo que otros para vigilarte utilizarán. Muchas tienen el
cuerpo a rayas que ver más lejos te permitirá, pero nunca ese espacio por ti
mismo alcanzarás. Unas se mueven eléctricamente de derecha a izquierda, otras
con goznes, a lo tradicional. Ninguna tiene cerradura, pues en un sistema digital
las convirtió la modernidad. Puertas aquí, puertas allá, en el piso de arriba,
en el de abajo, pegadas al balcón, gargantas del patio, en la cocina, en el
gimnasio y en la sala de estar. Demasiadas puertas cuyo único fin es hacerte
recordar, mes tras mes, lo encarcelado que estás.
jueves, 23 de junio de 2016
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