Venas de tierra, asfalto o piedra. Arterias de la misma
índole con cierta gracia natural en el centro. Corrientes nerviosas que, ni
dormida, conocen el descanso, es más, centellean y echan chispas por los cuatro
costados. Estómago siempre vacío y repleto de carne de distintas procedencias.
Hígado corrompido por los vicios más alucinantes regenerándose continuamente
con látigos de esclavitud. Pulmones negruzcos con ínfimas manchas verdes que se
burlan de la esperanza. Corazón arrítmico al borde del colapso. Páncreas
inflamado de belleza surrealista. Vaginas construidas a base de billetes con
caras de testículos y monedas de semen infecto. Riñones destrozados por una
orina nauseabunda repleta de cálculos de miseria. Cerebro condenado al olvido,
la traición y el odio.
Tus ojos y oídos viajan en furgonetas atestadas de represión
mientras tu boca exhala un aliento humeante y alérgico al cielo. Con el tacto
de una mano conviertes tu corteza en baobads de cristal, hierro y hormigón, con
las uñas de la otra te autolesionas con fosas rellenas de tubos, cables y
plagas. Tu lengua se retuerce en un beso con sabor dulce a la vez que tus
dientes arrancan la mía de un bocado. Toda tú repleta de un esqueleto hoz imperecederamente
en alto y músculos que se confunden con la propia piel.
He visto tu cabeza con sombreros de catedral, mezquita o
sinagoga. Miré a tu cara tiznada por la creencia, el ostracismo o la angustia,
pero limpia de utopía. Me has dado abrazos de alambradas, vallas y barro.
Pisoteaste mi ilusión al poco de conocerte y, aun así, creí que cambiarías de
actitud cada vez que me alejabas a patadas de tu vera unos kilómetros más al
norte. ¡Qué inútil ha sido mi valentía! ¡Qué cruel tu llamada! Ya no me queda
nada, nada que te pueda entregar, pero tú me sigues regalando desprecio, golpes
y oscuridad.
Ahora que mis pies no saben andar por otro camino que no sean
tus vasos y conductos, mi mente se remonta, en espacio y tiempo, al lejano lugar
de donde partí. Viajo allí para desmentir tus proezas y halagos. Para demostrar,
como muchas veces has hecho, que eres una inmunda y mugrienta falacia, para
advertir que conserven, mientras puedan, sus entornos y raíces. No puedo evitar
temblar cada vez que te vuelvo a ver en mis sueños en medio de un desierto, un
río, lago, selva o montaña. Tiemblo porque sé que eres mentira y las mentiras,
al igual que tú, ciudad, lo arrasan todo pues nacen de la nada.
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