Viejas Verdades Sobre Mentiras Modernas
Entre las cosas buenas que tiene viajar,
aunque suene manido, está el hecho de conocer gente. Personas que pueden acabar
perdiéndose en tu memoria, otras de la que nunca recordarás su rostro pero sí
alguna de las explicaciones que te darán acerca de algo o alguien y, por
último, aquellas de las que, grabándose o no su rostro en tu cerebro para
siempre, sus palabras y conversaciones quedan esculpidas en tu mente como
Davides en la retina de quinientos años de ojos.
Se subió al tren procedente de Barcelona
con destino a Lisboa en la ciudad de Zaragoza. Nada fuera de lo común excepto
si pensamos qué hace un señor de una edad tan avanzada recorriendo un trayecto
tan largo. A la segunda o tercera vez que nuestras miradas se cruzaron ya me
sentí atraído por su rasgos, ni especiales ni del montón, sus manos, nada del
otro mundo, y su cuerpo delgado pero con rastros de una fuerza pretérita. No
sabría decir en qué punto del viaje la conversación pasó de las típicas
preguntas acerca de la procedencia y gustos literarios a desahogarse relatando
una de sus mayores experiencias.
Durante la Navidad de 1914 se encontraba
sumido en el barro, los piojos, las ratas y la diarrea en una mugrienta
trinchera, como la mayoría de los jóvenes galos de su edad. Alemanes,
británicos y franceses llevaban ya seis meses matándose. Ese odio histórico que
los habitantes del Rin sienten por los del Sena, y viceversas volvió como el
calor del verano y llegó a su punto álgido con las nieves del invierno. A
primera hora de la tarde del día de Nochebuena todo parecía un simple reto de
canciones populares de ambos bandos. Se trataba de ver quién entonaba más alto
sus himnos y cantinelas. Todo cambió en el momento en que dichas tonadas
pasaron a tener la misma base musical pero letras en distintas lenguas. No
puedo describir la magia que me inundó cuando me relataba que en el preciso
instante que “Noche De Paz” se fusionó en el aire en idiomas distintos el olor
nauseabundo de los cuerpos en descomposición mezclado con los restos de gases
venenosos pasó a ser un aroma de lágrimas de concordia y humanidad. Puede que
azuzado por la situación y con el aliño que el alcohol, si es barato más, da al
atrevimiento salió cantando de su trinchera sin obedecer las órdenes
vociferadas por su sargento. Esto impulsó a uno de los centinelas alemanes a
entrar en su reto mientras que el encargado británico de la ametralladora
comenzó a andar hacia ellos si desentonar ni una sola nota del famoso
villancico. Le siguieron sus compañeros, al inglés los suyos mientras los
teutones se iban arremolinando alrededor de su vigía. Fue la mejor unión de
cuerpos de su vida. Ni llegar al orgasmo
con su ser querido, ni el mejor sabor de una comida casera después de años de
penurias, ni el regreso a su lugar preferido de la infancia pudo jamás igualar
lo que sintieron esos hombres, milenarios enemigos y humanos por ocho horas.
A la mañana siguiente cada ejército
volvió a sus trincheras. Regresaron las bombas, las máscaras de gas y los
insultos a menos de ochenta metros. Él consiguió sobrevivir, de los pocos, a
los cuatro años de conflicto. Su hijo vivió en sus carnes el horror de la
guerra veinte años después, no sin pagar el peaje de su brazo derecho, mientras
que al mayor de sus nietos se lo tragó la jungla vietnamita durante la
ocupación francesa del país asiático.
Cuando me quise dar cuenta el largo
trayecto había terminado. Ambos recogimos despacio nuestros equipajes y, en
silencio, nos dispusimos a apearnos en la estación de la capital lusa. A mi me
esperaba mi amiga Francisca, razón de mi vista, a él otro hombre no menos
anciano. Le extendí la mano en señal de adiós, él la cogió y con ímpetu poco
propio de su edad tiró de mí para acabar abrazándome y susurrarme al oído: “El
ser humano podrá pensar que ha evolucionado por crear grandes máquinas y
edificios que renuevan su día a día pero lleva años, siglos, milenios, que no
ha aprendido nada acerca de cómo dejar de matar y hacer morir a sus congéneres”. Sólo pude
contestarle: “Hasta siempre, anciano”.
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