Érase que se era una vez que tal vez
tampoco fuera que fuese alguien que hizo de la duda su bandera. Puede que esto
os lo hayan contado de otras mil formas pero os puedo asegurar que sé de quien
hablo pues compartimos los muchos y largos caminos que van desde la inocencia
infantil al viejo escepticismo o desde la iracunda fe al escalofriante terror.
No se puede decir que fuese alguien
desobediente pues no siempre ejercía ese don. Todo dependía de lo que su eterna
puesta en entredicho le susurrara al oído en esos instantes. Así pues cuando su
madre sugirió ir a visitar a la madre de esta sintió una profunda pena. Su
progenitora seguía teniendo la herida de la pierna demasiado fea como para
embarcarse en una travesía tan cuesta arriba. Pero claro, tendría que cubrir
ese sentimiento con algo que no dejara ver que cedía por un simple encogimiento
de corazón. De este modo convenció a mamá de que necesitaba más hierbas de esas
que nacen en la cuneta del camino para la cataplasma que curaban su lesión.
Se enfundó en su traje preferido y
con una cesta cargada de comida y
enseres en la mano derecha y su palo de la suerte en la izquierda emprendió el
alto camino en pos de visitar a su antecesora. A pesar de conocer bastante bien
la ruta solía hacer pequeños cambios para no aburrirse durante el trayecto. Una
vez recorridas unas dos millas se encontró de frente con el pesado de su primo
que andaba recogiendo ramas y troncos para cargarlos en la mula vieja y
maltratada que le acompañaba. No le hizo demasiado caso, ya que sus intenciones
eran siempre las mismas, mucho lisonjeo y presunción para tan poca personita. A
pesar de ello entró en el juego de sus propuestas para dar rienda suelta a la
mejor sus aficiones. Algunas aceptó mintiendo y otras, como la de verse a la
vuelta en el arroyo para disfrutar de un baño, no encontraron respuesta.
Siguió subiendo y subiendo hasta
alcanzar “El Cruce Del Buitre”. Lo llamaban así porque en él siempre estaba
apostado uno de los malhechores más famosos de la comarca al cual había que contestar
una serie de preguntas antes de elegir el sendero a continuar. Como cada
cuestión obtenía una explicación contradictoria con la anterior el malvado ser
acabó cansado dando paso sin demasiados contratiempos. Pero si por algo se
caracterizaba este vil espécimen era por su astucia. Una vez quedó fuera del
alcance de su vista cesta, palo y todo lo demás se convenció de que las
respuestas que había recibido tenían que tener un hilo conductor consiguiendo,
después de media hora larga, comprender que la dirección que intentaba
descubrir no era otra que la casa de madera de la señora mayor que alguna que
otra vez le había ofrecido su calor y comida. Pero él no era tan generoso como
aquella vieja estúpida y, sabiendo de los manjares que escondía aquella cesta,
entramó un plan para hacerse con ella. Tomó un atajo y llegó mucho antes a la
cabaña. Aprovechando la confianza de la anciana consiguió reducirla y
amordazarla, encerrándola después en un gran baúl.
Cuando mi fiel acompañante llegó a la
casa de su abuela se encontró con la puerta entreabierta, cosa que le extrañó
sumamente. Sabía de los males que padecía la anciana por lo que no le extrañó
encontrarla en la cama. Dudaba entre ir a la cabecera y despertarla o dejar la
cesta y marcharse sin más. En esto que escuchó una voz poco familiar que le
sugería que se acercara. Mientras se aproximaba las palabras le resultaban cada
vez más bruscas y hostiles y fue su sentimiento de duda el que hizo que
arrojara la cesta encima de la cama esparciendo todo su contenido. Corrió y
corrió desesperadamente a tal velocidad que espantó a la mula de su primo
quedándole en paños menores dentro del arroyo. Llegó a casa. Cerró la puerta y
no pudo mediar palabra en un buen rato.
Fuera como fuera eso fue su salvación,
su duda. Lo que pasó con el malvado y la abuela a la vez que con el primo y la
mula es otro cantar que ya os relataré la próxima vez que os vea.
Moraleja: “A quien duda algún que otro
Dios le ayuda”
No hay comentarios:
Publicar un comentario