miércoles, 1 de marzo de 2023

Texto Mandrílico Marzo 2023

 

CABEZA ALTA

 

Nada más verte, me di cuenta de que aquella cabeza abultada, de una redondez suprema, no se correspondía con lo que se toma por normal por estos alrededores. Esa boca tan plana y tus labios negros poco ayudaban a la hora de presentarte a unos vecinos que, en vez de saludar o regalarte una sonrisa, ya fuera falsa, susurraban esta o aquella barbaridad sin pudor alguno. He de reconocer que me costó sobreponerme a esos ojos oscuros como cien noches sin luna. No hablemos ya de la pelusilla gris ceniza cuya procedencia nadie, ni yo misma, entendía, si tenemos en cuenta que todos los de mi familia suelen venir al mundo con ese color amarillo tan nuestro. Encima, tus piernas arqueadas y unos pies que ganaban como cinco veces en tamaño a cualquiera de los de tu edad te obsequiaron con todo tipo de burlas y mofas hasta rayar el escarnio. Pero qué podía hacer yo que no fuera pasear contigo con la cabeza bien alta junto a tus hermanos y hermanas que, por cierto, te defendieron siempre a capa y espada, algo que no debes olvidar nunca. Lo peor era cuanto te pillaban a solas; raro era el día que no regresabas con un mordisco, una patada, embadurnado de yo qué sé o todo a la vez.

Luego diste el estirón y, de pronto, tu cabeza se encogió, el cuello se alargó, tus labios se volvieron naranja, la piel blanca como la leche y las piernas se acortaron al tiempo que parecía que los pies nunca iban a parar de aumentar. Así hasta sacarnos casi dos cabezas a todos los de casa, con decirte que pensábamos que, visto lo visto, nos había caído la mayor las maldiciones por tener alguien como tú entre nosotros. Eso sí, con ese tamaño y esas proporciones, se acabaron las dentelladas, los puntapiés, los golpes y los cachondeítos. Menudo alivio cuando pasaste de ser el defendido al defensor de cualquiera que tomaran por raro o extravagante, pues loco era el atrevido o la temeraria que tuviera la ocurrencia de soltar cualquier impertinencia por su boca, no digamos ya el intentar agredirte. De repente, como el que no quiere la cosa, una mañana soltaste que te marchabas lejos porque no sé qué demonios tenías dentro que te obligaba a viajar y a ver mundo. Y aquí nos quedamos los demás viendo cómo el horizonte engullía ese portento físico en el que te convertiste sin echar la vista atrás.

Ya ni sé la de años que han pasado desde aquello, pero hoy soy la criatura más feliz del mundo. Ahora que te vuelvo a tener delante, he de confesar que pensé que nunca volvería a verte. No será por las horas de rezos y plegarias que he dedicado a ello, pero la esperanza es algo que, si no se pierde, se termina ocultando hasta dar difícilmente con ella. Gracias, hijo, por esta visita. Si en aquellos días de tu infancia alguien me hubiera dicho que te ibas a transformar en lo que tengo delante de mis ojos, habría pensado que era una más de las tomaduras de pelo que recibía acerca de ti. Antes de volver a marcharte, quiero que me cojas del brazo y que demos un paseo recorriendo todos los lugares que te vieron crecer. Llevo mucho tiempo deseando comprobar cómo todas esas miradas y esas bocas que tanto daño te hicieron se tragan no solo la saliva, sino la cantidad de moscas que se le van a meter haciéndoles toser hasta la extenuación. Así que andando y, como te enseñé de chico, el cuello todo lo erguido que puedas y la cabeza siempre bien alta.


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