sábado, 4 de febrero de 2023

Texto Mandrílico Febrero 2023

 

DERRUMBAMIENTO

Una infancia de estricta educación y férrea disciplina le impulsó a una adolescencia sumida en el ostracismo que trajo consigo una juventud solitaria y una madurez favorecida por el aislamiento. Es lo que suele ocurrir cuando te esculpen en cuerpo y alma con el cincel del orden. A pesar de todo, conoció el amor en un ser igual de flagelado por las reglas y la estrictez, pero nunca llegaron a formar una familia. El azar, la vida o lo que quiera que fuera no les concedió el don de perpetuar sus genes debido a que, de tanto organizar los momentos sexuales, la rutina contrajo matrimonio con el sagrado mandamiento de hacer todo de la manera reglamentada, sin salirse ni un milímetro de la raya. Y claro está, esos posibles instantes de sexo, siempre guiados por la espontaneidad y el dejarse llevar, eran el mayor de los pecados que los conduciría a cien por hora al Infierno del descontrol y el caos. El tiempo, el único que realmente pone a cada cual y a cada cosa en su sitio, se encargó de arrebatarle ese mismo amor a manos de un infarto con el que su amada nunca había contado, cediéndole una soledad que solo interrumpe con mañanas de limpieza, tardes de paseos y recuerdos y noches de insomnio regado por la angustia de saber si esto o aquello o tal vez lo otro está ubicado en el sitio correcto.

En esas estaba cuando, sentado en el mismo banco del mismo parque a la misma hora en la que los paseantes no son los mismos de hace una hora ni los niños juegan a lo mismo de ayer ni los perros se persiguen como antes de ayer ni los pájaros cantan como la semana pasada, apareció él clavándole sus dos ojos verdes. Esa tarde ni caso, llegado el momento, se levantó, recorrió el mismo camino de vuelta, solo alterado por el cambio de los muñequitos de los semáforos, abrió la puerta con la llave amante de una cerradura que bien podrían ser los objetos más caros de cualquier tienda de antigüedades y entró en casa con la inquietud de no llegar a tiempo para hacerse la cena a la hora indicada. Otro día, otra semana y otro mes recibiendo la visita del parque, siempre a la misma hora y sin comunicación alguna, tan solo esos ojos verdes que iban arañándole minutos hasta conseguir algo impropio en él, irse a dormir sin cenar. Así hasta que, hipnotizado por la puntualidad y la insistencia del visitante, no tuvo más remedio que invitarle a casa.

Desde esa fecha, los objetos del escritorio desaparecen sin razón aparente; algunos jarrones, vasos o adornos han pasado a mejor vida sumidos en el estruendo que hace añicos el silencio de décadas de estricta organización; los calcetines salen de juerga agarrados de la mano de los calzoncillos; los trapos de cocina igual quedan para almorzar con las camisas que pasan días y días con las chaquetas o los pantalones; no hablemos ya de los zapatos, inmersos en el desenfreno de haber conocido la infidelidad del roce en grupo o de parejas con las que, en la vida, hubieran pensado que pudieran congeniar. Entre esto y aquello, llevan ya cinco años juntos, un lustro de sorpresas, juegos, intimidad, confesiones, desahogo y, sobre todo, de amistad donde el orden que tanto apretó el cinturón de su existencia hasta clavarle la hebilla del sinvivir se desvanece más y más al compartir unas sábanas y mantas en las que el sueño mezcla sus ronquidos con su ronroneo. Sentimientos que no cambiaría por el mayor de los órdenes mundiales.

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