lunes, 11 de octubre de 2021

Texto Mandrílico Octubre 2021

 

ME COMO UNA

 

No vas a conseguir que dejemos de jugar al parchís, qué va. Y no lo vas a hacer porque sentimos que podemos ganar, a pesar de haber perdido muchas partidas. Tampoco importa que te hayas agenciado tres de los cuatro colores del tablero porque sigues sin percatarte de que nosotras y nosotros partimos de un lugar donde caben todos los demás colores. Aquí están el morado de los puñetazos en los ojos, de los cardenales por todo el cuerpo, de los labios hinchados; el naranja de las frutas que pisoteas cuyo zumo no saboreas; el blanco de las noches en vela y la mente en tensión; el rosa de las flores que arrancas, trillas y aplastas, pero jamás te paras a oler; el negro de los rincones, las callejuelas y los cuartos donde nos obligas a amarnos y sentirnos; el marrón de la tierra con que nos lleva cubriendo sin que te des cuenta de que hace tiempo que sacamos la cabeza; te lo volvemos a repetir, están todos, absolutamente todos, los que escapan de tu imaginación e inundan la nuestra.

Tiras y avanzas moviendo ficha con arrogancia porque el tablero es solo tuyo desde ni se sabe cuándo. Ahora sacas un tres, luego un cuatro y, más tarde, un uno. Llegado nuestro turno, sacamos, por fin, un cinco. Colocamos nuestra primera ficha fuera y el sudor comienza a notarse en tu frente, un sudor de gotitas nerviosas que se unen en cascada sobre tu sien. Adelante con la siguiente ronda, tú un dos, otro cuatro y un cinco que de nada te vale porque hace tiempo que todas tus fichas están dispersas por los rectángulos numerados. Vuelve nuestro turno y, de nuevo, otro cinco y otra ficha en juego. Para ti esto es imperdonable. Bien está que juguemos con una ficha, pero dos, dos es intolerable. Ahora el sudor es de puro miedo; tanto, que estás literalmente cagado de miedo. Te aterra que te despojemos de esos privilegios, concesiones, derechos y placeres que te han sido otorgados por nacer hombre heterosexual. Y no, no voy a entrar en razas, tampoco en la simpleza de meter a todos los de esa condición en tu saco, porque con nosotras y nosotros están los que aúnan los tres colores que tú siempre has sentido como únicamente tuyos, algo que te encoleriza por encima de todo. Además, a nosotros y nosotras no nos hacen falta esos colores tan posesivos con los que te vistes porque muchos y muchas de los que deberían ser de los nuestros y de las nuestras, por desgracia, se calzan con ellos. Pero está bien, está muy bien, que te dé pavor enfrentarte a dos de nuestras fichas, sobre todo porque comienzas a sentir un canguelo infundado. Infundado porque nosotras y nosotros no hemos venido a arrebatarte nada, nos hemos plantado con dos fichas en nuestra puerta para que nos devuelvas el privilegio de poder andar solos y solas por las calles sin que se nos mancille, insulte o asesine; para que volvamos a tener la concesión de hablar, vivir y expresar libremente nuestra sexualidad donde queramos y con quien queramos; para que tengamos el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos sin que tú tengas que volver a disponer sobre ellos; para que sintamos el placer de ser nosotras y nosotros mismos sin dar continuamente explicaciones de por qué lo somos y, ante todo, para que esa decencia indecentemente cobarde que tienes de suicidarte después de matarnos acabe con la indecencia decentemente valiente de tenernos que suicidarnos por tu acoso, injurias, escarnio y mofas.

 Mira tú por dónde, en esta ronda de tiradas te quedas o bien donde estás, o bien pegado a la barrera que tenemos montada. Es nuestro turno, un seis y luego un uno, directos a seguro, el mejor lugar cuando se trata de jugar contigo. No tienes otra alternativa que pasar delante para plantarte en un lugar que jamás hubieras imaginado estar, justo en nuestro punto de mira. Nuestro dado rueda hasta plantar boca arriba otro cinco. Sacamos una tercera ficha para que esa furia de la has hecho siempre gala aparezca en tu cara. Solo puedes mover una ficha y ese dos la coloca a nuestro alcance. Seis, abrimos barrera, te comemos una y para casa. Sí, para tu casa, la misma en la que nos encerraste durante siglos en cocinas desde donde te servíamos platos y bebidas recibiendo, a cambio, golpes en la mesa y despropósitos cuando no eran de tu gusto; la que nos hiciste barrer y fregar millones de veces mientras te repantingabas donde mejor te viniera; la de los cuartos y habitaciones convertidos en celdas donde nos encerraste porque te avergonzabas de que fuéramos tus hijos, tus hijas, tus hermanas, tus hermanos; la de las escaleras por las que rodamos hasta abrirnos la cabeza contra el suelo; la de las ventanas por las que tuvimos que saltar para escapar de ese amor tan tuyo o de nadie; la de las puertas por donde nos echaste porque renegaste de nosotros y nosotras escupiéndonos en la nuca, pateándonos las costillas como despedida antes del portazo; esa que vas a encontrar fría porque nunca quisiste el calor de nuestros abrazos, las caricias de nuestras manos y los besos que te quisimos dar y tú siempre nos negaste.

Tranquilo, no te adelantes, te notamos nervioso, más alterado que nunca. Recoge el dado, te recuerdo que nos tocó un seis. Muy bien, deja que tu dado caiga hasta tocar el fondo de tu cubilete para que resuenen bien en tus oídos las faltas de respeto, las hostias con mano abierta, los puñetazos en el hígado, las patadas en nuestras partes y los disparos a bocajarro. Volvemos a echar a rodar nuestro dado y… cinco. Sacamos nuestra cuarta ficha. Tu cielo se desploma sobre tu bien asentada cabeza, tu infierno sube achicharrándote los pies y tu purgatorio se ensancha como un globo. Es tu turno, te tiemblan las manos al sentir que ahora es cuando verdaderamente comienza el juego.


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