ORIÓN
Lo extraño en aquel tiempo es que
nacieran niños genéticamente sanos, mucho más si se trataba de una niña con
ojos violetas, más aún cuando cualquiera que los contemplaba quedaba atrapado
en un abismo que le hacía estremecerse durante unos minutos. Con esa cualidad
podría haber terminado en el interior de uno de los cohetes que explotaban
formando palmeras de colores con los que los dirigentes festejaban cualquiera
de sus excentricidades ante la inopia de sus súbditos. Pero la misma ciencia y
tecnología que había dirigido en rebaño a la humanidad durante los últimos
trescientos años hacia un mundo virtual de pantallas, gafas 6 D y viajes inter
espaciales expedidos
falsamente con billetes de ida y vuelta a las colonias situadas en galaxias ya
no tan cercanas, no podía dejar pasar la oportunidad única que se le presentaba
con el nacimiento de la pequeña. Como ya era costumbre, lo primero fue
arrebatársela a sus progenitores. Acto sumamente fácil cuando la Ley dice que: «Todos los nacidos pertenecen al Estado hasta que este decida
lo contrario”, Artículo 528, párrafo 3, de la Constitución Internacional de
2247, por la que se regía el territorio de Ares. Nombre con el que se conoce en
la actualidad a la que fuera la vieja Europa, la cual tuvo que dejar atrás su
legendario apelativo después de que la multinacional del refresco más popular y
negro de la historia, como si del toro blanco se tratara, consiguiera
registrarlo como propio.
Lo siguiente que llevaron a cabo los
científicos que alardeaban de tener un espécimen único en aquella niña fue inventar
unas gafas que les impidieran caer en el abismo hipnóticamente mortal en el que
se sucumbía si permanecías eclipsado por aquellos iris violáceos. Una vez
conseguida esta meta, crearon unas segundas lentes que colocaron en los ojos de
la cría de tal forma que esta no pudiera deshacerse de ellas por desconocer la
combinación numérico alfabética que le hubiera permitido llevar a cabo tal
acción. Además, tan solo serían sustituidas por nuevos modelos más avanzados
según lo exigiese el paso del tiempo y la ambición científica así lo
requiriera. Las cámaras que habían colocado a lo largo de aquellos singulares
anteojos pretendían alcanzar todo lo que les agitaba e intranquilizaba cuando
no estaban colocados en su lugar.
La bebé se convirtió en niña y esta en
adolescente de sobrada y demostrada inteligencia que fascinaba a sus maestros. Llamaron
Mercuria a la muchacha y la instruyeron de manera excepcionalmente única en
todas las ramas conocidas del saber. Le alcanzó la juventud el día que le
regalaron sus terceras gafas nuevas y una nave de diseño único para que
cumpliera la promesa de viajar como exploradora espía. Comenzó con recorridos a
planetas cercanos desde donde debía comunicar nimiedades que ella creía que
eran la razón del éxito que cosechaba ante sus instructores. Los profesores
registraban toda la información que conseguían con los anteojos y la obligaban
a continuar viajando cada vez más lejos de la Tierra. Conociendo aquello que las lentes le
ofrecían como anticipo de lo que, desgraciadamente, iba a ocurrir, el Consejo
de Científicos derrocó a los mandatarios de Ares e impuso la dictadura
tecnológica del 8 D que fue recibida como la liberadora de todas las caídas de
red de sus predecesoras para júbilo de los habitantes de aquellos planetas que
gobernaba la Nación.
A Mercuria se le ordenaba avanzar y
avanzar sin derecho a réplica. Pasado un tiempo, el lugar que dejaba atrás
tenía los días sentenciados hasta convertirse en un páramo yermo y baldío sin
que la exploradora fuera consciente de ello. Hace lustros que no consigue
comunicarse con aquellos que hicieron de ella una viajera experta y audaz. Después
de años ejercitando la fascinante inteligencia acumulada en las arrugas de su
cara logra, por fin, descubrir la carcelera combinación e incumplir el mandato
de tener en todo momento las gafas puestas. Hoy, por primera vez, consigue ver
reflejados sus ojos en el viejo espejo que tendría que servir de conexión con
la central terrícola. Los contempla detenidamente durante varias horas para
luego sentarse delante del comunicador 10 D y lanzar un nuevo mensaje a la
desesperada. En la superficie del espejo comienza a aparecer: “He visto una nueva
luz. Hace tiempo Venus IV se apagó. He visto morir una estrella en el cielo del
distante Orión…”.
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