Antes de comentar este cómic quiero dar las gracias de todo
corazón al Tyto Alba por haberme dado la oportunidad de descubrir a Walt
Whitman. No soy un lector de poesía, para bien o para mal, los mío son los
tebeos, las novelas y los ensayos, pero este autor me ha noqueado. Supongo que su estilo, ese verso libre, ha
influido bastante en ello.
Tyto Alba comienza su carrera como profesional exponiendo sus
cuadros en distintas salas de Barcelona. Cruzará el charco para pasar una
estancia en Ciudad de México donde dará sus primeros pasos como dibujante de
cómics en “Black River Together”. Vuelve para trabajar en el Periódico de
Catalunya y en el proyecto PDA (Pequeños Dibujos Animados). A partir de aquí se
asocia con distintos autores en obras como “Sudd”, con la que gana el Premio
Junceda en la categoría de cómic, “Un Regalo De Navidad”, “Solo Para Gigantes”,
“La Casa Azul”, homenajeando a Frida Kahlo y Chavela Vargas, o “Fellini En
Roma”, entre otras. En mi caso, esta es la cuarta entrega de Tyto que entra a
formar parte de mi colección de cómics. Las otras tres, “Dos Espíritus”, “Santo
Cristo”, dibujada por Pablo Hernández, y, en especial, “El Hijo”, con Mario
Torrecillas están entre mis obras preferidas de dicha colección.
Estas páginas dan sus primeros pasos retrotrayéndose a la
infancia de Whitman a través de unos versos que son solo un aviso de todo lo
que está por llegar. Luego da un salto en el tiempo para comenzar lo que
podemos considerar como el verdadero guion del cómic partiendo del despido del
poeta de su trabajo en el periódico. Incitado por las palabras de Ralph Waldo
Emmerson durante una
conferencia, ambos acabarán siendo grandes amigos, se adentrará en la poesía
hasta llegar a 1855, año en el que se publica la primera edición de “Hojas De
Hierba”. Este poemario de tan solo doce poemas en su primera edición, se
editaría hasta en diez ocasiones más con ampliaciones en todas ellas. El libro
recibirá críticas muy duras, sobre todo, por sus explícitas referencias a las
relaciones homosexuales. Algunas, las menos, son, a su vez, de apoyo y ánimo
para seguir escribiendo, como la del mencionado Emmerson o la de Fanny Fern. Walt
vive los meses anteriores a la Guerra de Secesión estadounidense entre la
preocupación por dicho conflicto, el amor que siente hacia otro hombre y la
escritura de esos maravillosos versos.
Como suele pasar, todo da un vuelco con la llegada de la
guerra. Asumiendo su responsabilidad familiar, Whitman se embarca en un viaje
que cambiará por completo su existencia. El nombre de su hermano George aparece
en las listas de heridos de la prensa. Parece ser que se encuentra en
Fredericksburg, uno de los lugares más calientes del conflicto. El poeta decide
ir a buscarlo para comprobar que se encuentra bien, dentro de la gravedad de
sus heridas. Viajar durante la guerra en trenes, barcos o a pie le ofrece una
visión en primer plano de lo que significa la misma. Si a eso le sumas que lo
primero que encuentra antes de entrar en el campamento de la soldadesca es una
montaña de miembros cercenados, el vuelco acaba poniendo todo patas arriba. Da
con su hermano, pero la situación de los heridos le hace reflexionar sobre su
papel en la disputa civil. Escucha sus inquietudes, sus deseos y sus miedos
hasta decidir que esa será su tarea hasta el final de la contienda. Vive de
cerca las condiciones en que estos heridos son trasladados en tren o en barco,
su estado a la llegada a Nueva York y sus estancias en los distintos hospitales
de la urbe norteamericana. Encuentra un trabajo a tiempo parcial y entra a
formar parte de una red de donaciones anónimas. Esos heridos de guerra pasan a
ser su rutina diaria. Rutina cargada de adioses para siempre a soldados de tan
solo quince o dieciséis años y de júbilo por la recuperación de aquellos a los
que ha atendido en sus camas durante meses. Pero la guerra no tiene nunca un
buen final, ni siquiera para los vencedores, y este se evidencia en los miles
de tumbas, en las caras y cuerpos de los prisioneros liberados y en el nuevo
ejército de tullido y mutilados que va a recorrer el país de punta a punta. Todo
pasa factura al protagonista de estas páginas que acaba postergado en una de
las camas que forman parte de uno de los hospitales que tanto visitó.
He de reconocer que me pillé este cómic porque los anteriores que conocía de Tyto me habían parecido fascinantes, cada uno dentro de su temática, claro está. Esa, se podría decir, que fue la primera razón de mi adquisición; la segunda se debe a mi atracción por esa pugna fratricida que se dio en el siglo XIX en Estado Unidos. La Guerra de Secesión junto a Primera Guerra Mundial son dos conflictos que, por muy distintas razones, me han atraído siempre. De ahí mi pasión por la obra de Tardi, o por “Chamán”, de Noah Gordon, por poner algunos ejemplos. Lo que no me esperaba es encontrarme con este poeta que me ha hecho leer y releer el cómic durante varios días seguidos, consiguiendo con cada nueva leída agudizar más y más mi atracción hacia sus palabras. Para mí, esa es la verdadera magia de la lectura, el descubrimiento de autores y autoras a través de las obras de otros autores y autoras. Ya me pasó con Akiyuki Nosaka después de leer “Adolf”, del gran Osamu Tezuka, y me ha vuelto a ocurrir con este “Whitman” de Tyto Alba. Así que el final de este artículo no puede distinguirse en exceso de su principio. Gracias, mil gracias por estas páginas.
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