Hace ya unos años, es lo que supone tener cierta edad, que
llevo diciendo eso de que hemos pasado de leer cómics donde l@s protagonistas
eran peña, digamos, lejana en el espacio-tiempo a ser nosotr@s mism@s. En este
nosotr@s incluyo a aquella juventud de los 80 y 90 del siglo pasado que, visto
desde la distancia que te ofrece ese tiempo, bendito sea, nos tocó ir
haciéndonos mayores durante esas décadas. Esta ha sido, de nuevo, la sensación
principal que me ha dejado este “Rompepistas”, adaptación de la novela de Kiko
Amata que tan bien ha desarrollado Rosa Codina.
Rosa es una ilustradora catalana, de Ordal, Barcelona.
Sintiéndose fuera del contexto que da forma al día a día de su lugar de
nacimiento, las viñas, pone toda su perseverancia en dedicarse a esto de las
viñetas y los bocadillos. Como en muchos otros asuntos, algun@s de sus vecin@s
le auguraron un mal futuro por ese camino y, como otras tantas veces, esos
vaticinios cayeron en el saco roto de sus intenciones. La cuestión es que con
este cómic les da una buena patada en los belfos a es@s que se pasan la vida
diciendo que con esto o aquello no te puedes ganar la vida porque eso no es un
trabajo, lo de la decencia en el curro es imprescindible en este tipo de
reflexiones ajenas, y demás sandeces que ell@s, como buen@s asesores/as,
pretenden hacernos creer. Primera victoria a favor de la autora.
“Rompepistas” es el apodo del personaje principal de este
cómic. Lo de tener un alias era indispensable en aquel momento que no es otro
que el incipiente verano de 1987, año de nacimiento de Codina. Él pertenece a
un grupo de Punks-Skinheads que vive en uno de tantos lugares del extrarradio
de Barcelona. Toca la guitarra en su banda, Duelistas, junto a la bajista
Clareana, personaje esencial en la trama de esta obra, y el batería Carnaval,
su mejor colega. Como la de la mayoría de l@s que teníamos esas edades por
aquel tiempo, la vida de Rompepistas gira alrededor de la música, los colegas,
los garitos, el alcohol y alguna que otra droga. Ahora bien, toda la rebeldía
que el protagonista lleva dentro tiene como foco la propia sociedad, de la que
huye haciendo lo imposible por no currar después de haber sido expulsado del
instituto; los problemas familiares que se encuentra en casa y los que el
propio lugar en el que reside le ofrece de manera “gratuita”.
La obra tiene varios ejes sobre los que rota. Uno de ellos es
la relación entre Clareana y “Rompepistas”, esencial en la manera de actuar de
ambos; otro sería las dificultades del momento que atraviesan sus padres y su
relación con ellos, muy buenas ciertas reflexiones acerca de otros tantos
sentimientos que, a mi entender, resaltan la parte más humana del protagonista;
luego está, evidentemente, los colegas y las buenas y malas experiencias a las
que se enfrentan, sin esto el guion quedaría en una simple historia de un
adolescente cualquiera; y, por último,
la música y su poder liberador de todo lo anteriormente dicho. Para ello, Rosa
usa una técnica ilustrativa sobresaliente con la que resalta cada instante del
cómic dependiendo del momento que se trate.
En lo concerniente a la música, ha sido un placer recordar
aquellas bandas que tanto me molaban a través de las que se hace referencia
directamente con el guion, Toots And The Maytals, Kortatu, Generation X, Simom
And Garfunkel, la Creendence o The Clash; o de las camisetas que l@s
protagonistas llevan puestas, La Polla Record, Cicatriz, The Jam. R.I.P. o GBH.
Está claro que la autora, consciente de que esta es una parte imprescindible de
la identidad de sus personajes, pues esas canciones junto a otras son la base
de sus acciones y pensamientos, se ha empapado bien y sabe perfectamente cuándo
y dónde encajar cada una de ellas. Sin ese prisma sería difícil entender casi
todas las cosas que ocurren en este cómic y la razón por la que ocurren, desde
las relaciones personales hasta aquellas que llegan por parte de otros grupos,
esos que se dio por llamar tribus urbanas, en este caso los “Cuellos” y los
“Cholos”, con los que estos jóvenes conviven con mejor o peor resultado. Sí que
podía contaros qué ocurre con esto y aquello, pero, como en otras muchas
ocasiones, mi intención con los artículos de este humilde blog es despertar
vuestra curiosidad sobre la obra en sí y, si llego a conseguir este fin, que
seáis vosotr@s l@s que saquéis vuestras conclusiones sobre todo el entramado de
la misma. Aquí, en este “Rompepistas”, hay mucho que desgranar, sentir, y, en
mi caso, revivir.
En esto de las llamadas tribus urbanas siempre hubo una
búsqueda de esa manida autenticidad de la que el que escribe estos párrafos ha
huido continuamente como de la peste. Es verdad que nunca he lucido una pinta
Punk o Skinhead como la de est@s tip@s, yo siempre he sido de Heavys con mis
melenas, ya canosas, parches y chapas de bandas que no asoman la cabeza por las
páginas de este cómic y toda esa parafernalia que ronda la imagen de l@s
pelu@s. Ahora bien, jamás me he ceñido a ninguna de las estrecheces que estas
tribus te hacían ver como algo que te llevaría al más allá de lo genuino o
verdadero. Siempre fui demasiado Jevi para los Punks y demasiado Punk para los
Jevis, y yo tan contento, todo sea dicho. Hay mucha peña de aquella época, como
bien refleja estas viñetas, que la ven como una locura de la juventud, algo
lejano en el tiempo que sirve para recordar contando batallitas en el bar, como
bien decía Kortatu, mientras otr@s seguimos avanzando en edad sin poder, ni querer,
deshacernos de esa afinidad e identidad que nos ha dado el Rock, en cualquiera
de sus vertientes. Son muchos años escuchando eso de: “Yo antes era Jevi”, o
Punk, o Rocakbilly o lo que narices fuera el/la susodich@. Entiendo que no tengas que ir
vestido exactamente igual que en aquellos años, pero lo de “era” siempre me ha
sonado muy, muy chirriante dejándome claro que, en ese sentido, jamás fuiste
nada, ni antes, ni ahora. También hay cosas que no cambian, como ese eterno
odio que se tienen Punks y Jevis, que nunca he entendido y, mucho menos,
compartido. Es verdad que ya no se montan esas trifurcas y demás “caricias”
físicas de aquellos momentos, pero aún se nota en el ambiente la tensión visual
cuando alguien con pelo largo aparece en un concierto de El Ultimo Ke Zierre,
por ejemplo, o una cresta o pelo rapado se deja caer por un garito donde suena
a todo volumen Dio o Metallica. Y claro, luego están esas reflexiones y
preguntas que te sueltan a la cara en plan decepción: “¿A ti cómo te puede
gustar ese grupo?” o “Yo creía que tú ibas de otro palo”, como si ell@s fueran
l@s verdader@s guías espirituales de su tribu.
Una vez soltada la parrafada anterior, quiero cerrar este
artículo felicitando a Rosa por su labor, tanto de adaptación de la novela de
Kiko Amat como por la parte gráfica. Me alegro de tenerte en este mundillo de
las viñetas después de haber hecho oídos sordos a esos consejitos de turno.
Espero que vengan muchas obras más después de este “Rompepistas” y que tengas
mucho éxito con ellas. A ver si coincidimos algún día y no echamos unas charlas. Siempre con buena música de fondo, por supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario