jueves, 19 de marzo de 2020

Rosa Codina: "Rompepistas"








Hace ya unos años, es lo que supone tener cierta edad, que llevo diciendo eso de que hemos pasado de leer cómics donde l@s protagonistas eran peña, digamos, lejana en el espacio-tiempo a ser nosotr@s mism@s. En este nosotr@s incluyo a aquella juventud de los 80 y 90 del siglo pasado que, visto desde la distancia que te ofrece ese tiempo, bendito sea, nos tocó ir haciéndonos mayores durante esas décadas. Esta ha sido, de nuevo, la sensación principal que me ha dejado este “Rompepistas”, adaptación de la novela de Kiko Amata que tan bien ha desarrollado Rosa Codina.





Rosa es una ilustradora catalana, de Ordal, Barcelona. Sintiéndose fuera del contexto que da forma al día a día de su lugar de nacimiento, las viñas, pone toda su perseverancia en dedicarse a esto de las viñetas y los bocadillos. Como en muchos otros asuntos, algun@s de sus vecin@s le auguraron un mal futuro por ese camino y, como otras tantas veces, esos vaticinios cayeron en el saco roto de sus intenciones. La cuestión es que con este cómic les da una buena patada en los belfos a es@s que se pasan la vida diciendo que con esto o aquello no te puedes ganar la vida porque eso no es un trabajo, lo de la decencia en el curro es imprescindible en este tipo de reflexiones ajenas, y demás sandeces que ell@s, como buen@s asesores/as, pretenden hacernos creer. Primera victoria a favor de la autora.





“Rompepistas” es el apodo del personaje principal de este cómic. Lo de tener un alias era indispensable en aquel momento que no es otro que el incipiente verano de 1987, año de nacimiento de Codina. Él pertenece a un grupo de Punks-Skinheads que vive en uno de tantos lugares del extrarradio de Barcelona. Toca la guitarra en su banda, Duelistas, junto a la bajista Clareana, personaje esencial en la trama de esta obra, y el batería Carnaval, su mejor colega. Como la de la mayoría de l@s que teníamos esas edades por aquel tiempo, la vida de Rompepistas gira alrededor de la música, los colegas, los garitos, el alcohol y alguna que otra droga. Ahora bien, toda la rebeldía que el protagonista lleva dentro tiene como foco la propia sociedad, de la que huye haciendo lo imposible por no currar después de haber sido expulsado del instituto; los problemas familiares que se encuentra en casa y los que el propio lugar en el que reside le ofrece de manera “gratuita”.





La obra tiene varios ejes sobre los que rota. Uno de ellos es la relación entre Clareana y “Rompepistas”, esencial en la manera de actuar de ambos; otro sería las dificultades del momento que atraviesan sus padres y su relación con ellos, muy buenas ciertas reflexiones acerca de otros tantos sentimientos que, a mi entender, resaltan la parte más humana del protagonista; luego está, evidentemente, los colegas y las buenas y malas experiencias a las que se enfrentan, sin esto el guion quedaría en una simple historia de un adolescente cualquiera; y, por último, la música y su poder liberador de todo lo anteriormente dicho. Para ello, Rosa usa una técnica ilustrativa sobresaliente con la que resalta cada instante del cómic dependiendo del momento que se trate.






En lo concerniente a la música, ha sido un placer recordar aquellas bandas que tanto me molaban a través de las que se hace referencia directamente con el guion, Toots And The Maytals, Kortatu, Generation X, Simom And Garfunkel, la Creendence o The Clash; o de las camisetas que l@s protagonistas llevan puestas, La Polla Record, Cicatriz, The Jam. R.I.P. o GBH. Está claro que la autora, consciente de que esta es una parte imprescindible de la identidad de sus personajes, pues esas canciones junto a otras son la base de sus acciones y pensamientos, se ha empapado bien y sabe perfectamente cuándo y dónde encajar cada una de ellas. Sin ese prisma sería difícil entender casi todas las cosas que ocurren en este cómic y la razón por la que ocurren, desde las relaciones personales hasta aquellas que llegan por parte de otros grupos, esos que se dio por llamar tribus urbanas, en este caso los “Cuellos” y los “Cholos”, con los que estos jóvenes conviven con mejor o peor resultado. Sí que podía contaros qué ocurre con esto y aquello, pero, como en otras muchas ocasiones, mi intención con los artículos de este humilde blog es despertar vuestra curiosidad sobre la obra en sí y, si llego a conseguir este fin, que seáis vosotr@s l@s que saquéis vuestras conclusiones sobre todo el entramado de la misma. Aquí, en este “Rompepistas”, hay mucho que desgranar, sentir, y, en mi caso, revivir.




En esto de las llamadas tribus urbanas siempre hubo una búsqueda de esa manida autenticidad de la que el que escribe estos párrafos ha huido continuamente como de la peste. Es verdad que nunca he lucido una pinta Punk o Skinhead como la de est@s tip@s, yo siempre he sido de Heavys con mis melenas, ya canosas, parches y chapas de bandas que no asoman la cabeza por las páginas de este cómic y toda esa parafernalia que ronda la imagen de l@s pelu@s. Ahora bien, jamás me he ceñido a ninguna de las estrecheces que estas tribus te hacían ver como algo que te llevaría al más allá de lo genuino o verdadero. Siempre fui demasiado Jevi para los Punks y demasiado Punk para los Jevis, y yo tan contento, todo sea dicho. Hay mucha peña de aquella época, como bien refleja estas viñetas, que la ven como una locura de la juventud, algo lejano en el tiempo que sirve para recordar contando batallitas en el bar, como bien decía Kortatu, mientras otr@s seguimos avanzando en edad sin poder, ni querer, deshacernos de esa afinidad e identidad que nos ha dado el Rock, en cualquiera de sus vertientes. Son muchos años escuchando eso de: “Yo antes era Jevi”, o Punk, o Rocakbilly o lo que narices fuera el/la  susodich@. Entiendo que no tengas que ir vestido exactamente igual que en aquellos años, pero lo de “era” siempre me ha sonado muy, muy chirriante dejándome claro que, en ese sentido, jamás fuiste nada, ni antes, ni ahora. También hay cosas que no cambian, como ese eterno odio que se tienen Punks y Jevis, que nunca he entendido y, mucho menos, compartido. Es verdad que ya no se montan esas trifurcas y demás “caricias” físicas de aquellos momentos, pero aún se nota en el ambiente la tensión visual cuando alguien con pelo largo aparece en un concierto de El Ultimo Ke Zierre, por ejemplo, o una cresta o pelo rapado se deja caer por un garito donde suena a todo volumen Dio o Metallica. Y claro, luego están esas reflexiones y preguntas que te sueltan a la cara en plan decepción: “¿A ti cómo te puede gustar ese grupo?” o “Yo creía que tú ibas de otro palo”, como si ell@s fueran l@s verdader@s guías espirituales de su tribu.




Una vez soltada la parrafada anterior, quiero cerrar este artículo felicitando a Rosa por su labor, tanto de adaptación de la novela de Kiko Amat como por la parte gráfica. Me alegro de tenerte en este mundillo de las viñetas después de haber hecho oídos sordos a esos consejitos de turno. Espero que vengan muchas obras más después de este “Rompepistas” y que tengas mucho éxito con ellas. A ver si coincidimos algún día y no echamos unas charlas. Siempre con buena música de fondo, por supuesto.



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