Algunas veces ciertas obras crean el revuelo necesario para
desempolvar actitudes y formas de entender el arte que contradicen, en la
mayoría de los casos, con su finalidad en sí misma. Entiendo que esta
afirmación es de lo más ambigua ya que cada autor o autora tendrá su manera de
entender el propósito de sus creaciones. Yo soy de los que opinan que cualquier
tipo de creación debe pringarse y remover conciencias, políticamente hablando.
Esto es lo que Howard Chaykin y “Los Estados Divididos De Histeria” han
conseguido siguiendo la antigua premisa de Gabriel Celaya: “La poesía es un
arma cargada de futuro”.
Howard Chaykin es un reconocido historietista norteamericano
al que la polémica ha importunado en más de dos y tres ocasiones. Ha pasado por
editoriales tan renombradas como DC, “Batman”, “Orion” o “IronWolf”, dibujada
por Mike Mignola, entre otras obras; Marvel, con “Capitán América”, “Star
Wars”, “Conan El Bárbaro”, “Iron Man” o “Magento”, por nombrar algunas de sus
creaciones, y así hasta confeccionar una larguísima lista que, por sí sola,
llenaría este artículo. También ha hecho sus pinitos como guionista televisivo
en series como “Flash” o “Mutant X”. En toda su obra destaca esa mezcla de
ciencia-ficción, aventuras, violencia y sexo. Así es como ha llegado a acumular
siete premios “Eagle”, un “Inkpot”, el prestigioso italiano “Yellow Kid” o el
asturiano “Haxtur”.
La obra que nos
incumbe en este artículo comienza con el prólogo del investigador y profesor de
Historia José J. Rodríguez, titulado
“Cuando Hacer Cómics También Es Hacer Política”, que no os podéis saltar si
queréis enteraros de la evolución del cómic en EE.UU. desde aquellos que lucían
en sus portadas el famoso sello de “Approve By The Comics Code Authority”, que
no es otra cosa que decir que la censura había pasado por encima de la obra en
concreto, hasta nuestros días. Ya os dio, imprescindible para abordar lo que
encontraréis en las siguientes páginas.
Desde luego, si por algún sitio hay que empezar a comentar
este cómic, valga la redundancia, es por su portada. La original creó tal revuelo
en su momento que, por consejo de la editorial y de ciertos compañer@s de
profesión, fue reemplazada por otra mucho más asequible al “buen saber y estar”
del público yanki. Menos mal, y gracias a los dioses y diosas de las viñetas,
que aquí podemos disfrutar de la inicial debido al esfuerzo de “Dolmen
Editorial”. Todo este asunto os lo cuenta detalladamente el autor en un párrafo
al final de estas páginas. Otra cosa más que no deberíais saltaros.
Entrando en materia acerca del contenido del cómic diré que
he tenido una sensación agridulce después de leerlo. No es que se trate de un
tostón, pero, a mi parecer, tampoco es tan impactante como te lo venden. Está
claro que se basa en una realidad tan olvidada como poco tratada como es el
racismo. Diréis que este tema está tan trillado que ya no queda ni paja con la
que arder. Pues bien, tanto el autor como el que escribe estas humildes líneas
hacemos referencia al racismo actual, mucho más agresivo y despiadado que el
mítico entre blancos y demás razas del planeta. Aquí todo el mundo se odia por
su color de piel, procedencia social o estatus económico; hay negros que odian
a los blancos, machistas que no pueden ver a las mujeres, judíos que no se
atreven a mirar a los árabes, y viceversa, gays que no quieren oír hablar de
transexuales y personas con pluma, pobres que no desean cruzarse con inmigrantes
y refugiad@s en sus calles y así hasta acabar, precisamente, en estos “Estado
Divididos De Histeria” que vivimos en cualquier rincón del planeta. Primer
punto a favor del guion. Ahora bien, la típica historia de una catástrofe, en
este caso un ataque terrorista, que acaba casi por entero con la ciudad de
Nueva York donde hay un culpable que falló en su intento de evitar dicho
atentado sí que está un poco trillada. Lo está mucho más si para salvar el
pellejo, y el de la presidenta de turno, se hace con los servicios de cuatro
convict@s super, super chungos que conseguirán, era de esperar, su objetivo.
A ver, esta afirmación podría tirar por tierra todo el contenido
del cómic, nada más lejos de mi intención; para ello nos encontramos con las
características personales tanto de l@s condenad@s como de sus enemigos. Y esa
sí que es una buena reflexión de la sociedad actual donde gente que,
normalmente, se enorgullecen de ser más que otra no tiene el más mínimo reparo
en asociarse si la meta a la que quieren llegar es el poder o la propia
represión. Un claro ejemplo lo encontramos en esas hordas pertenecientes a las
tres grandes religiones monoteístas que andan a matarse durante todo el año y
cuando llega la celebración del Orgullo Gay en Israel se unen como si fueran
hermanitos de la misma camada. Volviendo a lo que nos atañe, esas tendencias
tan basadas en el odio de los protagonistas es lo que le da vida, acción y contundencia
a este asunto.
No todo es tan alarmista como os lo pongo. Tanto el dibujo de
Howard como las reflexiones, enmarcadas en un azul distintivo, del narrador son
verdaderamente excepcionales. Viñetas fuera de sitio, personajes entrelazados
bañados en sangre y violencia, civiles arrastrados a un sin vivir por culpa de
la histeria y much@s mal@s malísim@s que, como la pura realidad nos deja ver
día tras día, suelen pertenecer a esa minoría de l@s que maneja los hilos de
este mundo. Leer esas cavilaciones del cronista de los hechos con ese tono
sereno, a la vez que tajante, ha sido todo un placer. A esto le añades lo
instructivo y crítico de ciertos comentarios y datos que aporta y se convierte
en la verdadera esencia de las páginas que tendréis en vuestras manos.
Como siempre, sois vosotr@s l@s que tendréis que sacar
vuestras propias conclusiones una vez hayáis leído este cómic. Si no lo hacéis
nuca sabréis cómo acaba toda esta aventura con Frank Villa al frente de cuatros
re@s de lo más peculiar en plan cruzada contra el mal representado en el
terrorismo más catastrófico del momento. Para incitaros a hacerlo me remito a
unas palabras del autor que, realmente, son para hacernos pensar: “El deber de
un artista es mostrar la realidad tal y como la ve, por muy desagradable que
sea. Su deber es ofender si es necesario. Nunca se callará para no ofender a
mentes débiles, incapaces de afrontar la dura realidad. Esa es la clase de
gente que piensa que una portada concebida para estremecer al lector es en
realidad una apología de la extrema derecha”. Ahí queda eso. Ahora solo tenéis
que pasar y leer.
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