Así que, según su declaración judicial, usted no tiene nada
que ver con el asunto que nos concierne. Curioso, sobre todo después de haber
sido excomulgado y tener una petición de seis años cárcel. Al menos estará al
tanto de lo que se le acusa.
Con todo el revuelo que se ha montado, imposible afirmar que
desconozca toda esta trama.
¿Trama, dice usted? Peculiar manera de definir los hechos. De
esta forma da a entender que hay más personas involucradas, ¿no cree? Sea como
fuere, yo simplemente soy un periodista de ciudad que se ha hecho eco de lo
sucedido en su pequeña localidad de provincia y me he puesto en contacto con usted
para saber su interpretación actual de lo acontecido. ¿Estaría usted dispuesto
a contarme su postura en estos momentos?
Después de hacer oídos sordos a los consejos de mi mujer e
hijos, insisto en que ninguno de ellos, al igual que yo, tiene relación con el
motivo de esta llamada, estoy dispuesto a darle mi propia y verdadera versión
de lo que aconteció después de la celebración religiosa de donde parten todas
mis acusaciones y posteriores infamias.
Es toda una satisfacción saber que nuestro semanal será el afortunado
en publicar sus argumentos.
Esperemos que piense igual una vez finalizado mi relato y no
tener que dar la razón a mis familiares que aseguran que esto no servirá para
nada o, más bien, servirá para emborronar mucho más estos acontecimientos.
Acepto el reto. Adelante, ya tengo preparada mi grabadora.
Mi nombre es Casildo Pajuelo Costas. No sabría decir con
exactitud cuántas generaciones de mi familia se han encargado de la importante
misión que la parroquia de esta villa nos tiene encomendada. Tampoco es que
tenga que mear sangre por dicho cometido, pero la importancia del ritual para
el cual se nos eligió no tiene el menor resquicio de duda. El último Domingo de
Ramos, una vez finalizada la procesión, como mandan los cánones, el mayor
de mis hijos y yo, aquel que debería seguir con esta responsabilidad, nos dedicamos
a recoger las palmas, ramas de olivos y demás utensilios vegetales utilizados
en esa comitiva religiosa. ¿Es necesario que comente qué se hace con todo eso?
No, no se preocupe. Ya, si eso, lo explicaría yo
detenidamente en el artículo.
Pues bien, una vez manipulado todo y guardado en los
recipientes sagrados que llevan entre mi familia todas las generaciones a las
que antes he hecho referencia, nos despreocupamos del asunto con igual
tranquilidad que años anteriores. Cuando, como es costumbre aquí, unos diez
días antes de la ceremonia que nos concierne recibimos la visita del monaguillo
con la petición del párroco para que todo estuviera preparado para una jornada
tan señalada en el calendario, nos acercamos a revisar los recipientes
llevándonos la terrible sorpresa de que estaban completamente vacíos. El
contenido había desaparecido por arte de magia. ¿Qué tipo de magia? Ahí radica
el problema de todo esto.
¿Y cómo solucionó usted esta situación?
No se impaciente mi querido redactor. A ver si ahora que me
he arrancado me va usted a velar y acabamos donde empezamos, o sea, en nada.
Perdone usted. Siga, por favor.
Sabiendo lo que se nos venía encima, intenté solucionarlo
utilizando material vegetal parecido al usual en estos casos creyendo que no se
darían cuenta del engaño. Dicho y hecho. No tardamos más de dos días en volver
a rellenar los recipientes con su debida, aunque distinta, sustancia. Se hizo
entrega de los mismos al párroco en la fecha indicada llevándose a cabo la
santa ceremonia sin que nadie se percatara del cambio. Todo se torció cuando el
sacristán, Jorge, el encargado de devolvérnoslos y al que yo creía amigo de
toda la vida, se percató de que aquellos receptáculos no eran exactamente los
mismos de otros años. Se lo comunicó al párroco y este, evidentemente, pasó
como un ogro por mi casa acusándome de todo lo que se conoce por estos lugares.
¿Ya está? ¿Con eso queda todo dicho? ¿Y qué me dice de los
hechos posteriores a la ceremonia? ¿Todos esos casos de enfermedades graves y
muertes repentinas?
Está claro que si a mí me robaron tanto el contenido como el
continente yo no tengo nada que ver con esos asuntos. Podré asumir la falsedad
del interior, pero no del exterior de las vasijas.
¿Y cómo demuestra que no fue usted quien lo manipuló todo?
Muy señor mío, a Lucifer se le puede considerar un falso
dios, pero no por ello deja de serlo. Si los caminos del Señor son
inescrutables los suyos son un laberinto. “Polvo eres y en polvo te
convertirás”, esa es la frase utilizada en este rito. Puede que al maligno no
le interesa el polvo y sí el recipiente donde reside esa materia.
Creo que con esto que me cuenta no aclaramos nada. Deberé
consultar si lo publicamos o no. Lo siento.
No se preocupe, sabía que mis familiares tendrían razón. Le permití
escuchar mi versión tan sólo para convencerme de que el tipo de periodismo en
el que trabaja su semanario es tan falso como cualquiera de los argumentos que
planean sobre mi cabeza. Cuando las cosas salen mal, la religión, y cierto tipo
de prensa no deja de ser una religión en estos días que vivimos, necesita un
falso testimonio para explicar lo que no puede o no interesa, llámese Lucifer o
Casildo Pajuelo Costas. ¡Qué tenga usted una buena vida! La mía, al igual que
la del supuesto falso dios, estará marcada con la mentira para siempre,
¿verdad? ¡CLIC!
¿Oiga, oiga? Desde luego, esta gente de provincia tan
cerrados y supersticiosos como siempre. Toda la tarde perdida. No me quedará
otra que volver al asunto de los timadores de Las Ramblas que está más visto y
leído que las novelas del oeste. Este mes sin comisión en el sueldo. ¡Vaya
mierda!
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