Adaptación de una idea de Jose Manuel Gallardo Ciudad para el III Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez en Cáceres.
DIOSA DEL BUS
Aún le temblaban las manos. Se las lavó
intensamente con el jabón casero regalo de su hermana. Fue acercándose al
espejo del dormitorio y, una vez se miró en él, se repitió ciento de veces a sí
misma que lo volvería hacer, que no quería dejar de hacerlo. Convenciéndose de
que de esta manera se ayudaría a sí misma y a muchas otras.
Volvió a la cocina para prepararse un
poco de leche con tortitas de maíz. Tuvo problemas para tragar tan escasa
comida. A pesar de sentir calor y rigidez en sus brazos consiguió palparse el
final de la espalda para intentar aliviar el fuerte dolor que le producía el
recuerdo de la sangre. Mirarse las manos no le salvaba de su vergüenza e
impotencia. Con ello sólo conseguía que los recuerdos volvieran una y otra vez
para dejarle claro cuál era su destino. Intentó descansar un rato pero los
muelles del viejo sillón volvieron a clavarse en su cuerpo desnudo. Permaneció
horas con la mirada perdida en el techo agrietado de la habitación. Acabó
durmiéndose convenciéndose de que no estaba sola en esta tarea.
Después de pasarse por casa de su
hermana a recoger algo de comida, su economía estaba basada en lo poco que
conseguía con la venta de sus escasos bienes, fue, como muchas noches a pasear
a solas por las orillas del río. Así evitaba tener socios en su “negocio”. El
recuerdo del chofer de uno de los capos volvió a su cabeza. El mismo que la
violó mientras su antiguo jefe despachaba a alguna de sus compañeras de la
fábrica. Lo conocía bien. Se lo encontraba muchas mañanas conduciendo el bus
que la dejaba en la plaza cercana a su deshecha casa. La herida de la violación
sangraba supurando venganza cada vez que coincidían en cara a cara.
Aquella mañana salió de casa con un
fuerte presentimiento. Fue a la parada del autobús con intención de visitar de
nuevo a su hermana. Las piernas empezaron a temblarle cuando se dio cuenta, de
nuevo, de que su agresor era el que conducía el destartalado vehículo. Se
abrieron las puertas traseras para dejar descender a los pasajeros que habían
elegido aquella parada para tal menester. Luego se abrieron las puertas
delanteras para dar acceso a los nuevos viajeros. Ella fue la primera en subir
consiguiendo de esta forma el asiento situado justo detrás del conductor.
Volvió a su mente el plan preparado millones de veces. Esperó a que subieran
todos los viajeros, la mayoría, por no decir todos, eran mujeres. Antes de que
el viejo cacharro se pusiera en marcha dijo: “Os sentís impunes pero yo haré
que dejéis de serlo”. El conductor no tuvo tiempo de réplica ya que, una vez
pronunciadas esas palabras descargó su pistola sobre la nuca del mismo. No hubo
gritos, no hubo caras de desprecio ni siquiera pánico. Aquellas mujeres se
sintieron cómplices de tal acto. Ella se bajó tranquilamente con las manos y la ropa manchadas de sangre. Caminó
lentamente hasta casa convenciéndose de que volvería a repetirlo las veces que
fuera necesario. Ya no sería por ella sino por todas las demás. Así pasó a
llamarse “Diana, la cazadora de chóferes”.
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