martes, 25 de marzo de 2025

Texto Mandrílico Marzo 2025

 

GRACIAS

 

No, todo no iba bien, es más, nunca lo fue. Cansada de que sus hermanas y hermano le repitieran una y otra vez que era adoptada, terminó por creérselo. Y eso, claro está, consiguió que nada fuera como debía de ir. El hecho de ser morena de ojos negros en un clan de rubios y castaños de ojos claros no ayudaba a echar por tierra aquella afirmación que se agrandó con los años a base de burlas, chistes y algún que otro empujón. Por más que sus progenitores insistían en negar lo que decían sobre ella sus parientes, vecinos y la mitad del pueblo, no había forma de calmar aquel dolor. «¿Cómo crees tú que íbamos a adoptar nosotros a una niña teniendo ya cuatro bocas que alimentar?», le preguntaban sin obtener una respuesta concreta.

Al igual que el tiempo se encargó de aumentar el peso de sus cadenas, también se ocupó de que sus cuatro hermanos salieran disparados de aquel rincón olvidado de la Extremadura profunda. Él como una bala para Suiza, donde encontró un buen trabajo de camarero en un hotel de renombre, además de ese amor prohibido que el pueblo siempre le negó. Ellas, una en Vitoria, para acabar arrinconada en un piso con dos churumbeles después de deshacerse del guaperas alcohólico que le prometió el moro, el toro y todo lo que rima con oro; otra en Barcelona, una ciudad que la acogió con los brazos abiertos, la encumbró al cielo del estrellato del cabaret, siempre fue la más teatrera de los cinco, y la arrojó a las calles más infectas del barrio Gótico con la nariz pegada a un turulo y la frente al pubis de cualquiera que pagara por ello; y qué decir de la pobre Margarita, la que más daba la tabarra con el sambenito de adoptada, nunca la creyeron con aquello de que el hijo del carnicero había abusado de ella durante las fiestas veraniegas después de emborracharla, a sabiendas de que estaba loca por él, para luego señalarla de fresca y buscona. Ahí sigue, huye que te huye de sus propios fantasmas, hoy en Galicia, ayer en Cuenca y mañana sin rastro concreto.

Mientras tanto, ella soltera, tragándose el amor a cucharadas de puños de amargura por tener que atender a una madre postrada en una cama por culpa de un ictus y a un padre ido totalmente al ver cómo la mujer con la que había compartido penas, glorias, guerra, hambre y dignidad se evaporaba entre sábanas de sudor, excrementos y espasmos. Eso sí, jamás cambió una de esas sábanas; para eso ya estaba su Manuela, que se quedó porque se tenía que quedar, para eso y para todo lo demás de la casa y alrededores. Por algo es una mujer y él, por muy de izquierda que fuera, no podía perder su hombría cambiando mantos amarillos y colchas amarronadas. Primero se fue el padre, no sabemos si con Stalin o con san Pedro, pues bien que llamó al cura cuando las vio venir, y a los pocos meses la madre, una madre más que arrastraba a la tumba décadas de silencio y asentimiento sin rechistar.

«A mis hijos Paco, Juliana, Margarita y Justa, los almendros de la vera del arroyo y la tierra pegada al pantano. A nuestra hija Manuela, la casa y el dinero de la cuenta por su sacrificio, entrega, respeto y obediencia. Y que sepa que sí, que fue adoptada. Bueno, más bien acogida por ser hija de un compañero fusilado». Nunca se preocupó de que sus hermanos, los mismos que omitieron su presencia durante años, se enteraran o no del testamento. Y si lo hicieron fue por su cuenta.

A Manuela también le llegó el momento de largarse de aquel agujero. No volvió a dar señales de vida, salvo alguna que otra postal, una de Florencia, otra de París, aquella de Praga y esa de Atenas, entre otras, que enviaba a Catalina, la otra muchacha del pueblo de la que también dijeron siempre que era adoptada por otra familia, la única que fue uña para su carne, igual que ella era luz para sus ojos. En todas insistía en sacarla de allí. Obstinación que logró que se reunieran en Madrid, donde residen desde hace más de doce años y donde se prometieron amor en la pobreza, en la riqueza, en lo bueno, en lo malo y en todo lo demás, al tiempo que ven crecer a Ashanti, la niña, ya no tan niña, ghanesa que adoptaron después de que llegara sola en patera cuyo nombre significa «gracias».

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