GRACIAS
No, todo no iba bien, es más, nunca lo fue. Cansada de que
sus hermanas y hermano le repitieran una y otra vez que era adoptada, terminó
por creérselo. Y eso, claro está, consiguió que nada fuera como debía de ir. El
hecho de ser morena de ojos negros en un clan de rubios y castaños de ojos
claros no ayudaba a echar por tierra aquella afirmación que se agrandó con los
años a base de burlas, chistes y algún que otro empujón. Por más que sus
progenitores insistían en negar lo que decían sobre ella sus parientes, vecinos
y la mitad del pueblo, no había forma de calmar aquel dolor. «¿Cómo crees tú que
íbamos a adoptar nosotros a una niña teniendo ya cuatro bocas que alimentar?»,
le preguntaban sin obtener una respuesta concreta.
Al igual que el tiempo se encargó de aumentar el
peso de sus cadenas, también se ocupó de que sus cuatro hermanos salieran
disparados de aquel rincón olvidado de la Extremadura profunda. Él como una
bala para Suiza, donde encontró un buen trabajo de camarero en un hotel de
renombre, además de ese amor prohibido que el pueblo siempre le negó. Ellas,
una en Vitoria, para acabar arrinconada en un piso con dos churumbeles después
de deshacerse del guaperas alcohólico que le prometió el moro, el toro y todo
lo que rima con oro; otra en Barcelona, una ciudad que la acogió con los brazos
abiertos, la encumbró al cielo del estrellato del cabaret, siempre fue la más
teatrera de los cinco, y la arrojó a las calles más infectas del barrio Gótico
con la nariz pegada a un turulo y la frente al pubis de cualquiera que pagara
por ello; y qué decir de la pobre Margarita, la que más daba la tabarra con el
sambenito de adoptada, nunca la creyeron con aquello de que el hijo del
carnicero había abusado de ella durante las fiestas veraniegas después de
emborracharla, a sabiendas de que estaba loca por él, para luego señalarla de
fresca y buscona. Ahí sigue, huye que te huye de sus propios fantasmas, hoy en
Galicia, ayer en Cuenca y mañana sin rastro concreto.
Mientras tanto, ella soltera, tragándose el amor
a cucharadas de puños de amargura por tener que atender a una madre postrada en
una cama por culpa de un ictus y a un padre ido totalmente al ver cómo la mujer
con la que había compartido penas, glorias, guerra, hambre y dignidad se
evaporaba entre sábanas de sudor, excrementos y espasmos. Eso sí, jamás cambió
una de esas sábanas; para eso ya estaba su Manuela, que se quedó porque se
tenía que quedar, para eso y para todo lo demás de la casa y alrededores. Por
algo es una mujer y él, por muy de izquierda que fuera, no podía perder su
hombría cambiando mantos amarillos y colchas amarronadas. Primero se fue el
padre, no sabemos si con Stalin o con san Pedro, pues bien que llamó al cura
cuando las vio venir, y a los pocos meses la madre, una madre más que
arrastraba a la tumba décadas de silencio y asentimiento sin rechistar.
«A mis hijos Paco, Juliana, Margarita y Justa,
los almendros de la vera del arroyo y la tierra pegada al pantano. A nuestra
hija Manuela, la casa y el dinero de la cuenta por su sacrificio, entrega,
respeto y obediencia. Y que sepa que sí, que fue adoptada. Bueno, más bien
acogida por ser hija de un compañero fusilado». Nunca se preocupó de que sus
hermanos, los mismos que omitieron su presencia durante años, se enteraran o no
del testamento. Y si lo hicieron fue por su cuenta.
A Manuela también le llegó el momento de largarse
de aquel agujero. No volvió a dar señales de vida, salvo alguna que otra postal,
una de Florencia, otra de París, aquella de Praga y esa de Atenas, entre otras,
que enviaba a Catalina, la otra muchacha del pueblo de la que también dijeron siempre
que era adoptada por otra familia, la única que fue uña para su carne, igual
que ella era luz para sus ojos. En todas insistía en sacarla de allí.
Obstinación que logró que se reunieran en Madrid, donde residen desde hace más
de doce años y donde se prometieron amor en la pobreza, en la riqueza, en lo
bueno, en lo malo y en todo lo demás, al tiempo que ven crecer a Ashanti, la
niña, ya no tan niña, ghanesa que adoptaron después de que llegara sola en
patera cuyo nombre significa «gracias».
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