PASEN Y LEAN
De mí se ha afirmado tal cantidad de cosas, y de tanta
índole, que mejor no entrar en detalles. En consecuencia, he llegado a pensar
que soy una religión en mí misma. Lo digo por eso de que me llamen templo, y
que a algunos les dé por incendiarme o a otros por bombardearme como si fuera
la mayor de las catedrales o la mezquita más bella del mundo. Pese a ello, yo
no le exijo a nadie que crea en mí ni que sea mi discípulo, mucho menos que se
arrodille o incline ante mi sola presencia. Lo mío es dejar pasar hasta el
fondo de mi cabeza, que rebusquen en mis entrañas, que nuestros corazones
palpiten juntos y que vuestras caras cambien de rictus con cada soplo de aire
que sale de mis páginas derecho a vuestro cerebro.
Soy alguien a quien el adjetivo camaleónico le queda corto,
pues no solo cambio de color, sino también de forma, edad, lugar y volumen. Lo
mismo cumplo siglos el mes que viene encerrada en un sótano, que me asiento
sobre los cimientos de una arquitectura ultramoderna. Qué os voy a decir de mi
tamaño, pues igual no paso de una estantería de no más de 30 centímetros de
largo que las distancias se pierden entre mis largas tripas de pasillos, hasta
pueden despistarse subiendo por mi esófago con el propósito de posar sus manos
en paredes de distintos tonos y pigmentos. Y resulta que surto el mismo efecto
en todo y cada uno de los casos. ¿Será por eso que soy tan peligrosa, deseada,
repudiada o admirada?
Dicen por ahí que estos no son buenos tiempos para mí, y yo
me pregunto cuándo lo han sido. Aún recuerdo aquel consejo que un antiguo
emperador le dio al mundo acerca de mi protección. Y de poco sirvió, pues puede
que sea como el Ave Fénix, y resurja de mis cenizas más fuerte y vigorosa, pero
os aseguro que muchas de mis plumas se han perdido en la inmensidad del tiempo
y no me van a volver a crecer. No porque yo no quisiera, ese sería mi mayor
deseo, sino porque aquellos de los que os prevenía ese mismo emperador han
conseguido reducirlas a polvo de tal manera que ni materia orgánica son ya.
Pero, en fin, dejémonos ya de discursos y lamentos de una
vieja cebolleta y acabemos, de una vez por todas, dejando claro que yo existo
porque contengo todo lo que os atrae y todo lo que vuestra curiosidad os
impulsa a descubrir. Da lo mismo que alcéis vuestras plegarias a uno, a cien o
a ningún dios, que busquéis verdades científicas o mentiras verídicas; que retrocedáis
en el tiempo o que cambiéis de dimensión espacial; que me ocultéis en la más lúgubre
de las mazmorras o que me iluminéis como el sol que, ciertamente, soy; que me
reduzcáis a una mesita de noche o me agigantéis en altos edificios de varias
plantas, con o sin ascensor, porque a mí lo que, en realidad, me da la vida, después de tantas muertes
habidas y por venir, es comprobar cómo cada día, en todos los lugares, rincones
y habitaciones del planeta, alguien atraviesa mis puertas por primera vez. Y ya
no hay retorno posible. Entonces, henchida de gozo, mis ojos se iluminan y mi boca
aúlla exultante: «Pasen y lean».
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