PROBLEMAS VECINALES
«Desde hoy mismo propongo dejar de actuar como llevamos haciendo desde
hace siglos. ¡Ya está bien! No podemos continuar siendo cómplices de todo lo
que ocurre a nuestro alrededor sin inmutarnos. Estoy más que harto de los
gritos, los truenos, los llantos y los lamentos que retumban en mi cabeza», bramó el ciego a
la espera de la respuesta de sus compañeros.
«Llevamos impasibles una eternidad, presenciando
este horror como si nada. Cada día que pasa, me siento más y más culpable.
¡Deberíamos intervenir de una puñetera vez!», añadió el sordo, percibiendo el
eco indescifrable de sus compañeros.
El mudo saltaba fuera de sí de un lado al otro de
la casa, en tanto que emitía agudos chillidos y roncos gruñidos de aprobación,
pero ni el ciego podía ver su beneplácito ni el sordo entender su delirio,
cansados de verle interpretar el mismo espectáculo durante décadas.
Las voces treparon por las paredes, el clamor
alcanzó el techo, los aullidos hicieron vibrar el suelo mientras los alaridos
hacían lo propio con los cristales de las ventanas hasta el punto de que el
todo el edificio parecía venirse abajo.
«¡Vale ya de escándalo!», bramaba el vecino de al
lado golpeando la pared con la palma de la mano. «¡Todas las jodidas noches
igual! Al final vuelvo a llamar a la policía», berreaba el de abajo aporreando
su techo con el palo de la fregona. «El día que se derrumbe el bloque no vamos
a salir vivos ninguno, y todo por vuestra culpa. A ver si luego venís a
rescatarnos, putos monos de mierda», rugía la de arriba zapateando sus
baldosines con fuerza.
De este modo, amedrentados, los tres monos
regresaban al salón. Envueltos en pesadumbre, cada uno ocupaba su sitio en el
tresillo. Los tres dejaban pasar otra jornada más delante de la pantalla
contemplando sin ver las
mismas guerras de las que llevan quejándose siglos, escuchando sin oír los
gritos de auxilio que se pierden en el tiempo y dialogando sin hablar acerca de
las desgracias que corroen la pasividad de sus conciencias.
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