viernes, 27 de agosto de 2021

Texto Mandrílico Agosto 2021

 

CARAMELOS


La Sasa pasó de alegrar los desayunos de muchos hogares del pueblo pregonando los churros que cargaba en su canasta de mimbre de doble apertura al grito de: «Calentitu, calentituuu» a vender chucherías en una de las casetas que el ayuntamiento le cedió en la plaza después de quedarse coja, medio sorda y tuerta. La chiquillería del lugar se aprovechaba de las circunstancias para marearla unas veces hablándole bajito, otras despistándola y algunas más dándole tales voces que debían retumbarle como el amasijo de bombas que vivió durante la guerra. La estrategia estaba clara, mientras parte del grupo la despistaba, los demás metían las manos por donde podían para hacerse con el botín de chicles, caramelos, regalices o aquello que alcanzara sus brazos infantiles. Todos creían que la mujer no se daba cuenta de sus saqueos, pero estaban totalmente equivocados. Ella se lo permitía; primero, porque hacía tiempo que tenía una paga por viudedad y, segundo, porque qué mejor que pasar sus últimos años siendo la protagonista de las hazañas de pillaje de los niños y las niñas del pueblo. La cuestión es que, por una cosa u otra, su caseta, la azul en medio de las otras dos verdes, siempre estuvo rodeada de varias generaciones del municipio. Con el paso del tiempo, los mayores fueron cambiando los caramelos y los Peta Zetas por librillos de papel, paquetes de tabaco y mecheros que seguían comprándoselos a ella y no a los demás.

El día que la Sasa murió se llevó consigo todas las conversaciones, intimidades, declaraciones de odio y amor, promesas y traiciones que cientos de los entonces ya adultos vivieron alrededor de los cuatro costados de su caseta. Ahora los desayunos son bombas caloríficas industriales, el tabaco te lo escupe una máquina que solo sabe agradecerte tu compra con una frase de índole robótico y aquellos y aquellas que no hicieron caso del consejo que ella les daba en forma de: «Ten cuidado con lo que vas a echar al papel de fumar» sucumbieron a la sucia gota que cabalga por el papel de plata achicharrada desde abajo por un mechero de muy dudable procedencia.



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