VASALLAJE
No sé por qué este tío se empeña siempre en quedar en este
sitio. Me imagino que sabe perfectamente el mal trago que esto supone para mí.
Los meses de vigilia que pasé hasta la muerte de mi hermana en la 345 de este
hospital impidieron que siguiéramos en contacto y ahora me hace acudir a su
llamada por venganza, seguro.
Quisiera acabar de una vez por todas con este asunto, pero él
no lo permite aludiendo a la deuda que, parece ser, ha aumentado tras mi
ausencia. No me apetece ni siquiera mirar al edificio, mucho menos a las
personas que pasan cerca. Ya sé que se preguntan qué hará una mujer negra
sentada toda la mañana en el mismo banco con un sobre en la mano. A los curiosos
y los que se interesan en si necesito algo les contesto que estoy aquí
esperando a mi marido que se ha retrasado un poco. Mentiras, siempre mentiras. Mi vida se ha convertido en una enorme mentira en la que la única verdad es la
muerte o desaparición de la gente que me importa.
Con la cantidad de cosas que tengo que hacer: la compra,
limpiar el piso, si se puede llamar así a mi hogar, ir a cuidar a la señora
Fermina y luego mi ronda correspondiente en el lugar habitual. Ahora, de
repente, entre tanta lista de tareas diarias, me he acordado de mi madre.
Pienso en ella. ¿Sabrá que su hija pequeña murió hace dos meses? ¿Habrá
llegado la noticia al poblado? Nunca me atreveré a decírselo por teléfono. Ella
me responsabilizó de su cuidado y yo no hice mi labor ni medianamente bien, al
revés. Mejor estar atenta a ver si este tipo acaba de venir. Solucionamos este
tema y no le vuelvo a ver hasta el mes que viene. ¡Cómo me gustaría que el mes
que viene se convirtiera algún día en el último mes!
¡Mira, ahí está! Él es mucho más listo y discreto. Siempre
viene a “recogerme” en un coche diferente. Me acerco con el sobre en la mano,
bien a la vista. Se lo entrego haciendo el mismo paripé mientras repito la
cantinela de otras ocasiones: “Aquí tienes la cita de tu madre y las recetas
que me pediste que le sacara. ¿Vas a necesitar algo más el mes que viene?” Recibo
una respuesta idéntica a otras veces: “Ya te lo diré. Ahora es pronto para
saberlo.” Me ordena que regrese al banco y espere quince minutos para irme
después de que él se haya largado. Obediente, siempre obediente, a mi amo y sus
secuaces.
Se marcha, me vuelvo a sentar y me quedo abstraída pensando
en lo afortunada que ha sido Khady muriéndose. Soy consciente de que mi tiempo
de espera ha transcurrido cuando un chico de unos treinta años me pregunta:
“¿Cuánto?” Le digo que no soy lo que se cree y él me devuelve una sonrisa medio
burlona, medio de desprecio. Parece mentira que la única barrera que soy capaz
de crear entre los hombres y yo sea un simple sobre lleno de mentiras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario