jueves, 12 de enero de 2017

Mary M. Talbot - Bryan Talbot: "La Virgen Roja"










Esta es la segunda obra que leo sobre el tema de La Comuna parisina. La primera fue “El Grito del Pueblo”, dibujada por Tardi basándose en la novela homónima de Jean Vautrin. Como bien dice este último en el cómic compartido con su paisano, muchos han sido los factores, humanos y de claro carácter político, encargados de que este episodio de la historia de Francia haya caído en el ostracismo. Son obras como éstas las que se están encargando, de una manera u otra, de sacarlo a la luz.




Tanto Mary M. Talbot como su marido Bryan Talbot son dos autores que conocía con anterioridad. Mary es una reconocida académica británica cuya primera novela gráfica, “La Niña De Sus Ojos”, consiguió el Premio Costa 2013 a la mejor biografía. Su anterior cómic, en colaboración también con su conyugue, “Sufragista”, es uno de los que tengo pendiente de leer, algo que no creo que tarde mucho en hacer. En lo referente a Bryan, sólo con decir que lleva más de treinta años en este mundo de las viñetas debería ser suficiente. Ha sido dibujante de personajes tana clamados como Batman, El Juez Dredd o Sandman. Mi primer contacto con este ilustrador fue a través de su obra “El Cuento De Una Rata Mala” de la cual podéis leer un artículo en este blog.




“La Virgen Roja”, además de ser el título de este cómic, es el sobrenombre con el que se conoce, normalmente, ya que sus, digamos, enemigos la llamaban de una manera bien distinta, a Louise Michel. Esta maestra, poetisa y escritora francesa fue una de las principales representantes del alzamiento parisino de 1871 que llevaría a La Comuna a hacerse con el control de la capital gala. Mary y Brian Talbot parten del encuentro entre la escritora y conferenciante feminista americana Charlotte Perkins Gilman y la hija de una de las compañeras de barricadas y andanzas la propia Louise para hacer un repaso a la biografía de esta última. Ambas se encuentran el mismo día que el féretro de la dirigente comunera atraviesa las calles de París. Durante el trascurso de esa jornada intercambiaran conocimientos literarios y políticos a los que se sumará, durante la cena, las impresiones y recuerdos de la madre de la chica. Partiendo de los días previos al levantamiento comunero, podemos adentrarnos en cómo Michel vivió dicha lucha de manera activa al frente de un grupo de mujeres. Encontraréis ciertas referencias a su procedencia y el por qué una joven de aquella época consigue ser docente, algo que nunca llegaría a ejercer en la enseñanza pública por negarse a hacer el juramento a Napoleón III. Como veis, a temprana edad ya despuntaba maneras. Después de pasar por unas cuantas cárceles y de un sonadísimo juicio, a cuya intervención el propio Víctro Hugo, amigo de Louise, dedicaría su poema “Viro Major”, será deportada durante siete años a Nueva Caledonia. Allí tendrá sus más y sus menos con otr@s deportad@s por su afinidad con los kanakos, una de las tribus nativas de esta isla, ya que, para ella, además de admirase mutuamente, su lucha era la misma que ell@s habían llevado a cabo en París. En el continente contra los versalleses y prusianos y aquí contra la ambición del gobernador de la isla, respaldado por el gobierno galo. Pasa por Australia antes de su vuelta a Francia donde es recibida como una heroína. Después de su regreso, dejará las barricadas para dedicarse a dar conferencias sobre los derechos de las mujeres y l@s obrer@s, algo que la llevarán, de nuevo, a visitar algún que otro presidio. Morirá en Marsella de neumonía y será enterrada con los honores que, realmente, merecía.





No quiero extenderme mucho más en la biografía de esta espléndida mujer porque ese es el argumento de este cómic y es lo que vosotr@s tenéis que descubrir. Lo que sí haré será pararme a reflexionar acerca de algunos de los pensamientos que defendía Louise Michel. En un tiempo en que la mujer vivía, aún lo sigue haciendo en muchas partes del mundo, bajo el yugo del matrimonio, algo bien definido en la frase: “Los hombres son como monarcas en su casa”, ella alentó a muchas de éstas a rebelarse contra esta situación. Así, la lucha de las mujeres no sólo fue por un cambio político o social, también tenían que combatir contra su propia situación personal. Estas esposas, compañeras, hijas y madres fueron una de las partes más activas de la lucha de La Comuna. Por primera vez en mucho tiempo, hombres y mujeres se equiparaban en las barricadas, los comités y los ayuntamientos de distrito. A pesar de que todo acabase como acabó, Michel siguió defendiendo sus ideas incluso con la esperanza de que surgieran efecto allá donde la deportaron. Lo curioso es que en Nueva Caledonia se vio mucho más identificada con los habitantes originales de la isla que con much@s de sus compatriotas. La idea de que la lucha por la liberación del yugo de patronos, emperadores o ejércitos era válida sólo para los de raza blanca estaba mucho más extendida de lo que ella podía imaginar. Tanto los kanakos como los argelinos, también deportados, que llegaron a esta parte de Oceanía eran personas de segunda para aquell@s que se habían dejado la piel en alguna que otra barricada entre Marzo y Mayo de 1871.  Esto era algo inconcebible para Michel que llegó a publicar un libro sobre las costumbres de estos nativos y fue despedida por ell@s como una verdadera aliada. Louise, como veis, era una mente adelantada a su tiempo, con ideas que eran muy mal vistas por algun@s de sus compañeros de lucha política.





Cuando cae en mis manos una obra como ésta siempre acabo pensando qué pasaría si estos acontecimientos ocurrieran en nuestra época. Vemos a todas estas mujeres y hombres como verdaderos héroes de la lucha obrera mientras asistimos a la expoliación de muchos de los derechos por los que ell@s murieron. Nos parecen grandiosas esas batallas en las barricadas mientras nos machacan con términos como antisistema, no conozco ningún sistema que defienda abiertamente a los pobres, violencia callejera o guerrilla urbana. Qué bien se han ido encargando de amansarnos mentalmente con falacias como que todas las guerras ocurren lejos de tu salón, que ahora donde únicamente hay que luchar es en las redes sociales o que te encontrarás con una sanción económica o carcelaria por el simple hecho de hacer un chiste o una representación teatral. Las grandes élites siguen gobernando con el beneplácito de sus borreguiles votantes. Ya es poca la diferencia que puedes encontrar entre lo que antes se diferenciaba como izquierda o derecha pues ambas corrientes son engullidas por el neoliberalismo galopante que ha llevado a la cima de la presidencia a ciertos personajes pelirrojos, calvos, bigotudos o barbudos que se inventan elecciones, golpes de Estado o cualquier otra artimaña para imponer sus ideas como antiguos emperadores, zares o reyes. Ante esto, la solidaridad obrera ha sido fagocitada por los gusanos de unos sindicatos incompetentes, y acojonados ante la pérdida de sus subvenciones estatales, que piensan que hay que luchar contra los eres de las grandes multinacionales mientras ellos aplican estos mismos a sus filas apoyándose en los “beneficios”, como verdaderos empresarios, que las continuas reformas laborales, contra las que supuestamente luchan, les ofrece.





Siento una enorme tristeza al saber de las vidas de personas como Louise Michel, tristeza y vergüenza. Ella, que creía que el progreso salvaría a la humanidad, sólo sentiría rechazo ante este conjunto de obrer@s cuya victoria es llevarse a la boca alguna que otra cucharada de sopa consiguiendo, de esta manera, mantener las mismas bocas calladas.  Ya se sabe, mientras se come no se habla, lo de protestar ni lo mencionamos. No, en estos casos, la Historia no nos ha dado la razón. Es más, movimientos revolucionarios como La Comuna, la Insumisión o las colectividades agrícolas, entre otros, son ocultados o silenciados. Han pasado a ese plano que nunca será abierto en las escuelas o institutos y al que sólo tendrán acceso aquell@s que estudien ciertas carreras universitarias. Se suman, como está demostrado, a ese conjunto de acontecimientos que se estudian con el mismo valor que el origen de la Democracia o la batalla de Little Bighorn. Este es el verdadero final de muchas de las revoluciones, quedarse como pasajes de culto ante la adoración del consumismo impersonal y la sobreinformación en la que navegamos. A pesar de todo, siempre podemos pensar que quedará un hilo de esperanza que nos haga gritar durante siglos: “Vive La Comune!”.



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