Inundado de frases, palabras, signos y
párrafos. Todos repletos de historias, países, alegrías, tristezas, pasiones,
ciudades, paisajes y desengaños. Cargados de ansiedad, necesidad y fuerza por
encontrar la luz, la oscuridad, una rendija o la inmensidad entreabierta del
papel. Se sientan en una mesa hemisférica tarde sí, noche no, repasando sus
intrigas y vehemencias. Unos piden paso a través de los dientes mientras
algunos se van arrinconando en la nuca de la memoria.
Tonos triangulares, lápices, tintas, cartulinas
vacías en manos repletas. Rasgos de niño, piel rugosa de árbol, sutileza en las
alas de un vencejo, pecho de hombre, pinceladas sueltas en la piel de un
chacal, caderas de mujer sin boca. Todos se arremolinan en la sien saltando
como gotas de agua en una cascada muda. Inconexión de imágenes deseando ser
atadas por las cuerdas de la ortografía. Unas se amontonan en las montañas del
tiempo, otras se arrugan en caída libre por el agujero negro de miles de
papeleras.
Apetito de encuentro infinito entre
miradas perdidas. Entonces alguien se fija, se paran a contemplar, a escuchar.
Es tal el deseo de fusionarse que están horas, días, meses rompiendo el
desierto duradero de años y minutos. Retiro que acaba convertido en esperanza de colaboración sin pretender éxitos, sin oír el eco de las nefastas o
entusiastas críticas. Es tiempo de caminar agarrados de comas y colores. La
soledad ha quedado atrás.
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