La memoria de la mayoría de los hombres
se secó hace muchos años, demasiados. Se fue deshaciendo en el tiempo de la
misma manera que las rocas acaban formando los sedimentos de los fondos
marinos. Sólo unas cuantas mujeres, las menos, consiguieron que un pequeño
grano de esas piedras siguiera flotando en el aire. Ellas guardan
herméticamente un vital secreto por temor a represalias o exilios. Secreto que
debían transmitir oralmente a alguna elegida después de que esta pasara unas
duras pruebas demostrando de esta manera su compromiso tanto de discreción como
de perpetuidad.
La raza humana llevaba muchos siglos
sumida en una nefasta peregrinación. Azotados por terribles enfermedades,
largas hambrunas, interminables periodos de sequía seguidos de otros tantos de
persistentes lluvias y atosigamientos de fieras aéreas como terrestres. Así fue
como un grupo de aquellos errantes consiguió llegar al borde de una frondosa e
inexpugnable jungla. Dicha jungla era, desde hacía unos años, el territorio
dirigido por un joven Rey Mono al que todos reverenciaban y admiraban por justo
a la vez de fiero e inteligente. Los vigías de los bordes de la selva no tardaron en hacer llegar la
noticia de la presencia de aquellos extraños seres en las inmediaciones de su
entorno. Esto hizo que se formara un revuelo tal que el propio Rey temió
por la posibilidad de conocer a sus
visitantes antes de que estos pudieran huir presas del pánico. Acompañado
exclusivamente por sus generales orangutanes, el monarca saltó de rama hasta
llegar al lugar indicado para comprobar que, efectivamente, había un conjunto
de individuos pertenecientes a una especie desconocida de monos. El primer
impuso de los orangutanes fue intentar expulsarlos con sus brazos largos y fuertes
pero la altiva orden de su Rey los frenó en seco. El aspecto de aquellos seres
impregnados en miseria y desgracia hizo que el corazón del soberano se apiadara
de ellos. El Rey Mono consiguió frenar el terror de los raros especímenes
acercándose a ellos poco a poco y en solitario, siempre bajo la mirada atenta
de sus generales. Utilizando el lenguaje universal de signos y muecas consiguió
saber quién era el jefe de tal desaliñado grupo. Ambos dirigentes se separaron
para hablar a solas con la intención de llegar a un acuerdo. Este consistió en
que, por parte de los humanos, deberían respetar aquella selva repleta de
alimentos y agua mientras que, del lado de la tribu de los monos, estos le enseñarían
todos los secretos de tan magnífico lugar para que, de este modo, dejaran de
tener tan deplorable aspecto. Así podrían vivir amigablemente y en armonía
durante miles de años.
Eso fue lo que ocurrió durante el
reinado del joven Rey Mono. Todo cambió una vez muerto este. Los hombres,
sabedores ya de todos los entresijos y
lugares que guardaba aquella jungla, empezaron a ansiar el lugar solo para
ellos. Olvidando todo lo aprendido de sus primos arborícolas comenzaron a
acosarlos, crearon intrigas funestas que fueron diezmándolos año tras año. Se
encargaron de que, con artimañas y negros regalos, cada uno de los generales
orangutanes se enfrentara con cada uno de sus aliados de tal manera que estos
dejaron de atender a su pueblo el cual calló en la más profunda de las
desesperaciones. Fue tal el estado que lo hombres crearon que cada general orangután
acabó vagabundeando solo por la jungla por temor a cruzarse con alguno de sus
semejantes dejando a sus súbditos a placer en manos de las insidiosas manos
humanas. Después de casi exterminarlos, los pocos que quedaron fueron acosados
y obligados a dejar su territorio ancestral para siempre. Ya en el borde de la
jungla, justo en el mismo lugar donde se produjo aquel ya lejano primer
encuentro, mientras los hombres gritaban su victoria, un joven mono consiguió
alzar la voz para maldecirlos por su propia avaricia y orgullo, cualidades que
los llevarían al final de sus días y, por último, les advirtió de que volverían
y matarían a la última de las descendientes del jefe humano para que, de esta
manera, fuera el olvido de todo lo aprendido durante su años de convivencia lo
que les daría el golpe de gracia antes de desaparecer totalmente de aquel
sagrado lugar.
Esta mañana mientras la mujer del
dirigente humano, la única portadora viva del antiguo secreto, lavaba la ropa
en el río cercano a la aldea, mientras el jefe estaba fuera negociando la
repartición de tierras con otros hombres
de ambición muy superior a la suya, la abuela del hogar se ha sobresaltado al
escuchar un gran estruendo. Al entrar en el compartimento de su nieta, aquella
destinada a seguir conservando la sabiduría necesaria para sobrevivir en la
selva, se ha encontrado de frente con la más espeluznante de las escenas.
Aquella que ni su anciana mente podría imaginar. La cuna estaba tirada por el
suelo mientras el cuerpo de la niña permanecía inerte sobre la alfombra de
juncos. De repente ha aparecido en escena un enorme mono con las manos y la
boca ensangrentadas. Los gritos de la vieja han llamado la atención de todos.
El mono, al verlos, ha huido encontrando refugio en su grupo que le esperaba al
borde del poblado. Los hombres han conseguido dar muerte a algunos monos pero el
Rey de estos se ha zafado de esta jauría enloquecida subiéndose a lo más alto
del último árbol de la jungla. Desde allí, rodeado de un grupo de orangutanes,
les ha gritado fuerte y claro a los hombres: “De aquí en adelante nunca más
conseguiréis recordar cómo sobrevivir en este sitio. Nuestros pueblos están tan
unidos que el mismo día que el último mono desaparezca de la faz de la Tierra
será el principio del fin de vuestra estirpe”.
Los últimos monos se han escabullido
entre los gritos de júbilo de los hombres que han hecho oídos sordos a las
palabras del nuevo Rey Mono. Justo en ese mismo instante, por el extremo
opuesto de la selva, han aparecido unos terribles animales de dientes metálicos
y patas circulares que van arrasando
todo lo que esta jungla ha sido esta durante milenios.
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