Como era de esperar, Ángel cerró la
puerta de su casa para pasar aquella noche de invierno compartiendo unas horas
con sus seres más cercanos. No es que fuera de esos a los que le gustan este
tipo de reuniones solo que poder tener algo así, al menos una vez al año, nunca
venía mal. Creía que era un buen momento para ponerse al día sobre cómo seguían
las relaciones en el seno de su familia. Sin duda lo que más admiraba de esos
momentos era el protocolo que se ejercía. Si bien durante cualquier otra época
anual cada uno podía sentarse y compartir hombro con el primero que llegara, en
el trascurso de esta cena era condición innegociable el ceder u ocupar un lugar
distinto al que se te había designado desde, se puede decir, tu propio
nacimiento.
Estos eran los pensamientos que le
acompañaban mientras recorría el trayecto de su casa a la de su tío. Casi sin
darse cuenta se dio de bruces al doblar
la esquina de la calle donde residía su pariente con Pamela, su hermana dos
años menor que él. Dos besos y unas sonrisas hicieron de saludo. Se cogieron
del brazo y comenzaron a caminar juntos interrogándose de manera íntima y, a
veces, poco discreta. Una vez delante de la puerta de la casa del hermano de su
padre ambos se pusieron a discutir sobre quién llamaba al timbre. Aquello no era otra cosa que un viejo juego de
infancia con el que acababan aporreando
la puerta sin necesidad de campana alguna.
La cena fue bastante concurrida pues
acudieron familiares que otros años no solían aparecer. Entre los viejos y
nuevos miembros la familia se consiguió reunir a mas de dos decenas de
personas. Era evidente que no todo se ceñía a la paz y a la armonía pues, como
en todos los clanes, antiguos roces, acciones no agraciadas y actos no
aprobados por parte de unos hacia otros no se olvidan con facilidad. Sin
embargo el protocolo no sólo se cernía a unos simples asientos. No hubo
sobresaltos mientras se deleitaban con los distintos manjares cocinados por
expertas manos, cuyas recetas se
perderán por siempre cuando dichas manos pasen a mejor vida. Todo cambió cuando
el alcohol ingerido durante la comida empezó a hacer efecto en alguno de los
comensales. Para cuando se recogió la mesa ya se habían escuchado más de un
reproche y reprimenda seguida de su inseparable respuesta defensa.
Ángel se encontraba jugueteando con sus
sobrinos más pequeños cuando escuchó una voz que se alzaba pidiendo cerrar el
pico a aquellos que mantenían las espadas en alto. Muchos hicieron caso a la
advertencia de su madre mas su primo mayor y la hermana de este hicieron oídos
sordos mientras seguían echándose en cara lo vividora que podía llegar a ser
una y lo hipócrita que, en realidad, era el otro. La cosa pasó a más y lo que,
en principio, fueron unas simples acusaciones terminaron en insultos y
expresiones fuera de lugar que acabaron por dar paso a la despedida prematura
de muchos de los asistentes.
En una de estas Ángel se escabulló como
pudo y se largó sin decir a penas adiós. Volvía un poco enfurecido por el
comportamiento de sus primos cuando unos brazos se aferraron a su cuello
mientras dejaban caer todo el cuerpo sobre su espalda. Consiguió zafarse con un
movimiento rápido de cadera para, seguidamente, ser él quien se aferraba al
cuerpo de su agresor, agresora en este caso. Pamela le había seguido con
astucia y una vez que le vio alejarse lo suficiente supo que era el momento de
atacar, a sabiendas de que su batalla estaba perdida. Su intención no era otra
que convencer a su hermano mayor de que, después de lo vivido horas antes,
llegaba el momento de pasar el resto de la jornada nocturna juntos. Le costó lo
suyo sacarle la idea de la cama a Ángel pero una vez conseguido acabaron
pasando una de las mejores veladas de sus vidas. Sobre lo que hablaron y se dijeron, de aquello que
les unía y desunía, de lo que opinaban de este y aquella o de los lugares que querían visitar o ya
conocían se podría escribir no un libro sino cientos. La vuelta les cogió con
la mañana ya avanzada surgiendo así una última invitación a desayunar previa a la despedida.
Al atravesar la plaza del pueblo ambos
se abrazaron para dedicarse al oído un susurrante “hasta luego”. Ángel volvía a
casa igual que había salido, solo, pero con la sensación de que no fue la cena sino más bien las horas que había
pasado con Pamela lo que le llevaba a pensar que la Navidad es algo para pasar
en familia y estar bien.
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