Cada día me cuesta más regresar a casa después del trabajo. Hoy comencé a andar y, sin apenas darme cuenta, la luz de las calles ha engullido mi figura con tanta ansiedad como mi boca traga el humo de cada cigarrillo. Este es nuestro último tema de discusión. El tabaco se ha convertido en el único lazo que nos une, lazo semejante al de la cuerda del ahorcado. Mi matrimonio se asfixia a la misma velocidad que yo.
Posado en la barandilla de un balcón observo un grupo de mujeres farola. Ellas se acercan al cuerpo de chapa y cristal de los hombres faro. Conversan con ellos. Algunas regresan a su punto de partida mientras otras son devoradas por una de las bocas laterales de aquellos. Nunca consigo explicarme cómo no mueren de frío con tan poca piel encima. La puerta del balconcillo se abre y escapo a toda prisa.
Pliego mis alas varios vuelos más allá. Miro hacia atrás y veo que quien me ahuyentó es uno de los individuos con el rostro de mil colores. Suelen colocarse en las puertas de algunos edificios e invitan a otros individuos a entrar en sus viviendas. Yo rara vez suelo acudir a estas fiestas.
Sólo me quedan unos revoloteos para llegar a mi hogar. Me paro antes a descansar en una esquina y descubro una escena habitual a estas horas. Es un grupo de bidones llama cantando, peleando, bebiendo y escupiendo. Para ser llamas van siempre muy abrigados. Demasiado peligroso para mí. Podría acabar aplastado por la bota andrajosa de alguno de ellos. Acelero el vuelo después de contemplarlos.
Por fin he llegado a mi morada. Cada vez me cuesta más subir las escaleras. Mis patas empiezan a temblar mientras un fuerte dolor me recorre el ala para acabar presionándome el pecho. La luz ha desaparecido de repente.
He vuelto abrir los ojos justo en el estómago de los hombres sirena. Estos han vomitado mi cuerpo en una habitación de este extraño hotel. De repente, un único ojo de gato me enfoca las pupilas. Antes de que todo se torne oscuro para siempre, mi pequeña cabeza se ilumina de nuevo por un segundo. Entonces pienso que los hombres luciérnaga sin su luz no tienen ningún encanto.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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