lunes, 20 de enero de 2025

Texto Mandrílico Enero 2025

 

EL ESPEJO

 

Casi sin darse cuenta, a muy corta edad, se percató de que, para bien o para mal, ciertas obras de arte le agitaban pensamientos, vísceras y sentidos. Como cualquier niña nacida en el seno de una familia católica, sus primeros encuentros con eso que llaman arte fueron a través de la pintura, la escultura y la arquitectura, siendo esta última la que más le fascinaba, sobre todo, por las proporciones tan diametralmente distintas entre su estatura y aquellos campanarios. Algunas de las imágenes y los cuadros que encontraba por casa o en la iglesia le resultaban seductoras y terroríficas a partes iguales, mientras que otras sumergían todo su cuerpo en algo inexplicablemente reconfortante. Más tarde, los años la colocaron frente a la música y a la literatura, y ya no hubo vuelta atrás. Años que tiraron de la cuerda de su vida hasta pisar museos, catedrales, exposiciones de pintura o fotografía, presentaciones de libros, conciertos, edificios antiguos y modernos, salas de cine, palacios y castillos. Con cada uno de estos lugares o momentos se acrecentaba su pasión por el arte, al tiempo que engrosaban un espantoso vacío interno, producto de la búsqueda de la razón por la que este es igualmente ensalzado que despreciado.

Por verla en sus libros de historia, enciclopedias o en fotografías de amigos que habían visitado la ciudad italiana donde se halla, conocía la escultura del maestro renacentista desde su adolescencia. Y no paró hasta lograr viajar hasta ella. Entró en el museo, avanzó por un pequeño hall y torció la esquina que conducía a un largo pasillo flanqueado por un número par de asombrosas esculturas de dioses y reyes enfrascados en su grandilocuencia. Todos parecían ejercer de simples damas de honor ante la novia que, situada al fondo, presidía el corredor. Los más de cinco metros de altura y sus más de cinco toneladas de mármol se tradujeron en una parálisis física y mental acrecentada con cada paso que la conducían lentamente ante aquel coloso desnudo cuya cabeza de pelo rizado casi rozaba la cúpula que le servía de aureola. Una vez sentada a sus pies, poco le importaron los empujones y reproches que impedían el avance de los demás visitantes, pues comprendió el verdadero poder del arte, la causa de su rechazo o admiración, el argumento para su destrucción o glorificación.

El arte es el espejo donde se reflejan todas las virtudes y cada una de las vilezas de la humanidad. Al igual que cualquier espejo, desconoce la mentira, y evidencia una sinceridad pasmosa acerca de las miserias, alegrías, rutinas, fantasías, crueldades o empatías dispensadas por dicho poder. Su propia verdad es la encargada de donarle con una fuerza terrible y fascinantemente peligrosa. Motivo por el cual ha conocido el odio de las llamas, la exaltación de sus dones, la oscuridad del ostracismo o el privilegio de no perder la memoria.

Desde entonces, ella escribe a solas en una habitación; moldea en un estudio de escultura; sus pupilas se dilatan cuando se encuentra delante a los maestros de la pintura; llora con los acordes clásicos y desfasa con las melodías más ruidosas; pasea por calles y visita edificios; es habitual de estrenos de cine y se estremece con las viñetas de cómics y libros leídos y por leer. El arte germinó en su interior, otorgándole un poder despreciable para egos descomunales, cautivador para admiradores, humilde para bajar de las nubes y peligroso para aquellos que siempre han tenido como único objetivo hacer añicos un espejo que, si miente, no es arte.