La jornada del pasado sábado la comenzamos, mi novio y yo,
con la visita al museo Thysssen-Bornemisza para disfrutar de la exposición “La
Ilusión Del Lejano Oeste”. Nos gustó bastante el museo a pesar de que sólo
pudiéramos acceder a las salas de dicha exposición y a una pequeña estancia
donde se exhibían distintos cuadros de Picasso y alguno de sus coetáneos. De lo
que sí os advertiré es de tema de la cafetería, sí os apetece tomar algo
hacedlo mejor en los alrededores si no queréis llegar a pagar, nosotros no lo
hicimos porque nos dimos cuenta a tiempo, casi cuatro euros por un café. Por lo
demás, nos quedamos con ganas de volver y ver otras partes del recinto.
Para aquellos a los que nos apasiona el tema del Oeste americano
y, sobre todo, el de las tribus nativas de dicha parte del mundo, la visita a
esta exposición llega a ser bastante excitante. Puede parecer que el número de
obras expuestas es escaso, esa es sólo la sensación con la que te quedarás al
final ya que lo único que te pedirá el cuerpo es que aquello no acabe y poder
estar dos horas más en el museo. Esta es la primera vez en este Estado que se
agolpan en una serie obras de distintos artistas del siglo XIX cuya única
intención era representar los paisajes y las formas de vidas de los habitantes
de esa zona del planeta. Con ello consiguieron crear un punto de vista, tanto
de dicho territorio como de sus gentes, mezcla de salvaje, peligroso, atractivo
y romántico. La civilización se encargaría posteriormente de hacer desaparecer
todo resquicio de esa forma de vida por lo que estas obras pictóricas y fotográficas
son de un valor etnográfico incalculable.
En la primera parte de la exposición nos encontraremos con
una serie de mapas que situaban al Misisipi como frontera real y psicológica.
Estos mapas tenían como fin ir recogiendo los lugares donde vivían las
diferentes tribus de aquel extenso territorio, así como conocer la posible ubicación
de yacimientos minerales. A esto se le sumarían los presidios, las misiones y
las primeras ciudades creadas. Como suele ocurrir en estos casos, es bastante
curioso pararse a echar una ojeada a los distintos puntos que aparecen en los
mapas pues te encontrarás con alguna que otra sorpresa como poder conocer el
emplazamiento de alguna de las tribus que desaparecieron en primera instancia,
al poco tiempo de tener contacto con el hombre blanco.
Contemplando posteriormente los cuadros de artistas como
Henry Lewis, Thomas Hill o Albert Bierstadt entrarás de lleno en la exposición.
Sus obras son de tal calidad que poco tienen que envidiar a los grandes del
momento. Curiosa la manera que tuvieron de reflejar las cataratas de San
Antonio suprimiendo todo lo que la civilización había destruido ya en ese
momento para dar a las obras ese punto idílico que ya habían perdido para
siempre. Lo importante es que estos artistas ayudaron a que la población y sus
gobernantes comenzara a sensibilizarse ante la idea de que aquellos parajes
debían estar protegidos si no querían verlos desaparecer para siempre. Esto,
como ya es sabido, no siempre se consiguió, pero, al menos, contribuyó a la
creación del sistema de Parque Nacionales con Yellowstone como pionero del
mismo.
Personalmente fue a partir de encontrarnos con las obras de
Charles Wimar y, sobre todo, George Catlin cuando más disfruté de la
exposición. Después de haber leído no sé cuántas veces “Vida Entre Los Indios”
de este último, tener delante alguno de sus más de quinientos cuadros es algo
que te pone el corazón a mil. Vuelvo a insistir en la calidad pictórica de
estos autores algo que el gobierno de Estados Unidos no reconoció en su momento
y que llevó a Catlin a exponer sus obras en Londres y París llegando a ser, si
cabe, más famoso en esta parte del mundo que en su propia tierra. De veras os
aconsejo que echéis un vistazo a la biografía de este pintor que abandonó su
cómodo sillón de abogado para dedicar su vida a reflejar, a través de sus
cuadros, las costumbres, vestimentas y rostros de las muchas tribus que visitó
entre las que destacan los mandan, sioux y pawnees. Debido a esto la labor,
tanto de Wimar como de Catlin, tiene un valor científico y etnográfico que se
escapa a cualquier cifra que podamos imaginar.
En una muestra de este calibre no podía falta el fotógrafo
Edward S. Curtis. Sí que es verdad que la mayoría de sus instantáneas están
tomadas en las reservas indias, pero esto no le quita la importancia que
realmente tienen. Siendo consciente de que la suya sería la última oportunidad
de hacer ver al mundo las tradiciones y el modo de vidas de las tribus que
visitó, su obra es una de las más extensas realizadas sobre este tema. Vuelvo a
recordaos que algunas de sus fotos son montajes que él mismo proponía a estas
gentes para que sus danzas, rituales y costumbres quedaran inmortalizados por
siempre con su objetivo. Tener delante la fotografía original de alguien tan
grande como el jefe Joseph de los Nez Percé, por ejemplo, hará que tus
pulsaciones suban como la espuma.
¿Quién no ha visto películas de indios y vaqueros, ha jugado
con los míticos fuertes Comansi y sus increíbles figuras o ha leído alguna
novela o libro donde colonos e indios se disputaban la vida y el territorio?
Pues bien, de esto va la siguiente parte de la exposición. En unas vitrinas
podrás contemplar una colección de juguetes y de publicaciones literarias que
te llevarán a tu niñez o adolescencia sin pretenderlo. A esto le sumas unos
cuantos carteles de alguna de las producciones cinematográficas que han
tratado, con mejor o peor resultado, esta temática y pasarás un buen rato
olvidando por un momento todo lo angustioso que puede llegar a ser contemplar
cómo toda una cultura desapareció en poco más de doscientos años de contacto
con lo que conocemos como civilización.
Este periplo se cierra con el homenaje que el comisario de la
exposición, Miguel Ángel Blanco, hace a las tierras y pobladores de estos
lugares a través de una colección de libros-caja que son realmente fascinantes.
En la salida pasarás por la tienda del museo donde podrás adquirir alguna de
las láminas que has visto, cuidadín con los precios, y comprobar cómo muchos de
los objetos que te intentan vender son burdas copias de los originales. Me
refiero a tocados de plumas o vestidos. Por lo demás, toda una experiencia que
volvería a repetir no con los ojos cerrados sino con las pupilas bien abiertas.
Recordad que esta extinción de pueblos que tan lejana nos puede sonar sigue
ocurriendo en muchos de los rincones del planeta y que, de seguir a este ritmo,
sólo nos quedaremos con una ridícula parte de lo que representan, algo que
queda demostrado contemplando la desaparición de muchas de las tribus que se
ven representadas en las obras de esta muestra.
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