Habían pasado más de cinco años desde
que tu tío Alberto y yo tuvimos que saltar del tren mucho antes de llegar a la
estación de Sants con la intención de que no nos agarrara la Guardia Civil y
nos mandara de vuelta al pueblo. Al principio nos acogieron unos paisanos pero
no tardamos mucho en salir de su pequeña chabola. Poco espacio para tanta
gente, sobre todo después del nacimiento de su cuarto hijo. Deambulando de
barrio en barrio, de puente en puente y de edificio derrumbado en fábrica
abandonada, nuestros pies nos llevaron a la pensión de la que tú llamas hoy tía
Rosa.
Fue allí donde entramos en contacto con
los miembros de la banda del Corredor. Le llamaban así porque fue una gran
promesa del atletismo hasta que en una desgraciada caída se lesionó y nadie
quiso saber nunca nada más de él. Le dejaron tirado igual que a nosotros.
Bueno, muchísimo más que a nosotros pues lo nuestro era algo endémico de
nuestra región y a él le sacaron de la suya para hacerle una estrella de
España. Puedo asegurarte que lo consiguieron pero no en la medida que
pretendieron, qué va.
Empezamos dando el agua y al poco tiempo
me enseñaron a conducir para salir
pitando con aquel maltrecho Seat 1500 producto de un asalto a la fábrica de
telas de uno de los ricachones de la Barcelona más altiva. Yo fui quien enseñó,
a su vez, a tu tío a conducir. De esta manera, yo acabé con el pasamontaña
pegado a la cara y él con sus manos al volante. Los hermanos Cara Flor y Fiti.
¡Los dos efes, total ná!
Conocíamos, por la información de uno de
los trabajadores al que habíamos amenazado con matar a su novia, que aquel día
habían ingresado cerca de veinte millones en esa sede del Banco Hipotecario. A
pesar de saber que aquel dinero estaba destinado a créditos para que los
trabajadores pudieran comprar casas, no tuvimos muchos remordimientos a la hora
del atraco. El Corredor ya nos tenía endurecida el alma a base de tortazos y palos. Por aquel entonces llegué a preferir la
pesadumbre al castigo. Todo salió a la perfección, poca vigilancia, rapidez y
un buen botín. Lo malo es que quién nos iba a decir que aquella misma
madrugada, justo quince minutos después de nuestro atraco, iba a morir el
maldito Rasputín gallego. No nos dio tiempo ni de recorrer dos kilómetros
cuando nos dieron el alto en el inmenso control que habían montado a la altura
del mercado de San Antonio. Ni Fiti, ni Corredor, ni Cara Flor, ni ninguno de
los demás pudimos evitarlo. Todos a la trena, no sin antes molernos a hostias y
acabar con el cuerpo peor que el Cristo que tanto adoraban nuestros carceleros.
- _ ¿Papá, le vas a contar esa historia a Luis hasta que
tenga quince años como a mí, o accederás antes a decirle la verdad? ¡Joder, qué
ya han pasado cuarenta años de aquello!
- - Los oídos son como las manos, se deben encallecer con el
tiempo. Si le digo la verdad ahora puede que se acostumbre a escuchar horrores
demasiado pronto.
- - Pero tú me dijiste que no había que olvidar y menos lo
que os ocurrió a personas como al tío Alberto, a la tía Rosa y a ti. Si le
engañas nunca creerá que lo que os sucedió fuera real.
- - Si tú aún lo sigues creyendo y no lo has olvidado, ¿por
qué lo iba a hacer él? En cuarenta años tuvo tiempo de hacer muchas barbaridades,
no sólo a nosotros. Ya han pasado otros cuarenta y si tú lo mantienes todo en
tu memoria quizá se lo cuentes antes que yo.
- - Abuelo, ¿y qué pasó cuando salisteis de la cárcel?
- - Eso otro día, Luís, otro día. Ahora coge tu chaqueta que
esta mañana hace ya frío para salir al parque.
El niño, una vez abrigado, corrió hacia
los brazos abiertos del viejo impaciente por salir a la calle.
- - ¿Ya estás preparado, Luís?
- - Claro, abuelo. ¿Nos vamos ya?
- - Sí, vente, nene, vente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario