El cómic que tratamos en este artículo,
digamos, que se sale un poco de común, si es que hay algo común en el mundo de las
viñetas. Me atrevo a decir esto por la sencilla razón de que no deja de ser un
cómic más de la Segunda Guerra Mundial pero visto desde el prisma de alguien
que deserta y vuelve a su pueblo natal. Es ahí donde reside lo inaudito de él.
Pocas veces se trata el tema de cualquier conflicto desde las vivencias de los
desertores.
Jean Pierre Gibrat es un autor parisino
que echó a andar en este mundo de colores y guiones en la afamada revista
francesa Pilote. Ha recibido varios premios, entre los que destacan dos en el
festival de Angoulême, uno en 1979 por “Gourdard” y en 2006 por “El Vuelo Del
Cuervo”, su obra más representativa. Es un dibujante de trazado fino y
exquisito que utiliza el color de manera magistral, con esa brillantez propia
de la escuela gala. A esto hay sumarle sus sobresalientes guiones, algo de lo que
no es excepción este “Prórroga”. Eso sí, en cuanto a las mujeres, en este caso
Cécile, me recuerda siempre a Manara. De todas formas, es un gran espejo donde
mirarse.
Julien es llamado a filas para luchar en
el frente francés durante la contienda. En el trascurso de su traslado en tren
deserta. Después de dicho acto vuelve a su pueblo natal, Cambeyrac, donde, con la
ayuda de su tía Angéle consigue refugiarse en la casa abandonada y tapiada del antiguo maestro de la localidad al que detuvieron por judío o comunista, o
ambas cosas. Desde este lugar privilegiado, en compañía de Maginot, pues se
encuentra justo enfrente de la taberna de la población, tendrá acceso a ver sin
ser visto, a vigilar sin ser vigilado y a enterarse sin que se enteren de todo
lo que acontece, llegando, incluso, a ser testigo de su propio entierro.
La situación en esos últimos años de
contienda en la Francia ocupada es bien conocida. Por un lado están los
colaboracionistas que mantienen a la mayoría del pueblo subyugado por al miedo.
Al otro lado está la Resistencia que, mediante actos de sabotaje y similares
intentan devolver la libertad a los franceses. Julien, residiendo en la casa
del viejo profesor, permanece al margen de todo esto. Él sigue enamorado de
Cécile que vive con su abuela y su pariente Serge perteneciente a los
colaboracionistas. Julien la espía llegando incluso a ir a verla a su lugar de
residencia. Los acontecimientos se precipitan cuando están de vuelta del frente
dos jóvenes del pueblo, Paul y Jamilou. Ambos serán dos personajes claves en
esta historia, sobre todo el primero. Las crueldades del final de la contienda,
el amor, los celos, y, como siempre, el maldito destino se encargarán de
llevarnos al final de este relato. Puede que en ciertos momentos os resulte
algo empalagoso o, tal vez, os lleve a pensar, mientras la leéis, que no deja
de ser uno más entre miles. Tengo que reconocer que hubo instantes en los que
lo sentía así pero os puedo asegurar que si le dais una oportunidad no os
defraudará lo más mínimo. ¿El destino no deja
de ser algo de lo que realmente no podemos huir? Descubridlo en esta “Prórroga”.
No quiero cerrar estos párrafos sin
hacer referencia al hecho en sí de la deserción. Es posible que me deje llevar
por mis vivencias, tanto personales como familiares, pero obras como estas me
siguen reafirmando que no hay acto que más defienda la paz que desertar. Nos bombardean
continuamente con la defensa del equilibrio mundial, con la idea de que las
guerras son lo peor del ser humano, que debemos educar a las generaciones
venideras para que no cometan los mismos errores que otros cometieron. La realidad
es bien distinta, estamos viviendo en un mundo cada vez más cruel, despiadado y
asesino. Los conflictos crecen como setas mientras el comercio de armas, tanto
legal como ilegal, sigue produciendo pingües beneficios. Dejamos que la gente
se mate durante años y años criticándolo desde nuestros sillones y nuestros
estómagos repletos. Existen miles de conflictos olvidados en el Planeta que
dejaron de ser noticia pero no dejan de producir cadáveres, violaciones y
hambrunas año sí, año también. Ante todo esto un acto tan arrollador como es la
deserción me parece lo más acertado. Eso sí, este hecho no deja de ser tildado
de cobarde y traidor, ironías de la vida.
Siempre que leo, conozco o me comentan
algún caso como el de Julien no entro en las razones que llevan a la persona en
concreto a llevarlo a cabo. Me da igual si es por miedo, ideas, cansancio,
frustración o todo eso a la vez. Con lo que sí me quedo es con ese rayo de luz
que la deserción da a la paz. Es un rayo pequeño pero intenso que, sin duda,
quema por dentro a todos aquellos que defienden los conflictos bélicos. Ante esto
siempre me viene a la mente aquella pregunta impresa en una camiseta de los
tiempos de la Insumisión: “¿Te imaginas que hay una guerra y no va nadie?”. En
la reflexión de la respuesta ha estado siempre la solución.
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