Querido Pepe, te mando estas cuatro letras para contarte la última peripecia de nuestro hijo Ignacio. Podía haber esperado a que regresarás, o a tu próxima llamada telefónica, pero he preferido escribirte por si se me olvidara algún detalle. Aunque seguro que también me ocurrirá eso ahora. Pero mejor, así cuando estemos juntos, tendremos algo más para contar.
Como bien sabes, Nacho ha estado de excursión con el colegio en el Escorial y en Madrid. Por lo visto se lo pasó en grande, tanto en un sitio como en el otro. Bueno, en el primero más. La visita al palacio de Felipe II me la contó como algo sorprendente y fabuloso. Ya sabes cómo le gusta lo relacionado con la época esa del barroco, su enrevesamiento y, sobre todo, su pintura. Puse toda la atención del mundo en cada detalle que me describía. Con su cerebro de doce años hizo un repaso de lo más minucioso del edificio, tanto por dentro como por fuera.
Ahora bien, cuando le pregunté que qué tal por Madrid me respondió con un simple y seco bien, pero no me gustó tanto. Quise indagar un poco y me interesé por los lugares que había conocido de la capital. Me dijo que habían estado en el Retiro y en el museo de arte reina Sofía. El parque le gustó bastante pero el museo no mucho. Según él, había cosas muy raras. No me extrañé, sé lo que te puedes encontrar en ese museo, ya sabes que lo he visitado varias veces. Hasta aquí todo bien. Incluso pensarás que qué hay de raro en todo esto, pues bien te lo contaré.
Al día siguiente de la vuelta de la excursión recibí una carta del director del colegio diciéndome que me pasara a verlo ayer por la tarde si me era posible. Eso fue lo que hice. Entré en el despacho y me recibió con…: “señora el comportamiento de su hijo y el de su inseparable amigo Francisco ha sido de lo más impresentable del mundo”. Le pregunté la razón de aquella afirmación. Y… sí señor, era toda una declaración de principios. Por lo visto nuestro Ignacio y su amigo Kiko se separaron de modo incomprensible del resto del grupo. Ellos desconocían que en ese momento en el museo había una exposición del famoso artista contemporáneo Krismov. Al llegar a la sala donde empezaba dicha exposición se encontraron con una obra valorada en casi cien mil euros llamada “Los restos”. La obra consistía en un montón de bolsas, bueno como cinco o seis, llenas de ropa y zapatos viejos esparcidos por el suelo. Nacho y Kiko al encontrarse con tan peculiar escena comenzaron a rebuscar entre las bolsas intercambiándose prendas hasta llenar cada uno una bolsa con ropa. Así se presentaron de nuevo ante el grupo de clase y su profesor. Cada uno con una bolsa de aquellas en la mano.
El maestro no se percató de nada raro. Todos los niños llevaban, además de su mochila, bolsas en la mano con bocadillos, refrescos y recuerdos. De pronto, al salir del museo vieron como cuatro guardias de seguridad corrían hacia ellos gritando y haciendo aspavientos con los brazos. Don Julián mandó parar a los niños, algunos incluso ya habían subido al autobús, entre ellos, estos dos. De pronto los guardias metieron la cabeza en el maletero del vehículo. Comenzaron a abrir las bolsas de plástico que encontraban a su paso. Una vez las abrieron todas obligaron a bajar a los del autobús bolsa en mano y, como si de un registro policial se tratara, les hicieron abrirlas una por una. Así hasta llegarle el turno a nuestro hijo y su compinche. Con un grito de por fin, aquí están, se las arrebataron de las manos y le pidieron al conductor que no arrancara. El profesor preguntó qué ocurría y cuando fue informado se encendió en cólera poniéndose a gritar como un loco.
En el camino de vuelta a casa me era un poco difícil comprender cómo nuestro hijo que siente tanta atracción por las artes plásticas pudo hacer una cosa así. Como cualquier madre intentaba echar la culpa de lo ocurrido a su amigo. De esta forma me intentaba convencer de que Nacho no podía haber cometido tal barbaridad. Entré en su habitación y le pedí explicaciones. Me contó que pensaban que todas aquellas bolsas llenas de ropa y calzado eran como esas que deja la gente en los portales para repartirla entre los pobres, y que como pronto serán los carnavales y no tenían disfraz les vino al pelo para elegir lo que les interesaba para dicha fiesta desechando todo lo demás. A pesar de lo furiosa que estaba no pude dejar de esbozar una sonrisa y con la excusa de tener que ir al lavabo salí corriendo, cerré con llave y te juro que ha sido una de las veces que más me he reído sola en mi vida. Volví a hablar con él y le pregunté por el tipo de ropajes que eran y en qué disfraz tenían pensado utilizarlo. Me dijo que se iban a pintar la cara con cuadros y rombos, se pondrían zapatos en las manos y pies, pantalones por mangas y camisas por falda porque aunque no le gustó nada lo que vio en el museo llegó a la conclusión de que toco vale.
Krismov ha salido indignadísimo en la radio acusando al colegio y a los alumnos de bárbaros y maleducados. Tenemos una multa de mil euros a pagar entre los padres de Kiko y nosotros. Otro gasto más para este mes. Pero le voy a dar una sorpresa a Nacho y le voy a confeccionar un disfraz para estos carnavales tal y como me lo ha descrito. Va a ser el más contemporáneo de todos los niños del colegio. Espero que el director no se enfade.
Deseo verte pronto. Te echo mucho de menos. Una montaña de besos de tu amada Elvira.
lunes, 5 de septiembre de 2011
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