martes, 3 de julio de 2012

Texto Mandrílico Pa Este Mes De Julio



 Sus señorías desconocen quien soy así como mi humilde procedencia. Antes de continuar con este testimonio aclararé que fui educado en las creencias de Jesucristo y su Santa Iglesia por los monjes franciscanos, los mismos que me enseñaron a leer y a escribir. Nunca salí de mi ciudad hasta que, llegada la edad, fueron requeridos mis servicios para defender nuestros reinos de los invasores extranjeros. Acepté de buen gusto servir a mi rey embarcándome en una de sus naves. Todo fue bien hasta que, en alta mar, nos encontramos ante miles  de aquellos que, por nosotros y por ellos mismos, se declaraban enemigos nuestros. Desde el primer instante  comprendí que debía luchar por mi propia vida sin pensar en las formas o en las consecuencias. Os diré que perdí la noción del tiempo batallando. Aún no sé si fueron semanas o meses pero qué más da, pues qué son los meses sin las semanas. Lo único que importaba era permanecer vivo, esquivar sus flechas o balas y matar a todo aquel que intentara arrebatarme la existencia. Gracias a Dios salimos victoriosos volviendo y recibiéndonos  como héroes allá donde nuestros barcos atracaban. No fue hasta regresar realmente a mi hogar cuando aquellos pensamientos empezaron a machacar mi mente como martillo sobre espada en yunque de herrero.  Cuando uno reposa, su cabeza se rebela y es un constante huracán de recuerdos y vivencias.

La razón de esta misiva no es otra que explicar las razones que me han llevado a renegar de casi todo aquello por lo que arriesgué mi vida, aquello que se llevó los mejores momentos de mi juventud. Durante casi dos años nunca pude parar de pensar y preguntarme quién era realmente el infiel. Si para aquellos que ardían, se desangraban o estallaban en pedazos delante de mis ojos era yo el infiel y para todos lo que sufrieron igual suerte que estos lo eran aquellos, quién es realmente el infiel. Caí en el pozo de la locura debido a estos pensamientos. Mi estado de desconcierto me hacía gritar blasfemias continuamente mientras renegaba de la Santísima Virgen y el fruto de su vientre. Bien es sabido por sus señorías que los ojos y oídos de la Santa Inquisición son, o deben serlo, similares a los del mismísimo Dios porque todo lo ven y todo lo escuchan. Fue mi condición de héroe de esa famosa batalla que venció al  turco la que me sirviera para poder elegir entre la hoguera o las américas. No puedo decir que fuese exactamente  una elección, estoy convencido de que la imagen de un barco navegando sin más futuro que la línea del horizonte es lo que me salvó de las llamas.

Llegué al Nuevo Mundo y en mi primera incursión en la selva deserté. Me hicieron prisionero otros infieles con los acabé viviendo, no si pasar sufrimientos y penurias durante largas temporadas,  estos últimos años,  los mejores de mi vida.  Hace poco más de dos días, durante la matanza que aquellos infieles para los turcos llevaron a cabo sobre estos infieles medio desnudos, armados con lanzas, flechas y cerbatanas, caí en manos de los mismos que me trajeron a estas lejanas tierras. Estoy encerrando en esta mugrienta celda esperando mi última hora sentenciado por infiel. ¡Qué irónica, la vida! Eres un infiel para miles de hombres, luchas contra otros que, desde temprana edad, te hacen acusar de  infieles, saboreas la felicidad de las noches y los días entre infieles, para acabar, sentenciado por  infiel, entre los brazos de la muerte, la mayor infiel a cualquier clase de vida. Mi último deseo es que estas letras acaben en unas manos que sean infieles a ciertos actos requeridos por su mente y no de igual manera que yo, en la infidelidad del fuego que serán unas meras cenizas.

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