VENCEJOS
Siempre volando de aquí para allá. El cielo es nuestra morada.
Dormimos en vuelo, amamos en vuelo, nos perseguimos en vuelo y solo aterrizamos
en el hueco de cualquier edificio para traer al mundo a nuestros hijos.
A lo largo de todos estos viajes hemos sido testigos de
grandes demoliciones, desplomes y bombardeos que se llevaron por delante
nuestros hogares, obligándonos a buscar otros en sitios que, ni por asomo, pensamos
que íbamos a conocer. De este modo, pasamos de Madrid a Berlín, de aquí a
Atenas y luego a Bucarest, sin olvidar que fuimos
expulsados de Sarajevo. Una vez pasada la tormenta bélica, algunos decidieron
regresar a todos estos lugares, y allí siguen. Otros creyeron encontrar su residencia
en Damasco o en Kiev, pero volvieron a darse de bruces con esta historia que
muchos se confunden diciendo complacidamente que se repite para no asumir que,
en realidad, no cesa. No nos olvidamos de aquellos que, como yo, han visto,
escuchado y vivido de manera intermitente en ciudades y pueblos que nadie
recuerda o conoce, o de los que, después de alcanzar emplazamientos como
Cáceres, se encontraron con sus antiguos nidos tapiados.
Llevamos cerca de un año volando y volando sin dirección
definida, forzados, de nuevo, a abandonar nuestras viviendas. Estos son los pensamientos
y los recuerdos que nos hacen compañía ahora que reanudamos un nuevo éxodo
hacia alguna tierra que nunca va a ser
la prometida. Los hay que se despiden en busca de consuelo entre familiares
lejanos que habitan por todo el Mediterráneo, pero mi bandada pertenece a esa
dinastía que lleva por
estandarte el desamparo de volar sin rumbo. Por mucho que nuestras acrobacias y
piruetas vengan acompañadas de chillidos angustiosos que nadie parece prestar
atención, no podemos escapar de un destino que nos devora con más ansiedad que
nunca. Y es que el mundo mira hacia otro lado mientras gritamos hasta enronquecer
que ya no quedan vencejos en Palestina.