jueves, 9 de agosto de 2018

Pierre Veys - Carlos Puerta: "Barón Rojo"






No es que me interesé en exceso la vida de Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen, o sea, el Barón Rojo. Puede que el hecho de que me sienta atraído por todo lo referente a la 1ª Guerra Mundial unido a que una de mis bandas preferidas del Rock estatal lleve su nombre sea suficiente para intentar saber algo más de este famoso piloto de aviación. Podría haberme acercado a su vida a través de los libros, o documentales, pero he preferido hacerlo usando la vía del cómic. En concreto, mediante esta obra del guionista Pierre Veys y del dibujante Carlos Puerta.




Pierre Veys nació en la ciudad francesa de Cambrai. Deja su carrera de Biología para dedicarse a los guiones, las novelas y los gags. Después de dirigir y escribir para la compañía de teatro MacPochtron And The Cuitos Brothers y trabajar para la televisión en el canal France 3, se pasa al cómic donde realiza la serie “Baker Street” junto a Nicolas Barral por la que recibe un premio de la sociedad Sherlock Holmes.




Se puede decir que el madrileño Carlos Puerta siempre estuvo predestinado a una vida basada en la pintura. Después de encontrarse a finales de los 80 del siglo pasado con el famoso editor Josep Toutain decide dedicarse al mundo de la historieta. Comienza su andadura en el cómic nada menos que en “Creepy”, junto a Lorenzo F. Díaz, con “Los Archivos De Hazel Loch”. A su vez realiza algunas cubiertas e ilustraciones para libros como “Cuentos De Lo Sobrenatural” de Charles Dickens. Su trabajo “Tierra De Nadie” se editó por entregas para la revista “Heavy Metal” en Alemania, Francia y Holanda, dejando para España solo una edición limitada para la Semana Negra De Gijón. En 1996 se encarga de ilustrar los cuatro primeros libros de las aventuras del Capitán Alatriste además de trabajar en los suplementos de los periódicos El Mundo y ABC. Una vez superado un grave accidente de tráfico, regresa en 2001 para terminar “La Casa De Pollack Street” que se publicaría en USA, Francia, Alemania y Holanda. Después de volver a colaborar con Díaz en la serie de piratas “El Perdición”, trabaja por primera vez con Veys en la mencionada serie “Adamson”, a las que sigue “Sous Les Tilleuis” y “Brumowsky” y la que nos concierne en este artículo, “Barón Rojo”. Actualmente colabora con Esther Gil para Ankama Ediciones. Puerta es sin duda el gran protagonista del cómic que tenemos entre manos. Sus viñetas llenas de fuerza y expresividad, unido a la distribución de estas, hacen que pases hojas y hojas sin apenas echar en falta los bocadillos pertinentes. Una gran labor que, desde luego, hace subir puntos a todo lo que Pierre Veys quiere decirnos con su guion. Impresionante el color, las sombras, luces y tamaños de su obra. Enhorabuena.




Lo primero que diré acerca de Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen es que, como cualquiera que se convierte en mito, está algo sobrevalorado. Lo digo porque este señor tiene todas las cualidades de lo que se conoce como sádico. De ascendencia aristócrata y hermano mayor de tres, actualmente sería un ciudadano polaco en vez de alemán por haber nacido en Beslavia, actualmente Wroclaw. Como lo que nos interesa en este artículo es lo que nos cuentan Puerta y Veys en su cómic, independientemente de que se trate de una adaptación propia de la vida de dicho personaje, empezaremos diciendo que a raíz de una clase de gimnasia donde se medirá con sus compañeros para obtener la mejor nota se canjeará la enemistad de príncipe prusiano Friedrich debido, como es de suponer, a su victoria sobre éste. Al finalizar esta clase el príncipe, rodeado, para variar, de sus vasallos, intenta dar una buena paliza a Manfred, pero el tiro le sale por la culata. Esto hará aumentar el sentimiento de odio entre ambos. ¿Cómo lo consigue? Según los autores de este cómic, Richthofen tenía cierto don mental mediante el cual percibía el miedo y la rabia de sus atacantes. Esto le hacía prever sus movimientos y adelantarse a sus golpes.




Cuando estalla la 1ª Guerra Mundial, nuestro protagonista se alista en la caballería, pero se da cuenta de que esta tiene los días contados. Por una serie de circunstancias que descubriréis en estas páginas, acabará en la aviación de tirador junto a otros pilotos. Vamos, que tardó en aprender a pilotar. Después de su primer derribo de un avión inglés, esta sería la nacionalidad de la mayoría de sus víctimas, empieza a darse cuenta de que si quiere alcanzar la gloria debe aprender a pilotar por sí solo, algo que consigue no sin esfuerzo. Su sadismo, unido a su poder mental, hace que vaya ganando puntos derribo tras derribo pues parece inalcanzable anticipándose a las maniobras de sus adversarios. Volverá al frente francés después de entrenarse en el ruso y formará parte de un grupo de pilotos de élite donde volverá a reencontrarse con su viejo enemigo de clase Friedrich. Aquí es cuando realmente se entrevé la personalidad de nuestro protagonista pues el príncipe prusiano está dispuesto a pasar página después de la humillación sufrida años atrás, pero Manfred quiere seguir sintiendo ese placer que le otorga la venganza y el odio.




Su fama comienza a subir como la espuma tras derribar cierto número de adversarios. A esto le sumamos el hecho de pintar primero su biplano Albatros D.II y luego el triplano Fokker Dr. I de rojo. La razón no fue otra que, sabedor del terror que infligía en sus contrincantes, hacer subir aún más el miedo de estos y así percibirlo y utilizarlo a su favor como en todas sus victorias. Aquí empieza a ser conocido como El Barón Rojo y aumenta su renombre destrozando algún que otro tanque y submarino. Su hombría se resiente cuando le hacen saber que su enemigo británico piensa que aquel aeroplano rojo es pilotado por una mujer. Como era de esperar, y siempre según los autores de la obra que nos concierne, acabará siendo víctima de una traición por parte de Friedrich después de escoltar, si es que eso se podía hacer, a uno de los zeppelines de la aviación alemana.






Hasta aquí lo relativo al cómic. Hay que agradecer su documentación respecto al tanque pues fue en esta contienda, al igual que otras armas y la propia aviación, donde se usó, más por parte de los aliados, por primera vez, y a ese trato protocolario que se daba a los prisioneros de alto rango pues esta también fue la última contienda en al que se dio dicho formulismo. La conclusión a la que he llegado después de leer estas páginas es que este señor Barón Rojo era un cabronazo de aúpa. Le gustaba matar y sentir la sangre sin reparar en asesinar a bocajarro a sus contrincantes, se dice que también a algún que otro compatriota, una vez habían aterrizado. Si no encontraba la emoción de la victoria a través de los cuerpos destrozados y aparatos envueltos en llamas no se sentía feliz. Esto, incluso, le hace llegar a pensar que es un hombre afortunado por participar en algo tan horrible como una guerra.  






Una vez dicho esto, y conocida cierta parte de la personalidad de este señor, me remito al nombre de la banda que dio a conocer el Heavy Metal hecho en castellano por toda Europa. Recuerdo la letra de la canción dedicada al mismo y caigo en un hoyo sin fondo de contradicciones. Todo lo que se habla en ella es un tanto oscuro pues sabiendo cómo consiguió la gloria y cómo llegó a ser un héroe no creo que sea alguien a quien admirar. En cuanto a lo de si viviera hoy sería capitán de una nave espacial mejor dejarlo una vez el precio que tendrían que pagar los demás por ello. Mi curiosidad es: ¿Sabrían con seguridad los hermanos De Castro, Sherpa y Calabria quién era este tipejo? La verdad es que si, de aquí en adelante, me cruzo con alguno de ellos, y tengo oportunidad, no duraré en preguntárselo. 



viernes, 3 de agosto de 2018

Texto Mandrílico Agosto 2018




VASALLAJE

No sé por qué este tío se empeña siempre en quedar en este sitio. Me imagino que sabe perfectamente el mal trago que esto supone para mí. Los meses de vigilia que pasé hasta la muerte de mi hermana en la 345 de este hospital impidieron que siguiéramos en contacto y ahora me hace acudir a su llamada por venganza, seguro.

Quisiera acabar de una vez por todas con este asunto, pero él no lo permite aludiendo a la deuda que, parece ser, ha aumentado tras mi ausencia. No me apetece ni siquiera mirar al edificio, mucho menos a las personas que pasan cerca. Ya sé que se preguntan qué hará una mujer negra sentada toda la mañana en el mismo banco con un sobre en la mano. A los curiosos y los que se interesan en si necesito algo les contesto que estoy aquí esperando a mi marido que se ha retrasado un poco. Mentiras, siempre mentiras. Mi vida se ha convertido en una enorme mentira en la que la única verdad es la muerte o desaparición de la gente que me importa.

Con la cantidad de cosas que tengo que hacer: la compra, limpiar el piso, si se puede llamar así a mi hogar, ir a cuidar a la señora Fermina y luego mi ronda correspondiente en el lugar habitual. Ahora, de repente, entre tanta lista de tareas diarias, me he acordado de mi madre. Pienso en ella. ¿Sabrá que su hija pequeña murió hace dos meses? ¿Habrá llegado la noticia al poblado? Nunca me atreveré a decírselo por teléfono. Ella me responsabilizó de su cuidado y yo no hice mi labor ni medianamente bien, al revés. Mejor estar atenta a ver si este tipo acaba de venir. Solucionamos este tema y no le vuelvo a ver hasta el mes que viene. ¡Cómo me gustaría que el mes que viene se convirtiera algún día en el último mes!

¡Mira, ahí está! Él es mucho más listo y discreto. Siempre viene a “recogerme” en un coche diferente. Me acerco con el sobre en la mano, bien a la vista. Se lo entrego haciendo el mismo paripé mientras repito la cantinela de otras ocasiones: “Aquí tienes la cita de tu madre y las recetas que me pediste que le sacara. ¿Vas a necesitar algo más el mes que viene?” Recibo una respuesta idéntica a otras veces: “Ya te lo diré. Ahora es pronto para saberlo.” Me ordena que regrese al banco y espere quince minutos para irme después de que él se haya largado. Obediente, siempre obediente, a mi amo y sus secuaces.

Se marcha, me vuelvo a sentar y me quedo abstraída pensando en lo afortunada que ha sido Khady muriéndose. Soy consciente de que mi tiempo de espera ha transcurrido cuando un chico de unos treinta años me pregunta: “¿Cuánto?” Le digo que no soy lo que se cree y él me devuelve una sonrisa medio burlona, medio de desprecio. Parece mentira que la única barrera que soy capaz de crear entre los hombres y yo sea un simple sobre lleno de mentiras.