martes, 1 de mayo de 2018

Textos Mandrílicos Mayo 2018




GARDENIAS

La mejor costumbre que he cogido desde que llegué a Madrid es salir a dar un paseo por el Retiro mientras Angelines, mi compañera de piso, hace su turno de limpieza semanal. No tenemos mucho feeling, además la cosa se está poniendo tensa últimamente porque lleva cuatro meses sin pagar la luz y esta situación me está destrozando los bolsillos. Hoy necesitaba esta caminata más que nunca. Llevo toda la semana mirando este inmenso parque desde el balcón con la sensación de que escuchaba mi llamada de socorro.

Me he sentado en un banco y he releído por enésima vez el mensaje que me envió mi padre anoche. Tengo la terrible necesidad de llamarlo, pero luego acabamos hablando de cosas banales como el pueblo, o Murcia y su capitalidad, que dejé atrás con la intención de triunfar en Madrid en el mundo de la música. Además, seguro que la conversación acaba igual que siempre, con mi madre arrebatándole el teléfono para acusarme del accidente de mi hermano. Nunca aceptó su homosexualidad y, mucho menos, que yo le apoyará constantemente. Nunca la contesto, ella no se merece ni eso siquiera. Sé que actuando de este modo se enfurece más aún.

Sin Fermín a mi lado me siento vacía como nunca. Él era mucho más que un hermano, el mejor amigo que he tenido. He perdido tanto el interés en mí misma que ya ligo por inercia, algo que los tíos notan y pasan del tema al cuarto polvo, eso si llegamos a esa cifra. Me da igual, estoy tan harta de ellos como de fregar y limpiar por cuatro perras el tugurio mierdoso de mis vecinos. Algo me dice que me pase por el garito de Malasaña donde actúan grupos y solistas de boleros. Me produce tanta vergüenza como intriga y angustia. Sobre todo, cuando me quedo como una boba en la puerta haciendo como que fumo simplemente para escuchar la música que están interpretando dentro. Estoy segura de que yo canto mil veces mejor que muchos de los que han pasado por allí. Todo es cuestión de dejar de recogerme mi melena negra en un moño y echarle valor. Total, si vine a Madrid por eso, pero es un sitio pequeño y no sé si podría aguantar dentro demasiado tiempo. ¡No puede ser! Otro mensaje de mi padre diciéndome que he de hablar con mi madre. Hasta que no sea ella la que me llame o escriba no pienso hacerlo.

Entro en casa con el mismo malestar con el que salí. Al menos Angelines me ha dicho que ha visto en internet que ya le habían pagado y tenía el dinero de la luz. Se ofrece a invitarme a unas copas en el lugar que quiera de Madrid. Está claro que iremos al “Gardenias”. A ver si yendo acompañada, y después de unos pelotazos, me arranco y demuestro de una vez por todas lo que valgo, porque yo lo valgo. Al menos eso piensan todos los que me han escuchado cantar.



¡A BAILAR!


Lo de los besos le dio siempre mucho repelús. De pequeña odiaba que le babosearan las mejillas, más aún si era algún familiar o vecino que apenas conocía. Terminaba canteando la cara mientras su madre salía al paso aludiendo que su hija era así de esquiva. Después, cuando llegaban a casa, le reprochaba arguyendo haberla dejado en ridículo por enésima vez delante de su prima, tío o allegado de turno. Ninguna de aquellas reprimendas hizo que cambiara de actitud.

Aquel suplicio se acabó cuando llegó a la pubertad. Esta fue una de las pocas cosas buenas que le sucedieron por aquel tiempo. Sus amigas comenzaron a tontear con chicos un poco mayores. Estas la incitaban a perseguir al Juan, Alfredo o Pepito de turno con la excusa de que tenía un tipazo, y esas tetas seguro que los volvían locos de remate. ¿Cómo iba a defraudar a aquel grupo de compañeras leales que se conocían desde la guardería? Accedió a seguirle el rollo a Agustín, más por la insistencia de las demás que por deseo propio. ¡Qué suerte has tenido con él! ¡Es el chico que más bueno está del instituto! Tuvo que soportar halagos de ese estilo durante el último trimestre del curso. Se besaron y metieron mano con la intensidad de los que están descubriendo nuevas sensaciones. La relación acabó con los exámenes de Junio, los ojos de Agustín fijos en el culo de su amiga Sandra, y las manos en la entrepierna de Virginia.

Con aquella decepción a cuestas se fue a pasar el verano al pueblo de sus abuelos. Salía poco, solo a hacer algún recado que le mandaba su abuela o a pasar la mañana cuidando de los animales con el abuelo. Llegaron las fiestas de la Virgen y el estar en casa durante la procesión, la verbena, y los cohetes era hacer un feo a todos los del lugar. Lo de los cohetes y la verbena genial, pero lo de las procesiones engalanada con aquellos atuendos era, para su mente y cuerpo joven, de lo más surrealista. El segundo día de fiesta fue con su vecino Jesús a la verbena. Este desapareció rápido pues andaba como loco detrás de Francisca, una chica que había venido de Madrid ese verano. Estuvo sola en el baile hasta que se pegó a ella Juani, la hermana de Francisca. Ambas andaban tan solitarias y aburridas aquel verano que accedieron a dar un paseo por las afueras, alejadas del jolgorio y los ruidos del pueblo.

Llegaron a unas piedras inmensas que había a poco más de un kilómetro y se sentaron a contemplar el cielo. Sin saber por qué empezaron a contarse cosas e intimidades que habían permanecido guardadas a cal y canto en su interior. Aseguraron conocerse de otros veranos, pero no haberse hablado por timidez. Rieron y soltaron alguna lágrima sumada a los improperios acerca de algunos chavales que conocían y las pestes sobre algunas de las que decían llamarse amigas. Se miraron ensalzando el silencio por encima del estruendo que servía de telón de fondo y se besaron con fuerza y anhelo. No sintieron remordimiento alguno, juntaron sus bocas una y otra vez como si nunca hubieran besado antes, como si estos besos sirvieran de goma de borrar de todos los anteriores. Tan ensimismadas estaban que no se percataron de la presencia de Jesús y Francisca que las pillaron abrazadas y besuqueándose como dos viejos amantes.

Jesús hizo público aquel descubrimiento, pasando de las amenazas de dejarlo tirado que Francisca le repitió durante el camino de vuelta a la verbena. Ella y Juani aparecieron en la fiesta agarradas de la mano, se plantaron en medio del baile y se dieron un único y largo beso. Al día siguiente los padres de Juani y toda su familia volvieron a Madrid sin despedirse de nadie. Ella aguantó las miradas despectivas de sus vecinos estivales, los buenos consejos de su abuela y el apoyo de su abuelo hasta finales de Agosto.

Nunca más volvió a ver a Juani. Ahora comparte piso en Madrid, por la zona del Retiro, adonde fue con la intención de triunfar en el mundo del cine y la esperanza de ver la cara de Juani en alguno de los rostros impersonales que se cruza cada mañana camino del trabajo. Esta noche ha invitado a su compañera de piso a tomar unas copas en el “Gardenias” como parte del perdón por el retraso en el pago de los últimos recibos de la luz.  A cambio le ha pedido que suba al escenario a cantar ese bolero que tanto tararea por casa porque la letra siempre le recuerda a la chica que le dio su primer beso.



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