LOS BALCONES
¡Qué bonita mi vecindad! ¡Qué buen rollo entre todos los que
vivimos en mi bloque! Nunca falta un saludo en los rellanos, ascensores o el
portal. Siempre hay una mano dispuesta a cargar con las bolsas de la compra de
los mayores, siempre un hombro donde posar nuestras tristezas y unos oídos para
escuchar nuestras preocupaciones. ¿Problemas? ¿Qué pasa cuando viven, perduran
y se reproducen en este clima de concordia?
Mi vecina de arriba tiene un perro que lleva como cuatro años
sin salir del piso, los mismos que ella, más o menos. No sé si el animal
debería sacar a pasear a su dueña o al revés. La cuestión es que ella, como es
de esperar, hace sus necesidades orgánicas en el cuarto de baño, las que vienen
del Sol, aire o lluvia son de intramuros. El can, mientras tanto, utiliza todo
el inmueble como aseo privado. Esto significa que se caga y se mea por donde
quiere de la casa. Ella lo recoge y pasa la fregona con su correspondiente
proporción de lejía, friegasuelos, o lo que sea, disuelta en el agua. ¿Y qué
hace mi vecina con esa agua de la fregona? Aumenta nuestra convivencia y buen
ambiente descargando, término que pensábamos había quedado recluido a las
mallas de internet, su contenido desde su balcón al mío. ¡A tomar por saco la
colada recién puesta a tender! ¿Será por aburrimiento y las broncas que
tenemos, día sí, día también, es la única diversión que le queda en vida? La
situación ha llegado a tal extremo que por mucho que lavo mi ropa hay gente que
me pregunta si tengo perro. Ni el suavizante con olor a lavanda consigue evitar
ese tipo de interrogantes. Subo, le muestro mis prendas convertidas en papel
higiénico para su perro y ella, incluso habiéndola pillado in fraganti, lo
niega todo en redondo. No hemos llegado a las manos porque hace valer sus
cartas de señora mayor, por ganas no será. Me amenaza con llamar a la policía y
yo le invito a que lo haga.
Hoy su intimidación se ha hecho realidad, se han presentado
dos municipales ante la llamada de otro vecino alarmado por nuestra discusión
basada en restos caninos. La autoridad ha dicho que mis vestimentas no sirven
de prueba, que debo grabar o fotografiar la acción para que mi versión de los
hechos sea creíble. Nunca debéis olvidar la cara de no romper platos de mi
vecina y el aspecto viejuno de su animal de compañía, algo más admisible
que mis camisetas sucias, pues esas cosas parten el corazón de los agentes
mucho más que la vista y el olor de mi ropa. Se van y con su adiós nosotros nos
retamos hasta la próxima.
Ahora vivo con mi madre que acaba de cumplir 70 años. Se
vino aquí conmigo hará unos diez meses, después de sufrir una caída que le
regaló una fractura de pelvis. Sé que no os interesa, pero me hace ilusión
deciros que se ha recuperado bastante bien. Lo malo es que después de curarse
ha cogido miedo a salir. Se pasa días y días delante del televisor o leyendo
novelas del Oeste. En mi última discusión con la vecina mi madre se ha puesto
de su lado dejándome entre la espada y la pared. Para una aliada que tenía se
ha pasado al bando enemigo. ¿Sabéis qué es lo peor? Que me ha dicho que si
tantas ganas tengo de que salga de casa que le compre o, mejor aún, que adopte
un perro. De esta forma tendría la excusa perfecta para tomar el aire fresco en
el parque o el Sol paseando por el barrio. Además, quiere que sea un perro
pequeño, en plan Yorkshire, encima con exigencias. El perro llegó a casa hará
tres meses y ya llevan sin salir dos semanas. Mi piso se ha convertido en una
calca del de mi vecina de arriba. Ahora la de abajo discute con mi madre, yo
con la de siempre y los municipales están hasta las narices de presentarse a
resolver el vocerío que montamos entre los cuatro y nuestros respectivos canes.
¡Qué bella nuestra convivencia! ¡Qué buen rollo de un tiempo
a esta parte! Es tal nuestra solidaridad y apoyo mutuo que no podemos vivir sin
marcar nuestros territorios a base de cascadas provenientes de cubos de fregona
que van de balcón a balcón, no
os olvidéis de la lejía o el friegasuelos correspondiente. Ahora todo el
vecindario tiene perro.
Dedicado a mi buen amigo y colega Javier Vidal Miguel de Rentería porque la realidad siempre supera a la ficción. ¡¡Animo!!
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