jueves, 18 de enero de 2018

Texto Mandrílico Enero 2018





AMOR DE EMERGENCIA


Soy un niño de esos que llaman “de la Guerra”. Como si la Guerra fuera nuestra verdadera madre en vez de lo que realmente es para nosotros: una madre que nos abandona sin el menor remordimiento en el peor de los hospicios. Pasé de jugar con mis amigos en la calle, en los parques, en los centros comerciales o en la escuela a refugiarme durante días en casa de los únicos parientes que me quedan. Ahora todos esos lugares se han convertido en nieblas de polvo, árboles con ramas de hormigón, metal o escombros y en suelos donde se extiende una alfombra de papeles quemados o esparcidos de manera desordenadamente burda.

Ayer nos colamos por una de las ventanas de la ya vieja escuela con la intención de encontrar algún libro. Nos daba igual que, como a nosotros, le faltarán páginas. Solo pretendíamos poder leer algo que nos transportase fuera de aquí como exclusivamente los libros saben hacer. Dimos con un par de tomos de la antigua enciclopedia del maestro Hamid. Perdimos la noción del tiempo entre recuerdos, dibujos, risas y escritos que daban forma a las entrañas de la escuela. Las mismas entrañas que se nos encogieron cuando nuestra déspota madre Guerra nos volvió a llamar a voces de mortero bajo la única lluvia que riega esta desértica tierra, las bombas lanzadas desde los aviones o drones. Entramos tres niños y dos niñas, salimos una niña y dos niños. Ya nunca nadie volverá a por los demás.

Hoy han venido a buscarnos para sacarnos de la ciudad. No sabía que hubiera alguien interesado en mi salvación. Parece ser que mis tíos, con los que convivo desde la muerte de mis padres y hermana, pagaron a unos señores con ese propósito. Ellos se quedan aquí. Yo, junto a mis dos primas y mi primo, mayor que todos nosotros, intentaremos llegar a un sitio que llaman Grecia. Me suena de algo este lugar, puede que sea de las pocas clases de Historia que pudo darnos el maestro Hamid. Todos conseguimos salir a duras penas del país. En nuestro camino hemos atravesado parajes tan maravillosos como crueles con nosotros y con todos los que formamos esta columna humana. Sin dinero, maltrechos y flotando en unas aguas que jamás imaginé que pudieran ser tan profundas y gélidas conseguimos pisar la playa del antiguo país europeo.


Ya no soy un niño, ni de la Guerra ni de nadie. Llevamos cinco años varados en este emplazamiento. Tantos sucesos me han convertido en un hombre pese a mi corta edad. No creo en el amor de una madre, de un padre o de unos primos. No creo en nada ni en nadie. He cambiado mi cruelmente asignada madre Guerra por otra de alambradas, guardias, hambre, frío, enfermedad, drogas y, sobre todo, olvido. Lo único en que coindicen estas dos madres es en la forma que tienen de amarnos. Esta no es otra que dejarnos vivir si logramos traspasar su salida de emergencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario