El viaje de mi vida, ese que con el que
llevas soñando desde antes de mil, qué digo, doscientos mil años, estaba a
punto de hacerse realidad. Yo, que siempre he odiado el verano en esta ciudad
sin playa ni río ni sitio natural donde bañarse, desde que siendo un macaco me
enteré de que mientras aquí nos azuzaba de lo lindo el sol estival en la parte
sur del planeta era invierno siempre quise largarme a algún lugar de esos donde
decir Julio y Agosto no era achicharrarse. Pero, claro, una cosa es querer y
otra bien distinta poder. Así que, después de unos cuantos años ahorra que te
ahorra por fin conseguí mi añorado billete a Argentina con estancia por un mes
incluida.
Tras los nervios propios de este tipo de
odiseas y el cansancio de doce horas de vuelo, llegué a ese Buenos Aires
querido del que poco disfruté pues mi destino último estaba un poco más al sur,
en Sierra Grande. En el viaje en bus hasta allí coincidí con una pareja
uruguaya, Alicia y Gregorio, cuya misión no era otra que despilfarrar el dinero
que le habían robado al hermano de ella después de un asunto de tráfico de
animales. De esto, como podéis comprender, me enteraría después de convivir con
ellos durante dieciocho días.
Al principio, como es normal, todo eran
salidas en plan turístico para conocer el emplazamiento y sus alrededores. Para
ello siempre íbamos bien abrigados pues el frío de la Patagonia se dejaba sentir con toda su crudeza. Nunca me
escucharon queja alguna pese a sus incontables bromas sobre el españolito que
abandona el verano de su tierra cuando la mayoría de Europa anda hormigueando
por sus costas. Siempre fueron muy generosos conmigo, algo que achaqué a su
alto poder adquisitivo proveniente de su supuesta empresa de importación china.
Nuestra rutina fue cambiando poco a poco para, apenas después de una semana, no
pasar de comidas copiosas durante el día y discotecas y fiestas durante las
largas noches. Como un animal al que van adiestrando con lentitud y dedicación,
cada vez me sentía más atraído por el glamour de Alicia y el porte de Gregorio.
Acabaron por alquilar una habitación
para tres en uno de los mejores hoteles de la ciudad alegando que yo era su
sobrino español que venía a conocer las américas. Empezamos a intimidar
sexualmente nada más cerrarse la puesta de la estancia. La comida ya nos la
servían directamente de la cocina del alojamiento mientras que la fiesta y la
disco nos la montábamos nosotros a base de músicas perreras, algún que otro clasicazo
del Pop y el Rock y baladas que bailábamos los tres bien agarrados y puestos
como zombies.
El servicio de limpieza de aquella
mañana lo formaban dos chicas de muy bien ver que comenzaron su trabajo por el
cuarto de baño sin inmutarse por lo que veían desparramado por el cuchitril que
acabó siendo aquel aposento. De pronto sentí algo caliente en mi sien, eran los
labios de una de ellas que me decían: “Te vas a venir conmigo ahora mismo tal y
como estás”. Menos mal que la convencí para dejarme coger algo de ropa, sobre
todo la térmica, antes de abandonar el hotel por la puerta de servicio. Me
llevó hasta los confines de Sierra Madre y me explicó con claridad que si
quería seguir vivo debía abandonar aquel lugar con lo puesto y en menos de una
hora. De poco me sirvieron mis declaraciones de europeo y español pues su
respuesta se limitó a dos palabras: “Una hora”.
A
duras penas, y tras días de autostop, llegué a Buenos Aires. Las fotos de los
cadáveres de Gregorio y Alicia aparecieron en algún que otro diario argentino.
Aún conservo el recorte del Clarín informando de la siniestra noticia. Llevo
atrapado en esta ciudad tres largos años viviendo de la mendicidad y el
trapicheo. He pasado de comidas copiosas a menús de albergues, de habitaciones
lujosas a mantas roídas y cajas de frigorífico mientras que las puertas de las
fiestas y las discotecas son mis lugares predilectos de negocios fraudulentos.
No sé si conseguiré de nuevo ahorrar para hacer el que es en estos momentos el
viaje de mis sueños. Cada vez que consigo dormir bien me encuentro disfrutando
del verano en esa maravillosa playa donde pasaba las vacaciones con mis padres.
Ahora deseo con toda mi alma volver a disfrutar de aquel sol que tanto odiaba y
de la salinidad del mar que siempre aborrecí.
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