martes, 24 de marzo de 2015

Texto Mandrílico Marzo 2015



Susana está jugando con sus amigas a ver quién hace los mejores trenzados con los juncos que hay tirados por el suelo de la calle por donde pasará la procesión del Domingo de Ramos. Ella no es de las destacadas en estas lides pero se le da bastante bien. De todas formas, lo importante del juego está en escabullirse entre las piernas de  los adultos y salir hasta la mitad de la calle para así recoger la mayor cantidad de plantas acuáticas que se pueda. Después tienes que esconderte rápidamente de tus padres para no recibir una reprimenda. Saben perfectamente que ésta siempre será con la mirada. No hay que montar una escena para que luego se hable durante todo el año en el pueblo de la niña, o el niño, que aguó la salida de la burrina.

Ella, Laura y Petri ya han fabricado cuatro cada una. Ahora se atarán dos a la cintura, siempre por debajo de blusita blanca propia de las procesiones. Otro será un fabuloso collar verde que desentona totalmente con la indumentaria que sus madres les han hecho enfundarse para tan magna ocasión. El último lo llevarán siempre a mano, será su respuesta a los azotes que, con toda seguridad, recibirán de los trenzados fabricados por los niños del pueblo para tal fin.

De repente el jolgorio se convierte en un silencio sepulcral roto tan solo por el redoble de tambores. A tan magnánimo sonido se le une el sollozo elevado de las plegarias y el monótono canturreo de temas evangélicos que recuerdan unos la terrible pasión sufrida en las carnes del protagonista de esta Semana Sagrada mientras otros basan su letanía en pedir perdón por ser pecadores. Todo embadurnado por una seriedad que alcanza las mayores cuotas de terror ante los ojos de la niña cuando aparecen los penitentes con sus cadenas, sus flagelaciones, coronas de espinos y cruces de los más variados tamaños y formas.

El cuerpo de Susana comienza a sentir espasmos mezcla de miedo y angustia. Se aferra con fuerza a los hombros de su padre. Con su pequeña boca de seis años llegará a hacerle un pequeño moratón en el lado izquierdo del cuello. Esto y más aguantará su ascendiente con tal de que ella no monte en cólera y tenga que hacerla callar tapándole la boca como años anteriores.


La pequeña abre sus ojos de repente despabilándose entre sudores y escalofríos. Contempla una escena totalmente inusual e incomprensible para su mente infantil. Hay un grupo de jóvenes con los cabellos de punta teñidos de colores al otro de la calle, no son más de doce. Su hermana mayor, Encarnación, está al frente de ellos. La cara de su madre es un relicario, la de su padre abarca toda la furia de Cristo en su encuentro con los mercaderes del Templo. Su abuela se agarra con fuerza al brazo del abuelo que no puede reprimir una sonrisa. Susana se despierta completamente cuando escucha por octava vez a la congregación muchachil desgañitarse al son del lema: “¡Procesiones al ferial!”. 

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